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De Palmira a Inglaterra, una historia de amor 1.800 años antes del Brexit

“La más evocadora de todas es la historia de Barates (…). Se desconoce lo que le hizo viajar más de 6.000 kilómetros a través del mundo (probablemente, el trayecto más largo que nadie realizara en este libro).”.

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

El viaje de este sirio llamado Barates comenzó en Palmira y terminó cerca de la actual South Shields, una ciudad costera al noreste de Inglaterra. A muchos de los sirios que ahora huyen de la guerra les gustaría llegar tan lejos como Barates, tanto en su viaje como en su historia de amor, pues se casó con una hermosa damisela del norte de Londres. Pero a los actuales migrantes les va a ser cada vez más difícil repetir la historia de nuestro protagonista. Quizás, porque el viaje de este palmireno se produjo unos 1.800 años antes del Brexit, de la ceguera europea y del resurgimiento de los nacionalismos xenófobos (y permítanme esta redundancia, pues todos los nacionalismos son xenófobos y, como canta Jorge Drexler, “no hay pueblo que no se haya creído el pueblo elegido”).

Brexit, ceguera, nacionalismos… tres factores que, entre muchos otros, están levantando muros más altos e infranqueables que el que levantó el emperador Adriano muy cerca de la citada localidad inglesa. La diferencia es que ese muro separaba del bárbaro e incivilizado norte una auténtica unión europea que permitía que un ciudadano romano como el propio Adriano, nacido cerca de la actual Sevilla, llegara a emperador, o que otro originario de Palmira, como Barates, acabara trabajando y prosperando a 6.000 kilómetros de su lugar de nacimiento.

Aunque esta bitácora va de literatura y economía, de vez en cuando deja espacio a obras no estrictamente literarias, a condición de que estén escritas como las mejores novelas. Y eso es el último libro de la historiadora inglesa Mary Beard: “SPQR” es, como reza su subtítulo, “una historia de la antigua Roma”. No es “la Historia”, con mayúsculas. Es sólo “una historia”, pero tan maravillosamente narrada que incluso sorprenderá a quienes crean saberlo ya casi todo sobre la civilización romana.

Esta historia está cargada, evidentemente, de Historia, de Economía, de Sociología, pero todo ello narrado con una agilidad y un gusto por los detalles humanos y personales (como la vida de Barates) que permite leerla como una auténtica novela. No sorprende que su ya muy prestigiosa autora, Mary Beard, haya ganado el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2016.

CIUDADANOS DEL MUNDO
Los contenidos económicos de “SPQR” son muchos y enriquecedores. Pero me detendré sólo en los relacionados con ese mundo sin fronteras de hace 2.000 años, en el que eran normales cosas que hoy día nos parecen imposibles. La más importante de las cuales fue que cualquier persona ganara la ciudadanía romana (sin perder la suya propia) por el mero hecho de habitar dentro de las fronteras de ese imperio cuya extensión superó a la de la actual Unión Europea:

“En el año 212 d.C. [apenas cien años después de la construcción del Muro de Adriano], el emperador Caracalla decretó que todos los habitantes libres del Imperio Romano, donde quiera que habitasen, desde Escocia hasta Siria, eran ciudadanos romanos. Fue una decisión revolucionaria que eliminó de un plumazo la diferencia legal entre gobernantes y gobernados, y la culminación de un proceso que se había prolongado durante casi un milenio. Más de treinta millones de provincianos se convirtieron legalmente en romanos de la noche a la mañana. Fue una de las mayores concesiones de ciudadanía, si no la mayor, de la historia universal”.

Cierto que casi siempre Roma imponía su dominio mediante guerras crueles, aunque nunca tanto como las de ahora (¿hace falta recordar Hisoshima, los genocidios de Hitler o lo que está pasando en Siria?). Y también es verdad que muchos de los “romanizados” no querían tal ciudadanía. Sin embargo, ser romano te daba muchas ventajas, como también al Imperio que te convertía en ciudadano para que dejaras de ser enemigo. E incluso podías ser romano conservando tu ciudadanía anterior, como ya hizo Roma, mil años antes de Caracalla, cuando comenzó a extender su poder sobre la península itálica:

“A algunas comunidades de las amplias zonas del centro de Italia, los romanos extendieron su ciudadanía romana. A veces esto suponía plenos derechos y privilegios, entre ellos el derecho a votar o a presentarse a las elecciones romanas sin dejar de ser al mismo tiempo ciudadano de una ciudad local”.

Los romanos entendieron muy pronto la necesidad de integrar al otro: no sólo a la persona, sino también a su religión. Ningún panteón es más rico y variado que el romano, cuya tolerante visión de la religión sólo chocó con los monoteísmos judío y cristiano, y gracias a que el islámico aún no existía. Quien proclama que sólo su dios es el verdadero, rara vez acepta que ese mismo dios tenga otros nombres o se haya manifestado de diferentes formas en otros sitios. Pero los romanos, que aparte de ser tremendamente prácticos también sentían un profundo respeto por la religión, entendieron que ser tolerante con las creencias del otro es el primer paso para acercarse a él.

Esa amplitud de miras es la que echamos de menos ahora, en estos tiempos en los que el Brexit ha desplazado el Muro de Adriano unos 560 kilómetros al sur, hasta las orillas británicas del Canal de la Mancha; o en los que ese ignorante fascista y pésimo empresario llamado Donald Trump (por cierto, descendiente de inmigrantes) amenaza con construir un muro en los 3.185 kilómetros de frontera entre los Estados Unidos de América y los Estados Unidos de México (que así se llama el país azteca); ese muro que, por cierto, según Obama sólo serviría para encerrar dentro de sí mismo a los EE.UU. del norte.

Con estos nuevos muros fruto de la xenofobia, la estupidez y los nacionalismos, no serían posibles historias de amor e integración como la que abría este artículo, la de Barates. No sabemos qué le hizo llegar tan lejos doscientos años después de Cristo, pero sí nos dejó constancia de lo que consiguió:

“Se desconoce lo que le hizo viajar más de 6.000 kilómetros a través del mundo (…). Puede que fuera el comercio, o quizás tuviera alguna relación con el ejército. Se asentó en Britania el tiempo suficiente para casarse con Regina (“Reina”), una ex esclava britana. A su muerte a los treinta años de edad, Barates le dedicó una lápida cerca del fuerte romano de Arbeia, en South Shields. En ella se describe a Regina que, como indica el epitafio, había nacido y se había criado justo al norte de Londres, como si fuera una majestuosa matrona palmirena”.

Y otra prueba de que la romanización de Barates no le hizo olvidar ni perder sus raíces, se descubre en los idiomas que utilizó en la lápida:

“Debajo del texto en latín, Barates hizo inscribir el nombre de su mujer en la lengua aramea de su tierra natal”.

Que tomen nota los palurdos xenófobos del Brexit: el inglés aún no existía, la lengua franca era el latín, pero los nuevos romanos, como Barates, aún conservaban su lengua y su cultura, pues la lápida encontrada al norte de Inglaterra es muy similar a las muchas descubiertas en la entonces ciudad romana de Palmira (antes de que otros radicales ignorantes, los del Daesh, la atacaran). Y, por cierto, aunque el latín del Imperio Romano sea ahora una lengua muerta (y en proceso de extinción total gracias a la fabulosa reforma educativa del PP), el arameo aún lo hablan 400.000 personas (de diversas religiones) en esos países de Oriente Medio eternamente castigados por guerras mucho más crueles que las de los romanos.

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Título comentado:

-SPQR. Una historia de la antigua Roma. Mary Beard, 2015. Crítica, Editorial Planeta, Barcelona, 2016.

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Una economía sin niños no es economía

Fotografía: © M.M.Capa

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La historia, que interpreta el pasado para entender el futuro, es la disciplina menos gratificante para una especie moribunda”.

Y si la historia deja de tener sentido porque ya no hay futuro, menos sentido tiene aún la economía. La escritora británica Phyllis Dorothy James (1920/2014), conocida como P.D. James, nos narra en su novela “Hijos de hombres” un escenario demográfico de ficción pero que estremece, sobre todo mientras en algunos países, como el nuestro, se reduce la población: ¿Se imaginan un mundo en el que, de pronto, dejaran de nacer niños? ¿Cómo cambiarían la sociedad, la cultura, la política y, por supuesto, la economía?

Demografía y economía son dos disciplinas interrelacionadas. Todo el mundo está de acuerdo en que un excesivo crecimiento de la población es un serio problema económico para un país (que se lo digan a China y su polémica política del “hijo único”). Pero también es evidente lo contrario: un retroceso demográfico dificulta, e incluso puede llegar a frenar, el desarrollo económico.

Los últimos datos nos dicen que en España ya nace cada año menos gente de la que fallece. A esto se suma que el flujo migratorio se ha invertido (no sólo vienen menos inmigrantes, sino que muchos de ellos retornan a sus países de origen, al tiempo que cada vez más españoles, sobre todo jóvenes, emigran como en los años sesenta). El resultado es un retroceso demográfico que, aunque alivie la presión sobre el desempleo, reduce la demanda interna y puede convertirse en un lastre para la ya lenta recuperación económica.

Pero imaginen este factor llevado al extremo. Es lo que nos cuenta esta extraordinaria novela, escrita en 1992 y que tuvo en 2006 una versión cinematográfica bastante libre pero muy interesante, dirigida por Alfonso Cuarón y protagonizada por Clive Owen, Julianne Moore y Michael Caine. Todo comienza por lo que parece una simple crisis demográfica, quizás similar a la que ahora vivimos en algunos países:

Hubiéramos debido darnos por advertidos a comienzos de los años noventa. Ya en 1991, un informe de la Comunidad Europea señalaba un notable descenso en el número de niños nacidos en Europa: 8,2 millones en 1990, con disminuciones particularmente pronunciadas en los países católicos. Creíamos saber las razones, que el descenso era deliberado, consecuencia de actitudes más liberales respecto al control de natalidad y el aborto, el aplazamiento del embarazo por parte de las profesionales dedicadas a sus carreras, el deseo de un nivel de vida superior por parte de las familias”.

¿Les suena? La acción comienza el 1 de enero de 2021, justo al día en que fallece, a causa de una pelea en un bar, el último ser humano nacido en la Tierra. Muere a los 25 años, pues había nacido en 1995… el último año en que se registraron nacimientos en nuestro planeta. Como consecuencia de una inexplicable epidemia de esterilidad masculina cuyo fundamento científico es imposible de encontrar, no hay nacimientos desde 1995, bautizado como el año Omega. Por tanto, lo previsible es que la raza humana se haya extinguido, como mucho, en apenas un siglo, cuando ya hayan muerto todos los nacidos en 1995. Un profesor británico de historia (esa ciencia que deja de tener sentido), un hombre solitario en la cincuentena y que atropelló en un trágico accidente a su propia hija, nos narra cómo ha cambiado ese mundo que, sin hijos, pierde también la esperanza y el sentido de casi todo, incluida, por supuesto, la economía.

Después de Omega, cuando el país se sumió en la apatía, sin que nadie quisiera trabajar, con los servicios casi interrumpidos, la delincuencia incontrolable, toda esperanza y ambición perdidas para siempre, Inglaterra se convirtió en una fruta madura para que él la recogiera”.

Y ese “él” es un dictador, Xan, convertido en el “Guardián de Inglaterra”, que toma el control y ofrece a la población lo único que necesita:

Viven sin esperanza en un planeta moribundo. Lo único que quieren es seguridad, comodidad y placer. El Guardián de Inglaterra puede prometerles las dos primeras cosas, que ya es más de lo que la mayoría de los gobiernos extranjeros consigue hacer”.

Seguridad, comodidad y placer. Un trío poderoso, convincente y… peligroso. Porque en definitiva supone renunciar a lo que un protagonista de la novela define como lo que debería hacer un “gobierno solvente”:

–¿Qué entiende por un gobierno solvente? –preguntó Julian.
–Buen orden público, ausencia de corrupción entre los altos cargos, ausencia de miedo a la guerra y el crimen, una distribución razonablemente equitativa de la riqueza y los recursos, preocupación por la vida del individuo.
–En tal caso no tenemos un gobierno solvente –opinó Luke.
–Tal vez tengamos el mejor gobierno posible en las actuales circunstancias…”.

Seguro que todos votaríamos, en esta España electoral de 2015, a quién nos garantizara este programa de gobierno solvente, en el que además se cita expresamente que haya “ausencia de corrupción entre los altos cargos”. Pero quizás algunos votantes actuales quieran limitarse a aceptar seguridad y comodidad, a cambio de renunciar a todo lo demás. O sueñen incluso con otro concepto más económico de gobierno que aparece en esta novela: un “gobierno generoso”:

La generosidad [afirma el dictador Xan cuando le reprochan haber restringido la inmigración] es una virtud propia de los individuos, no de los gobiernos. Cuando los gobiernos son generosos, es siempre con el dinero de otros, la seguridad de otros, el futuro de otros”.

…Y generando el déficit y las deudas que tendremos que pagar otros, podríamos añadir para completar la reflexión. Seguridad y comodidad, pero nada de generosidad en un mundo sin esperanza.

IMPORTACIÓN DE JÓVENES
Porque no hay nada de generosidad en facilitar la inmigración, pues esa Inglaterra moribunda lo hace sólo para cubrir necesidades económicas básicas de una población cada vez más envejecida. Y para dejarlo más claro, se habla incluso de “importación de jóvenes”:

–¿Le parece justo que haya un edicto que prohíba emigrar a nuestros omegas [se llama así a los últimos nacidos, la generación de 1995]. Pero importamos omegas y jóvenes de los países más pobres para que hagan los trabajos sucios, limpien las alcantarillas, cuiden a los incontinentes y a los ancianos.
–Están ávidos por venir, supongo que porque encuentran una mayor calidad de vida (…).
–Vienen a comer (…). Luego, cuando se hacen viejos, el límite de edad son los sesenta años, ¿verdad?, los envían de vuelta tanto si quieren como si no”.

Esto también suena bastante actual. Sobre todo cuando, después de “importar” masivamente inmigrantes, ahora estamos “exportando” población que se marcha ante la falta de expectativas económicas. Pero el límite de edad no está ya en esos sesenta años en los que se supone que entras en la vejez (lo que multiplica los gastos públicos en pensiones y en esa sanidad cada vez más restrictiva para los inmigrantes), sino que ha bajado a menos de la mitad: son nuestros jóvenes los que se van, “tanto si quieren como si no”… huyendo del paro.

Quedarse sin jóvenes con capacidad de trabajar es el primer efecto económico evidente de una interrupción súbita de los nacimientos. Pero hay muchos otros. ¿Qué pasaría, por ejemplo, con el mercado inmobiliario? Directamente, desaparecería. El protagonista, que habita en solitario una gran casa de Oxford, lo explica así:

Esta estrecha casa de cinco pisos es demasiado grande para mí, naturalmente, pero con el actual descenso de la población no es muy probable que me critiquen por no compartir lo que me sobra. No hay estudiantes que reclamen a gritos una habitación de alquiler, ni jóvenes familias sin hogar que remuerdan la conciencia social de los más privilegiados”.

Además, el campo poco a poco se desertiza, ya que las autoridades animan a que la decreciente población se concentre en núcleos urbanos, donde es más fácil suministrar, con recursos cada vez más escasos, las necesidades básicas, pues…

…el Guardián había prometido mantener el suministro de luz y energía, a ser posible hasta el final”.

Entre esas necesidades básicas destaca una: la seguridad. Lo explica uno de los consejeros del Guardián de Inglaterra, para justificar la existencia de la Colonia Penal de Man, la isla donde se abandona a los delincuentes a su suerte, sin ningún tipo de sistema penitenciario, entre otras cosas porque no hay recursos ni personal para mantenerlo:

–En cuanto a lo de emplear un gobernador o funcionarios de prisiones que impongan el orden… ¿Dónde piensa encontrarlos? (…) El pueblo ya está harto de delincuentes y delincuencia (…) Se ha intentado de todo para curar la criminalidad del hombre (…). Ahora, desde Omega, el pueblo nos ha dicho ‘basta’. Sacerdotes, psiquiatras, criminólogos… Ninguno ha encontrado respuesta. Lo que nosotros garantizamos es la desaparición del miedo, de la escasez, del aburrimiento. Las restantes libertades carecen de sentido cuando no se está libre del miedo”.

UNA INDUSTRIA MONTADA EN TORNO AL DELINCUENTE
¿Cuántas veces, a lo largo de la historia, se ha recurrido al miedo para recortar libertades? Simplificar el sistema penal, aislar a los delincuentes en una isla donde deben matarse entre ellos para subsistir, es una receta fácil y, además, barata, económica, como explica el propio Xan en este mismo diálogo:

Sin embargo, el antiguo sistema no estaba completamente desprovisto de ventajas, ¿verdad? La policía estaba bien pagada. Y a las clases medias les iba muy bien así: educadores, asistentes sociales, magistrados, jueces, funcionarios de justicia… Toda una provechosa industria montada en torno al delincuente. Tu profesión, Felicia, [se dirige a una consejera antigua jurista] era de las que más se beneficiaba, ejerciendo sus costosas funciones legales para conseguir que la gente fuese condenada de modo que sus colegas pudieran tener la satisfacción de trastocar el veredicto en los tribunales de apelación. En la actualidad, fomentar la delincuencia es un lujo que no podemos permitirnos, ni siquiera para proporcionar un confortable medio de vida a los liberales de clase media”.

La justicia, como tantos otros servicios públicos, convertida en un “lujo”. Otra de las estremecedoras paradojas de un mundo moribundo. Pero no la única. Desaparecen sectores productivos enteros (entre ellos, uno de los primeros, por razones obvias, el del juguete), es el fin de la ecología y de los esfuerzos por proteger la naturaleza (“¿Por qué conservar lo que iban a tener en abundancia?”) y, por supuesto, se termina la protección social para los ancianos dependientes: el gobierno fomenta suicidios colectivos –en apariencia voluntarios pero en realidad organizados por las fuerzas del orden– para eliminar a la población que ya no puede valerse por sí misma.

Este escenario social, política y económicamente apocalíptico, sufre un inesperado giro final, que no desvelaré. Y, sobre todo, nos hace reflexionar sobre la importancia de un adecuado equilibrio demográfico que no adelante en la historia del hombre la cita bíblica tomada para justificar el título de esta impresionante novela:

Señor, Tú has sido nuestro refugio, de una generación a otra. Antes de que existieran las montañas o fueran creados la tierra y el mundo: Tú eres Dios de lo perdurable y mundo sin fin. Tú vuelves al hombre a la destrucción; de nuevo dices: Venid de nuevo a mí, hijos de hombres. Pues un millar de años a tus ojos son como ayer, pues ves lo pasado como un vigía de la noche”.

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Título comentado:

Hijos de hombres. P. D. James, 1992. Ediciones B, Barcelona, 1994.

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Sexo y revolución industrial… o mexicana

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Fotografía: © M.M.Capa

“Sintió su pene elevándose contra ella con una fuerza silenciosa, deslumbrante y potente, y se entregó a él. Cedió con un estremecimiento como de agonía y se abrió por completo a él”.

Tranquilos, no han entrado por error en un blog erótico. Lo que acaban de leer es sólo uno de los muchos párrafos de un clásico de la literatura… Iba a escribir “erótica”. Pero no es correcto: “El amante de Lady Chatterley” es mucho más. La novela de David Herbert Lawrence (1885-1930) fue prohibida en la timorata Gran Bretaña de su época y vio la luz por primera vez en Florencia, en 1928. No se editaría en el Reino Unido hasta 1959, casi treinta años después de la muerte de su autor, un hombre de potente personalidad, crítico con el sistema y en continua búsqueda de otros mundos y otros modos, lo que le llevó a una especie de exilio voluntario que él mismo definió como su “peregrinación salvaje”: Australia, Italia, Ceilán, Estados Unidos, México, sur de Francia (donde falleció)… Lawrence apenas volvió a pisar Inglaterra salvo un par de veces.

Que era un escritor diferente, difícil de encajar en su época, se aprecia en pasajes como el que acaban de leer, que nos describen los encuentros entre Lady Chatterley (cuyo marido volvió parapléjico de la guerra) y su fogoso guardabosques. Los párrafos cargados de erotismo agitan toda la novela del mismo modo que, ante las arremetidas de su amante, la aristócrata sentía que “las profundidades se agitaban y removían en oleadas amplias e interminables”.

Pero esta extraordinaria novela está cargada también de economía. Igual que nos narra cómo una aristócrata cede a sus impulsos, nos relata cómo la vieja economía de la vieja Inglaterra se ha transformado ante los impulsos de la revolución industrial. El capítulo XI, por ejemplo, está repleto de agudas referencias a esta transformación:

“¡La Inglaterra de Shakespeare! No, era la Inglaterra de hoy (…). Aquella Inglaterra estaba produciendo una nueva raza humana, supersensitiva al dinero, a lo social y a lo político (…). Una Inglaterra eliminado a la otra. Las minas habían llevado la riqueza a los palacios. Ahora estaba acabando con ellos como antes habían acabado con las casas de campo. La Inglaterra industrial acaba con la Inglaterra agrícola (…). Y la continuidad no es orgánica, sino mecánica”.

Poco más adelante, en el mismo capítulo, un caballero amigo de la protagonista lanza una afirmación que podría ilustrar el eterno debate sobre el desarrollo sostenible:

“Quizás los mineros no sean tan decorativos como los ciervos, pero son mucho más productivos”.

La ruda transformación del país y de sus habitantes incluso se hace carne en una novela tan carnal como la de D.H. Lawrence:

“El hierro y el carbón habían carcomido profundamente los cuerpos y las almas de los hombres. ¡La fealdad hecha carne y además viva! [Los mineros eran]… Criaturas de otro mundo, partículas elementales de los elementos del carbón, como los metalúrgicos eran partículas elementales de los elementos del hierro. Hombres que no eran hombres, sino ánimas de carbón, hierro y arcilla (…) ¡El alma de la desintegración mineral!”

Antes de narrarnos la revolución industrial, el autor nos habla (en el capítulo VI) del auténtico nuevo elemento que la mueve, no sólo a ella, sino a todo lo demás. No es ni el carbón ni el acero, sino algo mucho más líquido:

“Dinero se necesita siempre. Dinero, éxito, la diosa bastarda…”

“¡La diosa bastarda! ¡Bien, si había que prostituirse, mejor hacerlo a una diosa sin vergüenza! Uno podía siempre despreciarla incluso en el acto de prostituirse a ella, y eso era bueno”.

“Simplemente para que el asunto siguiera funcionando mecánicamente hacía falta dinero (…). Hay que tener dinero. Realmente no hace falta ninguna otra cosa. ¡Así es la vida!”

 “¡Hacer dinero! ¡Hacerlo! De la nada. ¡Sacándolo del aire! ¡La última hazaña de la que podía uno enorgullecerse.”

¿No les suena esto a lo que ahora llamamos apalancamiento financiero, es decir, hacer dinero de la nada?

Aunque, para ver surgir algo de la nada, hay que acudir a otra obra de Lawrence, también capaz de describirnos como nadie otra revolución: la mexicana. Y lo hace sin renunciar a profundas dosis de sensualidad, encarnada en su protagonista:

“Para él Kate no era sino la respuesta a su llamada, la vaina para su espada, la nube para sus rayos, la tierra para su lluvia, el combustible para su fuego”.

Kate Leslei, viuda irlandesa de viaje por México, se encuentra atrapada entre dos hombres, un general postrevolucionario e indio, y un terrateniente de origen español. Ambos quieren resucitar a “La serpiente emplumada” (así se titula la novela de Lawrence), a los viejos dioses aztecas, para dar respuesta a lo que no ha podido responder la revolución. La protagonista acaba casada con el general y atrapada en un país y en una sensualidad que no entiende, aunque al final de la obra llega a pensar:

“Todo es sexo (…). ¡Y qué bello es el sexo cuando un hombre lo guarda sagrado y fuerte como llenando con él el mundo!”.

Está en el México de los años veinte, más de una década después la fuga del presidente Porfirio Díaz. Un país que busca una salida económica y social a la oleada de revoluciones. Fallidos intentos cuyo resultado nos resume un joven profesor universitario:

“Siendo mejicano hay que ser más mejicano que humano (…). En Méjico hay que odiar al capitalista porque si no no se puede vivir. Es imposible ser humano. Hay que ser socialista mejicano o capitalista mejicano, y por lo tanto odiar. No hay otra solución. Odiamos al capitalista porque arruina al país y al pueblo. Tenemos que odiarle a la fuerza”.

En ese odio y esa desesperanza…

“Los habitantes del pueblo vivían en continua zozobra temiendo sobre todo a los bandidos y a los bolcheviques. Los bandidos son ni más ni menos que individuos de pueblos perdidos que, sin dinero, sin trabajo y sin esperanza, se dedican a robar y algunas veces a matar, pero no por oficio (…). Los bolcheviques parece que nacen en los ferrocarriles. En dondequiera que se tienda la vía férrea y comienzan a pasar convoyes con compartimentos de primera y de segunda, nace el espíritu de animosidad y de rebelión que da origen a la protesta y al bolchevismo”.

Capitalismo, industrialización, bandidos, bolcheviques, desarrollismo…

“Así como antiguamente todo individuo soñaba con ser dueño de un caballo y de una espada, ahora aspiraban todos a tener un auto. Como antes las mujeres deseaban una casa y un palco en el teatro, ahora soñaban con una `máquina´. Y los pobres seguían el ejemplo de la clase media”.

 Pero todo en la novela remite al fatalismo impreso en los símbolos de los antiguos dioses, idéntico al que atrapa a Kate, “lo mismo que un pájaro que se siente enroscado con una serpiente”. Porque, como afirma Don Ramón, el cacique que sueña con convertirse en el dios Quetzalcóalt:

“Méjico libre es una utopía (…). El bolchevismo es también una utopía, y el capitalismo igual, y la libertad un cambio de cadenas”.

Casi un siglo después, tras incontables revoluciones, dictaduras, crisis económicas y décadas perdidas, la auténtica libertad para la Latinoamérica emergente ya no parece una utopía. ¿O sí? A lo mejor hay que preguntarles a los mejicanos que se alzan contra el poder de los cárteles de la droga, o a los brasileños que protestan contra los fastos del Mundial de Fútbol.

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Títulos comentados:

-El amante de Lady Chatterley. David Herbert Lawrence, 1928. Ediciones Orbis y RBA, Barcelona, 1982.

La serpiente emplumada. David Herbert Lawrence, 1926. Editorial Losada, Buenos Aires, 1958.

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