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Desahucios, corrupción… y asesinato

Fotografía: © M.M.Capa

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“Este caso en realidad tiene que ver con el dinero. Con la oleada de desahucios que está teniendo lugar por todo el país. No estamos hablando de un simple acto de venganza. Estamos hablando del asesinato frío y premeditado de un hombre que amenazaba con revelar la corrupción existente entre los bancos y los agentes encargados de llevar a cabo sus desahucios. Todo lo que rodea este caso tiene que ver directamente con el dinero, con los que tienen el dinero y no están dispuestos a perderlo por nada del mundo… Aunque tengan que llegar al asesinato”.

Es el vibrante alegato de Mickey Haller, abogado defensor de una ciudadana acusada de asesinar a martillazos a un directivo del banco que había decidido su desahucio. El juicio constituye la trama de “El quinto testigo”, de Michael Connelly (Filadelfia, 1956). Es la última obra publicada en España por un autor de éxito en el género de la novela negra: Connelly ha vendido más de cincuenta millones de ejemplares en todo el mundo y sus libros han sido traducidos a cuarenta idiomas. Seguro que él ya no tiene hipotecas pendientes.

“El quinto testigo” presenta, sobre todo al principio, un claro fundamento económico: relata la crisis inmobiliaria y sus devastadores efectos sobre millones de ciudadanos desahuciados en Estados Unidos, merced a un sistema con más sombras que luces.

Por lo demás, la novela es básicamente la típica y entretenida trama judicial con los ingredientes habituales de asesinato poco claro, abogado defensor brillante, fiscal implacable, juez duro e imparcial, jurados más o menos manipulables, testigos fiables o contradictorios, pruebas confusas y un aluvión de sorpresas durante la investigación (sin olvidar la gran sorpresa final que, obviamente, no les desvelaré). Una muestra más de los relatos, novelados, cinematográficos o televisivos, que tantas veces nos han hecho envidiar el rápido y expeditivo sistema procesal norteamericano.

BANQUERO MUERTO A MARTILLAZOS

Haller, abogado especialista precisamente en frenar desahucios ilegales, debe volver a su antiguo oficio de penalista para defender a una de sus clientas, que estaba a punto de ser desahuciada. Una ciudadana que además se había convertido en una especie de Ada Colau, en una destacada activista contra los bancos y contra todo el entramado (muchas veces al borde de la legalidad) montado para quedarse con las viviendas de personas con problemas económicos.

El abogado defensor se esfuerza en buscar pruebas y testigos, mientras recurre a artimañas no demasiado éticas. Todo con el objetivo de que su clienta se libre de la acusación de matar a martillazos a un alto ejecutivo de un banco. Casualmente, el mismo directivo responsable de decidir el desahucio de la combativa ciudadana.

Antes de tener que volver a este caso penal, Haller se ganaba bien la vida defendiendo a los acosados por los bancos:

“Calculé que si lograba [que una clienta amenazada de desahucio] siquiera viviendo en la casa un año más, me sacaría un total de cuatro mil pavos (…). Lo más seguro era que no volviese a ver jamás a la señora Pena [la clienta]. Denunciaría en el juzgado la ejecución hipotecaria y daría todas las largas posibles al asunto. Seguramente no tendría ni que comparecer ante el juez”.

Y todo porque “el banco había jugado sucio” al no comprobar que la señora había recibido las pertinentes notificaciones:

“Aquel no era un barrio en el que los agentes judiciales pudieran campar a sus anchas. Lo que yo sospechaba era que las notificaciones habían acabado en la basura y que el agente de turno había mentido al respecto”.

Esta solía ser una línea habitual de defensa. Al parecer en Estados Unidos no funciona tan bien como en España lo más práctico cuando quieres asegurarte de que alguien recibe una notificación: un burofax con acuse de recibo. No lo duden: utilícenlo siempre que quieran asegurarse de que el destinatario recibe cualquier carta o notificación que le envíen. Se ahorrarán problemas legales por no notificar con certeza:

“Esa sería mi línea de defensa (…). Que el banco se había aprovechado de ella y había puesto en marcha la ejecución hipotecaria sin darle la oportunidad de abonar los pagos pendientes, y que el tribunal tenía que fallar en su contra por haber procedido de esta forma”.

DE LOS CRÍMENES, A LA BURBUJA INMOBILIARIA

La crisis económica culpable de estos desahucios poco claros es la misma que había llevado a Haller a dejar la rama penalista, para volcarse en la defensa de los acosados por los bancos:

“Los abogados penalistas casi no encontraban trabajo con la economía en horas bajas. La criminalidad, sin embargo, no tocaba fondo. En Los Ángeles, el crimen avanzaba siempre viento en popa fuera cual fuera la situación económica. Pero los clientes dispuestos a pagar eran cada vez más escasos (…). El único sector en expansión en el campo de la abogacía era la defensa contra las ejecuciones hipotecarias”.

El abogado siente además que está defendiendo a clientes que, en la mayoría de los casos…

“…no eran sino víctimas por partida doble: primero engatusados con el sueño americano de tener una casa en propiedad y alentados a firmar unas hipotecas que ni remotamente iban a poder pagar, y convertidos luego en víctimas de nuevo tras el estallido de la burbuja, cuando los prestamistas poco escrupulosos fueron a por ellos en el subsiguiente frenesí de ejecuciones hipotecarias. La mayoría de estos antaño orgullosos propietarios no tenían la menor oportunidad bajo la draconiana regulación de California. Un banco ni siquiera necesitaba una aprobación judicial para arrebatarle la casa a alguien. Los grandes genios de la economía consideraban que era lo mejor. Que la máquina tenía que seguir girando. Que cuanto antes tocara fondo la crisis, antes comenzaría la recuperación”.

Seguro que les suena. El estallido de la burbuja hipotecaria (generada por los propios bancos) y la receta para resolverla (que la paguen los ciudadanos) son muy parecidas en todas partes. La diferencia es que en Estados Unidos –para mayor indefensión de esas “víctimas por partida doble”– buena parte de la maquinaria de los desahucios ha sido privatizada. Esto permite que los bancos utilicen a empresas –en ocasiones de dudosa legalidad– que se encargan de todos los trámites en el acoso y derribo de las víctimas de la rapacidad bancaria. En el caso de asesinato, Haller centra su defensa en las oscuras relaciones entre el banquero muerto a martillazo y una de estas empresas buitres, llamada ALOFT:

“ALOFT era una especie de trituradora industrial, una compañía que presentaba y seguía todos los documentos requeridos a lo largo de un proceso de desahucio. Se trataba de una intermediaria que permitía que los banqueros y otros prestamistas no se mancharan las manos en el sucio negocio de arrebatarle su hogar a la gente. Las empresas como ALOFT hacían el trabajo sin necesidad de que el banco tuviera que mandar una sola carta al cliente que iba a ser desahuciado”.

Esta actividad de acosar a los potenciales desahuciados es aún más lucrativa que la de actuar en su defensa, como explica el protagonista a los miembros de su equipo:

“¿Tenéis idea de la cantidad de dinero que está ganando ALOFT? –pregunté–. Diría que esta compañía interviene en cerca de la tercera parte de nuestros casos. Sé que no es muy científico, pero si hacemos una extrapolación y suponemos que ALOFT lleva la tercera parte de todos los casos en el condado de Los Ángeles, estamos hablando de millones y millones en beneficios. Dicen que solo en California habrá tres millones de desahucios durante los próximos cinco años”.

            Espero sinceramente que, pese a todo este latrocinio organizado, no caigan en la tentación de resolver sus hipotecas a martillazos. La violencia no ayuda, sino todo lo contrario. Esta novela se lo dejará muy claro.

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Título comentado:

-El quinto testigo. Michael Connelly, 2011. RBA, Barcelona, 2015.

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Dinero negro en la novela negra

Fotografía: © M.M.Capa

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Todo escritor de novela negra sueña con ser Raymond Chandler. Y el que diga lo contrario, miente. Pero Raymond Chandler sólo hay uno o, todo lo más, dos, si ponemos casi a su altura a Dashiel Hammett.

No busquen más. Hay muchos otros escritores de gran calidad en este género, incluidos unos cuantos en la incesante avalancha nórdica y no pocos españoles. Pero si quieren beber de las fuentes originales, deleitarse con los auténticos clásicos aún insuperables, comiencen por Raymond Chandler. Si, además, pueden conseguir la magnífica edición de toda, repito, toda, su obra en español (“Todo Marlowe”, un auténtico alarde editorial de RBA), tendrán garantizado disfrutar sin parar de sus 1.391 páginas… que se hacen cortas, porque es un delirio leer una tras otra y sin respiro las siete monumentales novelas de Chandler (desde la primera, “El sueño eterno”, de 1939, hasta la última, “Playback”, de 1959) y, de propina, sus dos relatos cortos (“El confidente” y “El lápiz”). Es uno de los libros con que más he gozado en la vida… y eso que la lista de mis preferidos es tan larga que necesitaría un buen velero para llevármelos todos a una isla desierta.

Llevo demasiado tiempo escribiendo, así que es momento de pasar la palabra al maestro Chandler y a algunas de las más contundentes ideas escritas sobre algo tan oscuro como sus novelas: el dinero negro.

Para comenzar, ya en “El sueño eterno”, su primera novela, Chandler nos dice algo que forma parte de los propios genes de esta bitácora digital. El detective por excelencia, el mismísimo Philip Marlowe, afirma sobre una historia que acaban de contarle:

“Poseía la austera sencillez de la ficción en lugar de la retorcida complejidad de la realidad”.

 Tras esta declaración de intenciones –con la ficción se puede contar mejor la realidad–, las novelas de Chandler nos sorprenden con auténticas perlas… negras, por supuesto. Veamos una selección tomada de una de sus obras más incisivas al desvelar ese lado negro de la economía: “El largo adiós”. En ella, un magnate de la prensa le explica a Marlowe cómo funciona el sistema:

 “El pueblo elige, pero la maquinaria del partido nomina, y las maquinarias de partido, para ser eficaces, necesitan mucho dinero. Alguien se lo tiene que dar, y ese alguien, ya sea individuo, grupo financiero, sindicato o cualquier otra cosa espera cierta consideración a cambio”.

 ¿A qué les suena esta crítica justo ahora, cuando en España asistimos al espectáculo de partidos financiados sin transparencia, a golpe de sobre y gestionados con “contabilidad B”? Pero sigamos oyendo al personaje de la novela:

“Hay algo muy peculiar acerca del dinero (…). En grandes cantidades tiende a adquirir vida propia, incluso conciencia propia. El poder del dinero resulta muy difícil de controlar (…). El crecimiento de las poblaciones, el enorme costo de las guerras, las presiones incesantes de una fiscalidad insoportable… Todas esas cosas hacen al hombre más y más venal. El hombre corriente está cansado y asustado y un hombre cansado y asustado no está en condiciones de permitirse ideales. Necesita comprar alimentos para su familia.”

Toda una definición del sistema económico, del pasado, pero también del presente y del futuro. El mismo magnate prosigue así su relato:

“En esta época nuestra hemos visto un deterioro escandaloso tanto de la moral pública como de la privada. De personas cuya vida está constantemente sujeta a la falta de calidad, no cabe esperar calidad. No se puede tener calidad con producción en masa. No se la desea porque dura demasiado. De manera que se echa mano del diseño, que es una estafa comercial destinada a producir una obsolescencia artificial.”

La novela que incluye estas líneas fue publicada en 1953. Está claro que las cosas no han cambiado demasiado desde entonces. Y, si lo han hecho, quizás ha sido a peor. Y eso que el escenario ya era bastante malo entonces, como relata el propio Marlowe en la misma novela:

“Tenemos mafias y sindicatos del crimen y asesinos a sueldo porque tenemos políticos corruptos y a sus secuaces en el ayuntamiento y en la asamblea legislativa. El delito no es una enfermedad, es un síntoma (…). Somos un pueblo grande, primitivo, rico y desenfrenado y la delincuencia organizada es el precio que pagamos por la organización. Vamos a tenerla mucho tiempo. La delincuencia organizada no es más que el lado sucio del poder adquisitivo del dólar.”

Demoledor, actual… ¿Qué más se puede decir? Quizás buscar referencias mucho más atrás en la historia. Y las encontramos en el otro clásico citado. Dashiell Hammett nos retrata en su primera novela, “Cosecha roja” (publicada en 1929), al típico magnate norteamericano, fundador de ciudades y absolutista controlador de su economía y su política, que se confunden en una misma cosa. La novela transcurre en una ciudad minera de Montana, Personville, a quienes las malas lenguas llaman Poisonville (ciudad ponzoñosa):

“Durante cuarenta años, Elihu Willson, el Viejo, padre del que había muerto aquella noche, fue el dueño de Personville, el corazón, alma, piel y entrañas. Era presidente y accionista mayoritario de la Personville Mining Corporation, así como del First National Bank, propietario del Morning Herald y del Evening Herald, los únicos periódicos de la ciudad, y copropietario al menos de todas las demás empresas de alguna importancia. Aparte de estos bienes, era propietario de un senador de Estados Unidos, de un par de diputados, del gobernador, del alcalde y de la mayor parte de los diputados del Estado. Elihu Willsson era Personville y casi todo el Estado”.

¿A que les sigue sonando? Este estadio primitivo del capitalismo salvaje, el abono (no el único, pero sí el más maloliente) sobre el que se construyeron los Estados Unidos, es ahora bastante frecuente en economías que apenas comenzaron a saborear las formas más tóxicas de ese mismo capitalismo hace muy pocos años, concretamente desde que en 1989 se desplomó el Muro de Berlín y todo el bloque soviético se desmembró, al tiempo que los antiguos caciques políticos se reconvertían aceleradamente en caciques económicos y acumulaban todo el poder empresarial… Lo vemos también en economías emergentes asiáticas y latinoamericanas, e incluso en algunas otras democracias recientes, como la nuestra (con apenas un cuarto de siglo de vida, frente a los doscientos años de la norteamericana). No es tan rato encontrar en nuestro país casos similares a los del viejo Elihu Willsson, sobre todo si escarbamos en algunas Comunidades Autónomas en las que ciertos fulanos han ejercido poderes omnipotentes en la esfera pública, a base de mezclarla peligrosamente con la privada… Al menos hasta que la crisis ha hecho bajar la liquidez y ha ocurrido lo mismo que sucede cuando se seca un pantano: que aparecen las ruinas de los pueblos… o, como en casos muy recientes y cercanos, de los aeropuertos abandonados y sin aviones.

Ruinas negras, dinero negro, novela negra.

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Títulos comentados:

-Todo Marlowe. Raymond Chandler (recoge toda su obra, publicada entre 1939 y 1959). RBA, Barcelona, 2010 (segunda edición).

-Cosecha roja. Dashiell Hammett (1929). El País/Serie Negra, Barcelona, 2004.

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