“Nosotros enjuiciábamos a los culpables y a los ricos por sobornos y fraude”, dice un fiscal norteamericano miembro de “un cuerpo de élite”. ¡Qué envidia! ¡Un cuerpo de fiscales de élite para combatir la corrupción…! En España también lo tenemos. Lástima que al frente de la Fiscalía Anticorrupción el Gobierno haya nombrado a un amiguete afín al PP: un supuesto súper-fiscal sin experiencia alguna en el tema y que, además, acaba poner trabas a la investigación sobre las ranas que han infectado el Canal de Isabel II.
Lo cenagoso del tema, entre lo económico y lo jurídico, nos permite recurrir a “Presunto Inocente”, magnífica novela negra del subgénero judicial publicada en 1987. Fue un éxito de ventas no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Su autor, Scott Turow, sabía de lo que escribía, pues trabajó durante más de ocho años como fiscal federal y como ayudante del fiscal general de Chicago, para ser luego fichado por un prestigioso bufete de abogados. Sobre este libro y con idéntico título, Alan J. Pakula dirigió en 1990 una notable película protagonizada nada menos que por Harrison Ford.
“Presunto Inocente” encierra, en realidad, dos novelas en una: un apasionante thriller judicial y una profunda historia de amor. Las páginas de este segundo plano –el que describe las relaciones del fiscal protagonista con su mujer y con su amante, asesinada supuestamente por él mismo– son las más brillantes desde un punto de vista literario. Hay capítulos que podrían competir con las mejores novelas de amor de la historia. Pero aquí nos centraremos en la parte judicial.
Independientemente de la trama, lo que más atrae es la descripción del sistema fiscal americano, basado en dos puntales: el fiscal jefe es elegido por votación popular entre candidatos que avalen gran experiencia y formación, y el equipo a sus órdenes lo forma el propio fiscal jefe con los mejores profesionales posibles. Nada de que el Gobierno elija a un fiscal jefe afín, para que éste, a su vez, ponga al frente de la Fiscalía Anticorrupción a un jurista sin experiencia alguna en el tema.
Scott Turow describe la pugna entre dos destacados fiscales que optan por la jefatura. Uno de ellos, Raymond, el jefe del protagonista, muy experimentado sobre todo en los grandes delitos de corrupción, fraude, etc. El otro, Nico, sólo se ha dedicado a los delitos comunes. Al hablar de Raymond, el fiscal protagonista de la novela afirma:
“En la oficina del fiscal, ha habido siempre una especie de división cultural. Una barrera que acabó provocando la ruptura definitiva con Nico. Raymond escogió un cuerpo de élite; una serie de jóvenes abogados, con buenos expedientes de universidades que le gustaban. Y, tras un periodo de aprendizaje, los puso a trabajar en investigaciones especiales”.
Aquí ven el primer paso: abogados jóvenes con los mejores expedientes y a los que luego se forma en la propia fiscalía para afrontar los temas más complejos. ¿Cuál es el resultado? Nos lo cuenta el protagonista, ayudante de Raymond y, por tanto, al frente de ese equipo especial de fiscales:
“Nosotros enjuiciábamos a los culpables y a los ricos por soborno y fraude; nos embarcábamos en investigaciones largas y complejas; aprendimos a salir del paso en actuaciones contra abogados (…) capaces de discutir la interpretación de la ley con los propios jueces y matizar sus indicaciones a los jurados”.
Este equipo de élite es capaz de afrontar cualquier caso, sin que ningún poder, político o económico, se interponga. Y, por supuesto, combaten el crimen organizado, como el de la llamada banda de los Santos y su líder, un tal Harukan, que reinvertía sabiamente los beneficios de todas sus actividades ilícitas:
“Harukan tenía lo que, por carecer de un término más adecuado, debe denominarse la visión de reconocer los principios de la empresa capitalista y los beneficios que iban obteniendo se reinvertían, generalmente, en la adquisición de edificios casi en ruinas del North End en subastas municipales. Con el tiempo, los Santos llegaron a poseer manzanas enteras”.
Mafias del crimen organizado, inversiones y reinversiones inmobiliarias… ¡Qué actual suena todo! Salvo el hecho de que, aquí, el equipo de fiscales de élite esté pilotado por alguien que no parece interesado en hacer saltar más ranas. Con el resultado de que algunos políticos se encuentran frente al mismo dilema que se convierte en la clave de esta gran novela:
“¿Qué es peor? ¿Saber la verdad o encontrarla, decirla o ser creído?»
Pero en nuestra particular charca de corrupción, más de un líder (y más de una lideresa) se niega desde hace años a ver la verdad, aunque sepa bien dónde encontrarla. Y, claro, ya no nos creemos nada de lo que nos diga… pues sospechamos que también él (y ella) son habitantes de la ciénaga.
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Título comentado:
-Presunto Inocente. Scott Turow, 1987. Círculo de Lectores/Mondadori, Barcelona, 1990.
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