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Los primeros espaldas mojadas de los Estados Unidos

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Ella, todos los años, regresaba a su pueblo en Iowa a conmemorar el Día de Acción de Gracias, ese ‘Thanksgiving’ que sólo los gringos celebran (…). Evocan el año cumplido por los fundadores puritanos de la colonia de Massachusetts, llegados a la roca de Plymouth en 1620, huyendo de la intolerancia religiosa de Inglaterra. Yo los llamo, para hilaridad de algunos amigos, los primeros espaldas mojadas de los Estados Unidos. ¿Dónde estaban sus visas, sus tarjetas verdes? Los puritanos eran trabajadores inmigrantes, igualito que los mexicanos que hoy cruzan la frontera sur de los Estados Unidos en busca de trabajo y son recibidos, a veces, a palos y a balazos.”

El inminente racista, populista y fascistoide nuevo presidente de Estados Unidos, que justo estos días aciagos “okupará” la Casa Blanca, no parece capaz de leer más de 140 caracteres seguidos. Ya lo hemos comentado en esta bitácora (http://wp.me/p4F59e-6U). Y sin duda rechazará leer cualquier cosa que venga de esa raza compuesta básicamente, según él, por criminales, narcos y violadores. Así que me apuesto lo que quieran a que ni sabe quién fue Carlos Fuentes (1928-2012), ni conoce la existencia de los dos libros aquí comentados: “Diana o la cazadora solitaria” y “Gringo Viejo”.

            El genio de la literatura mexicana nos cuenta su romance con la actriz norteamericana Diana Soren en la novela que titula con el nombre de su fugaz amante. Un choque de personalidades, de formas de amar y, también, de culturas. Porque con el pretexto de sus amores apasionados con Diana, Carlos Fuentes reflexiona sobre los Estados Unidos de América y su compleja relación de amor-odio con esos otros Estados Unidos de México con los que comparte más de 3.000 kilómetros de frontera.

Si en vez de ser un multimillonario heredero de un inmigrante alemán (su abuelo) que hizo su fortuna con los burdeles y sentó así las bases del futuro emporio inmobiliario de su padre, heredado y ampliado después por el rubiteñido magnate, ¿se imaginan que Trump fuera el caudillo de una tribu india que, en 1620, viera desembarcar en sus tierras a los puritanos? ¿Qué hubiera hecho el gran jefe “Flequillo Dorado”? ¿Quizás construir un muro para que los fundadores de la futura patria no pasaran, invadieran los bosques de los indios, se comieran a sus búfalos y exterminaran civilizaciones ancestrales en su alocada carrera desde la costa atlántica a la pacífica?

Como nos recuerda Carlos Fuentes, aquellos fundadores a quienes los estadounidenses idolatran fueron los primeros “espaldas mojadas”, sin visas ni tarjetas verdes, que pisaron esa tierra…

            “…igualito que los mexicanos que hoy cruzan la frontera sur de los Estados Unidos en busca de trabajo y son recibidos, a veces, a palos y a balazos. ¿Por qué? Porque invaden con su lengua, su comida, su religión, sus brazos, sus sexos, un espacio reservado para la civilización blanca. Son los salvajes que regresan.”

Así, como salvajes, ve Trump a los mexicanos y al resto de inmigrantes (salvo a las modelos rubias eslavas con las que le gusta casarse, o a quienes como su abuelo vengan desde Europa a montar burdeles y a especular en inmuebles). Por eso no sorprende que, como dice Fuentes, al contrario que “los salvajes que regresan”, los puritanos parezcan otro tipo de inmigrante:

            “Los puritanos gozan de la buena conciencia del civilizador. Roban tierras, asesinan indios, decretan la separación sexual, impiden el mestizaje, imponen una intolerancia peor que la que dejaron atrás, cazan brujas imaginarias y son, sin embargo, los símbolos de la inocencia y de la abundancia. Un gran pavo relleno de manzanas, nueces, especias y rociado de salsa espesa confirma a los Estados Unidos, cada mes de noviembre [durante la fiesta de Acción de Gracias], en la certidumbre de su destino doble: la Inocencia y la Abundancia”.

Ya vemos que Trump va sobrado de abundancia, aunque en vez de mostrar inocencia haga alardes de ignorancia. Y de ese racismo que ve a sus vecinos del sur como los indios salvajes que vuelven y a quienes hay que frenar con un muro en la frontera.

MÁS QUE FRONTERA, CICATRIZ

Claro que lo de Trump no es nuevo. Lo vemos en otra novela de Carlos Fuentes que junta a los Estados Unidos del norte con los del sur. En “Gringo Viejo”, nos cuenta la historia de un viejo  periodista norteamericano que se alista en el ejército de Pancho Villa para, literalmente, “hacerse matar”. Y en ese viaje hacia la eternidad conoce a una joven, la señorita Harriet, huérfana de un militar de los EE.UU., y a multitud de personajes que hablan de la Revolución Mexicana y, cómo no, de las siempre complejas relaciones con el poderoso vecino al norte de la frontera. Recordemos esta escena entre Harriet y uno de los revolucionarios, llamado Inocencio Mansalvo:

            “Harriet miró a Mansalvo por primera vez (…). Lo vio inmóvil e impenetrable, cortado en dos desde la barba, y supo que se quedaría vigilando la larga frontera norte de México; para los mexicanos la única causa de la guerra eran siempre los gringos.

            Mansalvo miró sin querer la frontera del lado norteamericano.

            –El gringo viejo decía que ya no hay frontera pa los gringos, ni pal este ni pal oeste ni pal norte, sólo pal sur, siempre pal sur (…).

            –Siempre pal sur –repitió Inocencio Mansalvo–. Qué lástima. Con razón ésta no es frontera, sino que es cicatriz”.

De las consecuencias de Revolución Mexicana y sus raíces económicas ya hemos hablado en esta bitácora al comentar “La serpiente emplumada”, de D.H. Lawrence (http://wp.me/p4F59e-1x). Pero Carlos Fuentes nos recuerda muy bien los orígenes de esta revolución y de qué modo es parte también de la eterna pugna de los mexicanos con sus vecinos del norte, y con muchos otros que entraron en el país azteca atraídos siempre por lo mismo: sus riquezas. Una historia de invasiones que Arroyo, un general de Pancho Villa, resume a Harriet:

“Él contestó retomando su hilo y diciendo que primero los hombres blancos y luego los mestizos que pronto poblaron esta tierra, también ellos sufrieron como los indios; ellos también perdieron sus pequeñas propiedades en beneficio de las haciendas invasoras, las grandes propiedades pagadas desde el extranjero o desde la ciudad de México, convirtiendo en señorones de la noche a la mañana a los que tenía dinero para comprar las tierras en subasta cuando las tierras dejaron de pertenecer a los curas; y los pequeños propietarios, como su propia gente, se encontraron de vuelta arrumbados: lárgate al monte, Arroyito, vive con los indios y conviértete en un soplo de fuego, o arrástrate por el desierto durante el día, como una lagartija, escondida a la sobra del cacto gigante, o asalta de noche como un lobo, corriendo a lo largo del océano seco y huérfano, o conviértete en trabajador aquí en la hacienda…”

La misma historia de todas las explotaciones y colonizaciones: el control de la tierra. Pagado a veces con dinero extranjero, como esas haciendas de otro país latinoamericano, Cuba, que Fidel Castro nacionalizó. Como, casualmente, eran propiedad de grandes empresas norteamericanas, los estadounidenses le colgaron al líder cubano el calificativo de “comunista”… que acabó pesándole tanto que arruinó algunos de los mejores frutos de la revolución.

MENTIRAS QUE SE REPITEN

Y vemos que la historia se repite ahora de otra manera. El mentiroso Trump –quien, por cierto, invierte donde le da la gana, a través de cientos de empresas distribuidas por decenas de países– amenaza a los fabricantes de choches (no sólo a los estadounidense, sino incluso a los japoneses y a los alemanes) con impuestos extraordinarios si osan invertir al otro lado de esa cicatriz que él mismo ha reabierto con México. No quiere que el dinero riegue el desierto de la economía mexicana. Un burdo proteccionismo que se convierte en el mayor estímulo para que cada vez más mejicanos estén dispuestos a saltar la frontera, por más que sean recibidos, como dice Carlos Fuentes, “a palos y a balazos”, por más que se empeñe en construir muros quien promete ser el presidente más estúpido de la historia de los Estados Unidos… y esperemos que también el más breve, porque si sigue metiendo la pata desde el Despacho Oval, no sorprendería mucho que el propio Partido Republicano impulsara un impeachment que devuelva a este personaje a las cloacas de las especulación inmobiliaria que nunca debió abandonar. Si a Clinton le hicieron el impeachment por mentir sobre las felaciones de una becaria, (subrayo, por mentir, no por el asunto en sí)… ¿cuántas mentiras más debe decir Trump, quien además miente sobre temas mucho más transcendentes y, sobre todo, para seguir enriqueciéndose desde la Casa Blanca? ¿Cuánta más postverdad –como dicen ahora los modernos– debe vomitar, con ayuda de sus amigos Putin, Le Pen o Farage, para ganarse la reprobación de los congresistas y senadores de los Estados Unidos?

Aunque, en mi opinión, el nieto del inmigrante alemán y aficionado a casarse con inmigrantes eslavas ha cometido un delito mucho mayor que mentir: ha levantado ya muros y fronteras en la cabeza y en el corazón de millones de norteamericanos:

“ ‘¿Y la frontera de aquí adentro?’, había dicho la gringa tocándose la cabeza: ‘¿Y la frontera de acá adentro?’, había dicho el general Arroyo tocándose el corazón. ‘Hay una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de noche –había dicho el gringo viejo–: la frontera de nuestras diferencias con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos’”.

            Nunca dejen que en su corazón y en su cabeza se alcen fronteras como las que cita Carlos Fuentes, fronteras contra “nuestras diferencias con los demás”, contra los otros, contra los inmigrantes. Son las fronteras más difíciles de superar y siempre acaban convirtiéndose en cicatrices, heridas abiertas por las que perderán mucho más –no sólo “inocencia”, sino también “abundancia”– de lo que creen ganar al levantarlas.

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Títulos comentados:

-Diana o la cazadora solitaria. Carlos Fuentes, 1994. Alfaguara Hispanica, Madrid, 1994.

-Gringo Viejo. Carlos Fuentes, 1958. Unidad Editorial/El Mundo, Madrid, 1999.

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Una economía sin niños no es economía

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

La historia, que interpreta el pasado para entender el futuro, es la disciplina menos gratificante para una especie moribunda”.

Y si la historia deja de tener sentido porque ya no hay futuro, menos sentido tiene aún la economía. La escritora británica Phyllis Dorothy James (1920/2014), conocida como P.D. James, nos narra en su novela “Hijos de hombres” un escenario demográfico de ficción pero que estremece, sobre todo mientras en algunos países, como el nuestro, se reduce la población: ¿Se imaginan un mundo en el que, de pronto, dejaran de nacer niños? ¿Cómo cambiarían la sociedad, la cultura, la política y, por supuesto, la economía?

Demografía y economía son dos disciplinas interrelacionadas. Todo el mundo está de acuerdo en que un excesivo crecimiento de la población es un serio problema económico para un país (que se lo digan a China y su polémica política del “hijo único”). Pero también es evidente lo contrario: un retroceso demográfico dificulta, e incluso puede llegar a frenar, el desarrollo económico.

Los últimos datos nos dicen que en España ya nace cada año menos gente de la que fallece. A esto se suma que el flujo migratorio se ha invertido (no sólo vienen menos inmigrantes, sino que muchos de ellos retornan a sus países de origen, al tiempo que cada vez más españoles, sobre todo jóvenes, emigran como en los años sesenta). El resultado es un retroceso demográfico que, aunque alivie la presión sobre el desempleo, reduce la demanda interna y puede convertirse en un lastre para la ya lenta recuperación económica.

Pero imaginen este factor llevado al extremo. Es lo que nos cuenta esta extraordinaria novela, escrita en 1992 y que tuvo en 2006 una versión cinematográfica bastante libre pero muy interesante, dirigida por Alfonso Cuarón y protagonizada por Clive Owen, Julianne Moore y Michael Caine. Todo comienza por lo que parece una simple crisis demográfica, quizás similar a la que ahora vivimos en algunos países:

Hubiéramos debido darnos por advertidos a comienzos de los años noventa. Ya en 1991, un informe de la Comunidad Europea señalaba un notable descenso en el número de niños nacidos en Europa: 8,2 millones en 1990, con disminuciones particularmente pronunciadas en los países católicos. Creíamos saber las razones, que el descenso era deliberado, consecuencia de actitudes más liberales respecto al control de natalidad y el aborto, el aplazamiento del embarazo por parte de las profesionales dedicadas a sus carreras, el deseo de un nivel de vida superior por parte de las familias”.

¿Les suena? La acción comienza el 1 de enero de 2021, justo al día en que fallece, a causa de una pelea en un bar, el último ser humano nacido en la Tierra. Muere a los 25 años, pues había nacido en 1995… el último año en que se registraron nacimientos en nuestro planeta. Como consecuencia de una inexplicable epidemia de esterilidad masculina cuyo fundamento científico es imposible de encontrar, no hay nacimientos desde 1995, bautizado como el año Omega. Por tanto, lo previsible es que la raza humana se haya extinguido, como mucho, en apenas un siglo, cuando ya hayan muerto todos los nacidos en 1995. Un profesor británico de historia (esa ciencia que deja de tener sentido), un hombre solitario en la cincuentena y que atropelló en un trágico accidente a su propia hija, nos narra cómo ha cambiado ese mundo que, sin hijos, pierde también la esperanza y el sentido de casi todo, incluida, por supuesto, la economía.

Después de Omega, cuando el país se sumió en la apatía, sin que nadie quisiera trabajar, con los servicios casi interrumpidos, la delincuencia incontrolable, toda esperanza y ambición perdidas para siempre, Inglaterra se convirtió en una fruta madura para que él la recogiera”.

Y ese “él” es un dictador, Xan, convertido en el “Guardián de Inglaterra”, que toma el control y ofrece a la población lo único que necesita:

Viven sin esperanza en un planeta moribundo. Lo único que quieren es seguridad, comodidad y placer. El Guardián de Inglaterra puede prometerles las dos primeras cosas, que ya es más de lo que la mayoría de los gobiernos extranjeros consigue hacer”.

Seguridad, comodidad y placer. Un trío poderoso, convincente y… peligroso. Porque en definitiva supone renunciar a lo que un protagonista de la novela define como lo que debería hacer un “gobierno solvente”:

–¿Qué entiende por un gobierno solvente? –preguntó Julian.
–Buen orden público, ausencia de corrupción entre los altos cargos, ausencia de miedo a la guerra y el crimen, una distribución razonablemente equitativa de la riqueza y los recursos, preocupación por la vida del individuo.
–En tal caso no tenemos un gobierno solvente –opinó Luke.
–Tal vez tengamos el mejor gobierno posible en las actuales circunstancias…”.

Seguro que todos votaríamos, en esta España electoral de 2015, a quién nos garantizara este programa de gobierno solvente, en el que además se cita expresamente que haya “ausencia de corrupción entre los altos cargos”. Pero quizás algunos votantes actuales quieran limitarse a aceptar seguridad y comodidad, a cambio de renunciar a todo lo demás. O sueñen incluso con otro concepto más económico de gobierno que aparece en esta novela: un “gobierno generoso”:

La generosidad [afirma el dictador Xan cuando le reprochan haber restringido la inmigración] es una virtud propia de los individuos, no de los gobiernos. Cuando los gobiernos son generosos, es siempre con el dinero de otros, la seguridad de otros, el futuro de otros”.

…Y generando el déficit y las deudas que tendremos que pagar otros, podríamos añadir para completar la reflexión. Seguridad y comodidad, pero nada de generosidad en un mundo sin esperanza.

IMPORTACIÓN DE JÓVENES
Porque no hay nada de generosidad en facilitar la inmigración, pues esa Inglaterra moribunda lo hace sólo para cubrir necesidades económicas básicas de una población cada vez más envejecida. Y para dejarlo más claro, se habla incluso de “importación de jóvenes”:

–¿Le parece justo que haya un edicto que prohíba emigrar a nuestros omegas [se llama así a los últimos nacidos, la generación de 1995]. Pero importamos omegas y jóvenes de los países más pobres para que hagan los trabajos sucios, limpien las alcantarillas, cuiden a los incontinentes y a los ancianos.
–Están ávidos por venir, supongo que porque encuentran una mayor calidad de vida (…).
–Vienen a comer (…). Luego, cuando se hacen viejos, el límite de edad son los sesenta años, ¿verdad?, los envían de vuelta tanto si quieren como si no”.

Esto también suena bastante actual. Sobre todo cuando, después de “importar” masivamente inmigrantes, ahora estamos “exportando” población que se marcha ante la falta de expectativas económicas. Pero el límite de edad no está ya en esos sesenta años en los que se supone que entras en la vejez (lo que multiplica los gastos públicos en pensiones y en esa sanidad cada vez más restrictiva para los inmigrantes), sino que ha bajado a menos de la mitad: son nuestros jóvenes los que se van, “tanto si quieren como si no”… huyendo del paro.

Quedarse sin jóvenes con capacidad de trabajar es el primer efecto económico evidente de una interrupción súbita de los nacimientos. Pero hay muchos otros. ¿Qué pasaría, por ejemplo, con el mercado inmobiliario? Directamente, desaparecería. El protagonista, que habita en solitario una gran casa de Oxford, lo explica así:

Esta estrecha casa de cinco pisos es demasiado grande para mí, naturalmente, pero con el actual descenso de la población no es muy probable que me critiquen por no compartir lo que me sobra. No hay estudiantes que reclamen a gritos una habitación de alquiler, ni jóvenes familias sin hogar que remuerdan la conciencia social de los más privilegiados”.

Además, el campo poco a poco se desertiza, ya que las autoridades animan a que la decreciente población se concentre en núcleos urbanos, donde es más fácil suministrar, con recursos cada vez más escasos, las necesidades básicas, pues…

…el Guardián había prometido mantener el suministro de luz y energía, a ser posible hasta el final”.

Entre esas necesidades básicas destaca una: la seguridad. Lo explica uno de los consejeros del Guardián de Inglaterra, para justificar la existencia de la Colonia Penal de Man, la isla donde se abandona a los delincuentes a su suerte, sin ningún tipo de sistema penitenciario, entre otras cosas porque no hay recursos ni personal para mantenerlo:

–En cuanto a lo de emplear un gobernador o funcionarios de prisiones que impongan el orden… ¿Dónde piensa encontrarlos? (…) El pueblo ya está harto de delincuentes y delincuencia (…) Se ha intentado de todo para curar la criminalidad del hombre (…). Ahora, desde Omega, el pueblo nos ha dicho ‘basta’. Sacerdotes, psiquiatras, criminólogos… Ninguno ha encontrado respuesta. Lo que nosotros garantizamos es la desaparición del miedo, de la escasez, del aburrimiento. Las restantes libertades carecen de sentido cuando no se está libre del miedo”.

UNA INDUSTRIA MONTADA EN TORNO AL DELINCUENTE
¿Cuántas veces, a lo largo de la historia, se ha recurrido al miedo para recortar libertades? Simplificar el sistema penal, aislar a los delincuentes en una isla donde deben matarse entre ellos para subsistir, es una receta fácil y, además, barata, económica, como explica el propio Xan en este mismo diálogo:

Sin embargo, el antiguo sistema no estaba completamente desprovisto de ventajas, ¿verdad? La policía estaba bien pagada. Y a las clases medias les iba muy bien así: educadores, asistentes sociales, magistrados, jueces, funcionarios de justicia… Toda una provechosa industria montada en torno al delincuente. Tu profesión, Felicia, [se dirige a una consejera antigua jurista] era de las que más se beneficiaba, ejerciendo sus costosas funciones legales para conseguir que la gente fuese condenada de modo que sus colegas pudieran tener la satisfacción de trastocar el veredicto en los tribunales de apelación. En la actualidad, fomentar la delincuencia es un lujo que no podemos permitirnos, ni siquiera para proporcionar un confortable medio de vida a los liberales de clase media”.

La justicia, como tantos otros servicios públicos, convertida en un “lujo”. Otra de las estremecedoras paradojas de un mundo moribundo. Pero no la única. Desaparecen sectores productivos enteros (entre ellos, uno de los primeros, por razones obvias, el del juguete), es el fin de la ecología y de los esfuerzos por proteger la naturaleza (“¿Por qué conservar lo que iban a tener en abundancia?”) y, por supuesto, se termina la protección social para los ancianos dependientes: el gobierno fomenta suicidios colectivos –en apariencia voluntarios pero en realidad organizados por las fuerzas del orden– para eliminar a la población que ya no puede valerse por sí misma.

Este escenario social, política y económicamente apocalíptico, sufre un inesperado giro final, que no desvelaré. Y, sobre todo, nos hace reflexionar sobre la importancia de un adecuado equilibrio demográfico que no adelante en la historia del hombre la cita bíblica tomada para justificar el título de esta impresionante novela:

Señor, Tú has sido nuestro refugio, de una generación a otra. Antes de que existieran las montañas o fueran creados la tierra y el mundo: Tú eres Dios de lo perdurable y mundo sin fin. Tú vuelves al hombre a la destrucción; de nuevo dices: Venid de nuevo a mí, hijos de hombres. Pues un millar de años a tus ojos son como ayer, pues ves lo pasado como un vigía de la noche”.

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Título comentado:

Hijos de hombres. P. D. James, 1992. Ediciones B, Barcelona, 1994.

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