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Juego de Tronos (1): Inversión en burdeles y crisis de deuda

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Hoy en día, los burdeles son una inversión mucho más segura que los barcos. Las putas no suelen hundirse, y si las abordan los piratas, es previo pago de dinero contante y sonante”.

Este consejo para inversores, digno del mejor gestor de fondos, es sólo una de las muchas y acertadas referencias económicas que aparecen en la espectacular saga  “Canción de hielo y fuego”, del periodista y escritor norteamericano George R.R. Martin (Nueva Jersey, 1948). La recomendación la hace una especie de “superministro” de Economía –implicado además en provocar una gran burbuja de deuda– que aparece en la primera de las seis novelas de esta “Canción…”, la titulada precisamente “Juego de Tronos”.

El título de esta primera obra lo conocen millones de personas de todo el mundo, pues sirvió también para la espectacular serie televisiva de la HBO, sin duda a la altura de esta monumental novela río de tono medieval. Sus seis grandes tomos (en torno a 800 páginas cada uno) nos recuerdan a las historias artúricas, a Tolkien e incluso a los intensos dramas familiares y dinásticos del mismísimo William Shakespeare.

Pero las seis brillantes piezas de la “Canción de hielo y fuego” introducen un factor que apenas aparece ni en las crónicas del Rey Arturo ni en las más de mil quinientas páginas de “El Señor de los Anillos”. Con Tolkien no sabemos de dónde sale el dinero, quién paga a los soldados o siquiera qué comen los protagonistas (salvo ese pan élfico que parece no acabarse nunca). Sin embargo, aunque en “Juego de Tronos” tampoco faltan los elementos míticos, los dioses “antiguos y nuevos”, la magia, los lobos “huargos”, los dragones y hasta los muertos vivientes, es permanente la preocupación del autor por el contexto económico en que se desarrollan las aventuras.

Buena parte del éxito tanto de la serie televisiva como de las novelas de George R.R. Martin radica en su realismo: desterrados de su lenguaje los nocivos efectos de lo “políticamente correcto”, no se escatiman ni la sangre, ni el sexo, ni la suciedad, ni los sentimientos, ni, por supuesto, el oro, las deudas, los precios de los alimentos o de los mercenarios, el coste de mantener un castillo o un trono, o de contratar una flota de barcos para que Daenerys –esa bella princesa Targaryen, madre de dragones y liberadora de esclavos que ha enamorado a medio mundo–, resuelva su principal problema: tiene dragones, sí, pero no dinero para fletar barcos que crucen el mar Angosto camino de los Siete Reinos de Poniente.

GEOGRAFÍA ECONÓMICA
Esta constante presencia de la economía y las finanzas se aprecia hasta en la peculiar geografía de la “Canción de Hielo y Fuego”: el norte frío y desolado (¿Invernalia es Escocia o incluso Rusia?); los reinos centrales ricos (¿el refinado Altojardín es Francia o Italia? ¿Desembarco del Rey es Inglaterra o Alemania?); el sur exótico y soleado (¿Dorne es España y quizás por eso la quinta temporada, en la que ese reino gana protagonismo, se rodó en Andalucía?); las aún más exóticas ciudades libres y también ricas de Oriente y del mar de Jade (¿Arabia y, más allá, China y el sureste asiático?)… Por no hablar de las referencias históricas al mundo clásico perdido (¿Valyria es Roma?), algunas de ellas tan directas como ese Muro que separa los siete reinos del norte salvaje y helado, igual que el Muro de Adriano marcó la frontera británica entre el Imperio Romano y las inconquistables tierras norteñas de los pictos…

Es imposible no sentirse atrapado por el vigor de esta narración, entre otras cosas por ese realismo que nos hace tan próximos unos protagonistas que sufren, aman, odian, follan y cortan cabezas, manos y hasta pollas… Pero también gastan, se endeudan, mendigan, desfalcan y consumen. Y en eso esta saga literaria vuelve a recordarnos a Shakespeare, que sí metió economía en muchas de sus tragedias, como pronto veremos en este blog, e incluso en su poesía (http://economiaenlaliteratura.com/la-cotizacion-del-amor-en-shakespeare-o-como-rimar-economia-con-poesia/).

Precisamente en la obra del inglés aparecen también los barcos, una de las inversiones más clásicas desde la antigüedad. Esos buques necesarios para transportar ejércitos, pero sobre todo mercancías, siempre sometidos a los riesgos de la piratería y de las tempestades. Los barcos son el tema económico central de una tragedia de Shakespeare que incluso lleva el comercio en su título: “El mercader de Venecia”. Ese comerciante e inversor que “tiene toda su fortuna en el mar”, lo cual le hace caer en las garras del usurero judío que también pretende amputar algo, pues quiere cobrarse su deuda en carne.

LA “CALDERILLA” DE LA DEUDA PÚBLICA
Quien en “Juego de Tronos” –insisto, la primera novela de la serie– desaconseja invertir en barcos es sin duda el personaje más económico de toda la saga: Lord Petyr Baelish, apodado Meñique, consejero de la moneda de la casa Baratheon y de su capital, Desembarco del Rey. Este Meñique que prefiere invertir en burdeles antes que en navíos, actúa como un auténtico ministro de Economía que siempre consigue dinero para financiar las extravagancias y las continuas guerras de sus reyes.

Unos monarcas que, por supuesto, apenas se preocupan de dónde salen los fondos, la “calderilla” que financia su continuo juego de tronos:

“Te lo juro [le dice el rey Robert a su amigo Eddard Stark], sentarse en un trono es mil veces más duro que conquistarlo. La ley es un asunto tedioso, y contar calderilla, aún más”.

Eso le tocará al propio Stark cuando, una vez nombrado mano del rey (algo así como primer ministro), se enfrenta a los enormes gastos de un torneo con el que el monarca quiere festejar tal nombramiento. El adusto norteño se horroriza cuando lee, pormenorizados, los dispendios del torneo en dragones de oro, cuyo valor (por cómo lo usa el autor) podríamos comparar con el ducado de oro español del siglo XV, que valía 375 maravedís, frente a los 34 del real de plata. Contabilizados en lo que parece el dólar de la saga, los costes del torneo llegan a superar los 90.000 dragones de oro sólo en premios para los ganadores, a los que se suman los gastos en “cocineros, carpinteros, doncellas, juglares, malabaristas, bufones…”. El diálogo que sigue podría haberse desarrollado entre el presidente del Eurogrupo y el ministro griego de Economía:

“–¿Podrá cargar el tesoro con los gastos? –preguntó el gran maestre Pycelle [uno de los consejeros del Rey] a Meñique.
–¿A qué tesoro os referís? –replicó Meñique con una mueca–. No digáis tonterías, maestre. Sabéis tan bien como yo que las arcas llevan años vacías. Tendré que pedir prestado el dinero. Los Lannister serán generosos, no me cabe duda. Ya le debemos a lord Tywin más de tres millones de dragones; no importa que sean cien mil más.
–¿Estáis insinuando que la corona tiene deudas por valor de tres millones de piezas de oro –Ned [Stark] estaba atónito.
–La corona tiene deudas por más de seis millones, lord Stark. Los Lannister [¿por qué no los banqueros germanos?] son los principales acreedores, pero también hemos pedido crédito a los Tyrell [de la rica y afrancesada Altojardín], al Banco de Hierro de Braavos y a varias compañías financieras de Tyrosh [¿quizás equivalentes a ciertos bancos de inversión y fondos buitre norteamericanos?]”.

Los apuros financieros de Meñique son tales, que incluso pide dinero al clero:

“Últimamente he tenido que dirigirme a la Fe [una especie de Vaticano]. El septón supremo [equivalente al Papá o, mejor, al director del banco vaticano] regatea mejor que un pescadero de Dorne.
–Aerys Targaryen [el rey depuesto por Robert] dejó las arcas repletas. –Ned no daba crédito a sus oídos–. ¿Cómo habéis permitido que se llegara a esta situación?
–El consejero de la moneda consigue el dinero –replicó Meñique, encogiéndose de hombros–. El rey y la mano lo gastan”.

Una respuesta similar debieron dar muchos ministros de Economía cuando se descubrió, en la reciente crisis de la deuda europea, que sus Estados se habían endeudado muy por encima de sus posibilidades. Toda una lección de realismo que demuestra cómo todos los juegos, sobre todo los de tronos (léase los electorales), siempre cuestan dinero. Eddard Stark tiene que enfrentarse a ese endeudamiento cuyo coste final podría ser todo un reino:

“Robert y su Consejo de cobardes y aduladores dejarían el reino en la ruina si [Stark] no hacía nada. O peor aún, se lo venderían a los Lannister para pagar deudas”.

Una deuda hinchada por personajes como Meñique –muy habituales no sólo en las páginas de esta novela, sino también en las de la prensa económica–. Pero de cómo se convirtió lord Baelish en el auténtico brujo de las finanzas, en el gestor de una crisis que recuerda tanto a las actuales, hablaremos más extensamente en el próximo artículo. El tema merece mucha más atención porque las habilidades financieras de Meñique son muy parecidas a las demostradas por quienes inflaron la burbuja, se forraron con ella, nos arruinaron a todos y, pese a ello, siguen coleando por ahí, aunque quizás deberían haber sido desterrados al Muro (a dónde en “Juego de Tronos” envían a ladrones, asesinos, violadores y malos pagadores) o incluso condenados a que su cabeza decorara (siquiera simbólicamente) una pica enhiesta sobre alguna ruina inmobiliaria.

No se pierdan, pues, el próximo capítulo sobre “Juego de Tronos” en este blog. Porque –como se repite en la saga cada vez que aparece el lema de los Stark– …“winter is coming”. Aunque en nuestras economías, después de siete años de crisis, el invierno aún no se ha ido del todo, y podría volver.

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Título comentado:

-Juego de Tronos. Canción de Hielo y Fuego/1.George R.R. Martin, 1996. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2007. Quinta Reimpresión, enero del 2014.

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