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Juego de Tronos (y 3): El Banco de Hierro que cambia de príncipes… cuando no pagan sus deudas

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“…El Banco de Hierro de Braavos tenía una reputación terrible a la hora de reclamar deudas. Cada una de las Nueve Ciudades Libres tenía su propio banco; algunas contaban con varios, que luchaban por cada moneda como perros por un hueso, pero el Banco de Hierro era más rico y poderoso que todos los demás juntos. Cuando los príncipes dejaban de pagar a los bancos menores, los banqueros arruinados vendían a sus esposas e hijos como esclavos y se cortaban las venas. Cuando dejaban de pagar al Banco de Hierro, nuevos príncipes aparecían de la nada y ocupaban su trono”.

Es la reflexión de John Snow, ya Lord del Muro, tras recibir la visita de un representante del Banco de Hierro y saber que los Lannister habían dejado de pagar sus deudas a tan poderosa entidad.

“Sin duda, los Lannister tenían sus razones para no saldar las deudas del rey Robert –sigue reflexionando Snow–, pero aun así era una estupidez”.

Las mejores referencias a esa especie de súper banco global, capaz de destronar a los príncipes que no pagaban (más o menos lo que pasa ahora con los Gobiernos díscolos), aparece en la quinta y, por ahora, última novela de la saga novelística  “Canción de hielo y fuego”, del periodista y escritor norteamericano George R.R. Martin (Nueva Jersey, 1948). En ella aparecen las reflexiones más serias sobre algo tan importante como la deuda, que ya vimos en los dos artículos anteriores sobre estas grandes novelas fantásticas. Unas obras que destacan en su género porque, además de hablar de dragones, caballeros, princesas y batallas, nunca olvidan la economía que está detrás: de qué vive la gente, cómo se financian los reinos, de dónde sale el dinero, cómo se genera la inflación… qué pasa cuando no pagas tus deudas.

Ya hemos escrito sobre un destacado protagonista de esta saga, Petyr Baelish, alias Meñique (consejero de la moneda del reino), especie de superministro de Economía, al analizar la primera novela (http://economiaenlaliteratura.com/juego-de-tronos-1-inversion-en-burdeles-y-crisis-de-deuda/) y la segunda (http://economiaenlaliteratura.com/juego-de-tronos-2-como-fabricar-dinero-para-pagar-la-deuda-publica/) de las cinco que componen esta “Canción…”. Unas obras popularizadas por la brillante serie televisiva “Juego de Tronos” (que es en realidad el título de la primera novela), ganadora de un Globo de Oro y de 26 Premios Emmy (a los 14 que ya acumulaba se unieron otros 12 en la edición celebrada el 11 de septiembre de 2015).

Mientras ya se está en marcha la producción de la sexta temporada de la serie, el autor de la saga literaria, George R.R. Martín, se ha quedado, de momento, en cinco novelas. Él mismo reconoce que las últimas le han costado bastante más esfuerzo. Y se nota. Aunque en ningún momento pierde el pulso narrativo, lo cierto es que se percibe ya cierto cansancio del autor, sobre todo en la cuarta y la quinta entregas, aunque en ellas resurgen los temas económicos, que prácticamente habían desaparecido en la tercera. De ahí que resumamos en este artículo lo más financiero estas tres últimas novelas de la saga.

EL BANCO SIEMPRE GANA
La economía y las finanzas reaparecen cuando se descubre –tras abandonar Meñique su puesto de responsable de las finanzas de Desembarco del Rey– uno de los grandes errores de los Lannister, y sobre todo de la prepotente y odiosa reina Cersei: dejar de pagar las masivas deudas con el omnipotente Banco de Hierro. Es algo que comienza a percibir el Gnomo Tyrion, el listísimo enano que por un breve periodo (antes de caer en desgracia por ser falsamente acusado del envenenamiento de su sobrino, el estúpido y malvado rey Joffrey) ocupa el puesto de Meñique. De hecho, hay un diálogo –en el tercer capítulo de la tercera temporada de la serie televisiva, no en el libro– que refleja la preocupación de Tyrion ante el enorme endeudamiento que ha heredado de Meñique. El enano está revisando los libros de cuentas, en presencia de su guardaespaldas, el inquietante mercenario Bronn. El diálogo, para quien no tenga el DVD, se puede encontrar, en inglés, en el siguiente enlace de Youtube:  https://www.youtube.com/watch?v=02QgSGH5mQA. Lo reproducimos íntegro, ya que no tiene desperdicio y es una lección resumida sobre cómo funcionan los mercados de deuda:

Tyrion: Durante años he oído que el tal Meñique es un mago. Cuando la Corona necesita dinero, se frota las manos y… ¡puf!… montañas de oro.
Bronn: Deja que lo adivine: no es un mago.
T: No.
B: ¿Lo roba?
T: Peor: Lo pide prestado.
B: ¿Qué tiene de malo?
T: No podemos permitirnos devolverlo, eso tiene de malo. La Corona debe millones a mi padre…
B: Dado que es el culo de su nieto el que se sienta en el trono, supongo que condonará la deuda.
T: ¿Condonar la deuda? ¿Mi padre? Para ser un hombre de mundo, eres curiosamente ingenuo.
B: Nunca he pedido un préstamo, no tengo claras las reglas.
T: Bueno… El principio básico es: yo te presto dinero y, al cabo del tiempo acordado, me lo devuelves… con intereses.
B: ¿Y qué pasa si no lo hago?
T: Bueno, debes hacerlo.
B: ¿Y si no lo hago?
T: Por eso nunca te presto dinero. En cualquier caso, no es mi padre lo que me inquieta. Es el Banco de Hierro de Braavos. Les debemos decenas de millones. Si no logramos pagar los préstamos, el banco financiará a nuestros enemigos. De un modo u otro, ellos siempre recuperan su oro.

La charla termina cuando Bronn y Tyrion se sientan con el joven escudero del enano, que regresa satisfecho de la orgía a la que acababa de invitarle a su señor. Una orgía que, por cierto, le ha salido gratis (el escudero le devuelve a Tyrion la bolsa de monedas con que debía remunerar a las meretrices) merced a sus hasta entonces ignotas habilidades para satisfacer al sexo femenino.

Aunque Bronn, Tyrion y su escudero se sientan en torno a una jarra de vino para escuchar las hazañas sexuales del muchacho, lo cierto es que el Gnomo parece que bebe para olvidar las masivas deudas que acaba de encontrar en la contabilidad de Meñique. Igual que les gustaría emborracharse para olvidar a los ciudadanos de países tan endeudados como Grecia (o como España), tras asistir al efecto que están causando en sus vidas las masivas deudas contraídas por gobernantes irresponsables. Porque endeudarse, en algunos casos y salvando las distancias, sin duda puede parece mucho peor que robar, sobre todo cuando quien endeuda a su país es un político irresponsable, inepto y a menudo corrupto, pero quien tiene que pagar las deudas es el pueblo soberano… y robado, de facto, por ese mismo político aficionado a pedir prestado para financiar burbujas de crecimiento, espejismos de solvencia económica, que le permitan mantenerse en el poder (y en bastantes casos llevarse, de paso, unos cuantos sobres o unos cuantos «tres por cientos» para remunerar su corrupción).

Antes o después, las deudas hay que pagarlas. Sobre todo si se han contraído con ese omnipotente Banco de Hierro, auténtica metáfora de eso que se ha dado en llamar “los mercados”, implacables con las economías que se resisten a devolver lo que deben. Más pronto que tarde, el país que no paga tiene que cambiar, de príncipe como en “Juego de Tronos”, o de política económica, como hemos visto en la “Canción de hielo y… deuda” entonada por doquier desde que estalló la crisis financiera de 2007.

“Juego de Tronos” culmina con este tema de la deuda ese contenido económico tan magnífico como inquietante que impregna las cinco novelas… y que se podría resumir en el lema de Casa Stark que, además, da título al primer capítulo de la serie televisiva: “Winter is coming”. Es muy cierto que “se acerca el invierno”, no sólo en el calendario, sino también en la economía, porque la crisis aún nos mantendrá muy fríos durante bastante tiempo… entre otras cosas porque tenemos al frente gobernantes tan incompetentes, arrogantes y, a menudo, corruptos como la reina Cersei. Y algunos, incluso, sueñan independizarse, amenazan con dejar de pagar sus deudas (aunque pretenden que el Estado del que quieren irse siga pagando las pensiones de sus jubilados) e incluso desearían formar su propio Banco de Hierro… aunque fuera más bien platanero, por aquello de que lo que de verdad quieren es su particular paraíso fiscal (viajar a Andorra ya está muy mal visto y además te suelen pillar).

UN LECTOR VIVE MIL VIDAS
Pero como aún estamos en otoño y no quiero terminar esta serie de artículos dejando en el aire ese mensaje económico tan invernal, también romperé una lanza (nunca mejor dicho, aunque no sea envenenada como la del príncipe Oberyn) por los valores literarios que contienen estas cinco novelas. Unos valores que se resumen en un diálogo entre Jojen Reed y el joven y paralítico Bran Stark mientras avanzan hacia ese ignoto y helado norte “más allá del Muro”:

–“¿Te gustan los libros? –replicó Jojen.
–Algunos. Me gustan las historias de batallas. A mi hermana Sansa le gustan las de besos, pero a mí me parecen una bobada.
–Un lector vive mil vidas antes de morir –dijo Jojen–. Aquel que nunca lee vive solo una.”

 Tomemos nota y sigamos viviendo miles de vidas, como las que nos han hecho vivir las más de 4.900 páginas de estas cinco apasionantes novelas de la “Canción de hielo y fuego”.

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Títulos comentados (*):

-Tormenta de Espadas. Canción de Hielo y Fuego/3.George R.R. Martin, 2000. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2007. Tercera edición, enero del 2014.
-Festín de Cuervos. Canción de Hielo y Fuego/4.George R.R. Martin, 2005. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2007. Cuarta reimpresión, febrero del 2014.
-Danza de Dragones. Canción de Hielo y Fuego/5.George R.R. Martin, 2011. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2012. Segunda Reimpresión, noviembre del 2014.

(*) Tercera, cuarta y quinta novelas de la saga conocida por popularmente como “Juego de Tronos” (que es el título de la primera novela y de la serie televisiva de HBO que estrenó en abril de 2015 su quinta temporada).

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Juego de Tronos (2): Cómo fabricar dinero para pagar la deuda pública

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“En la actualidad, los ingresos de la corona eran diez veces más elevados que en tiempos de su agobiado predecesor… aunque las deudas de la corona también se habían incrementado. Petyr Baelish era un malabarista de primera.
Y también era muy inteligente. No se limitaba a recaudar el oro y dejarlo en la cámara del tesoro, oh, no. Pagaba las deudas del rey con promesas, y ponía el oro del rey a que rindiera. Compraba carromatos, tiendas, naves, casas… Compraba cereales cuando había cosechas abundantes, y vendía pan cuando comenzaba a escasear. Compraba lana en el norte, lino en el sur y encajes en Lys. Almacenaba telas, las movía, las teñía y las vendía. Los dragones de oro se apareaban y se multiplicaban. Meñique los prestaba y los recuperaba junto con sus crías”.

Un breve curso de finanzas en un solo párrafo, en el que vemos cómo mueve el dinero Petyr Baelish, alias Meñique (consejero de la moneda del reino). Una operativa idéntica a la de cualquier ministro de Economía actual: se endeuda, pide prestado y “paga las deudas con promesas”, mientras pone el oro del tesoro público en inversiones rentables. De ese modo, Baelish era…

“…capaz de frotar dos dragones de oro para que parieran un tercero”.

Es decir, consigue que el dinero (esos dragones de oro que ahora podrían ser euros o dólares) genere más dinero. Finanzas en estado puro, que no aprendemos en un sesudo manual, sino en la segunda entrega de la gran saga novelística  “Canción de hielo y fuego”, del periodista y escritor norteamericano George R.R. Martin (Nueva Jersey, 1948).

Ya hablamos de Meñique, esta especie de superministro de Economía, al analizar la primera de las seis novelas de esta “Canción…”, la titulada precisamente “Juego de Tronos” (http://economiaenlaliteratura.com/juego-de-tronos-1-inversion-en-burdeles-y-crisis-de-deuda/). Esa primera novela dio nombre a la brillante serie televisiva que todo el mundo conoce (ganadora de un Globo de Oro y de 14 Premios Emmy). Pero en la segunda entrega de la “Canción de hielo y fuego”, en la novela titulada “Choque de Reyes” –más de 900 páginas que se leen de un tirón– se profundiza en algunos de los temas económicos que tanto realismo dan a esta inmensa historia de aventuras de tono medieval. Un auténtico aluvión narrativo que nos recuerda a Tolkien, a las historias del rey Arturo y a los dramas familiares y dinásticos de Shakespeare, ese genio que fue capaz de utilizar metáforas económicas hasta en sus sonetos de amor (http://economiaenlaliteratura.com/la-cotizacion-del-amor-en-shakespeare-o-como-rimar-economia-con-poesia/).

En su línea de describirnos siempre el contexto económico de estas apasionantes aventuras de guerreros, reyes, princesas, dragones y muertos vivientes, George R.R. Martin insiste en su segunda novela, “Choque de Reyes”, en el tema de las finanzas públicas. Si en la primera entrega, “Juego de Tronos”, nos cuenta cómo Meñique, este peculiar superministro de Economía, ayuda a generar una auténtica burbuja de la deuda en el reino de Desembarco del Rey, en esta segunda obra nos cuenta cómo llegó Baelish a encumbrarse tan alto. El curriculum vitae de Meñique –que haría las delicias de los más agresivos caza-talentos actuales– se parece al de algunos de los recientes “genios de las finanzas” que, a la vista de la crisis que nos liaron, no eran tan geniales. Una trayectoria profesional que, como tantas otras, reales o imaginarias, Petyr Baelish comenzó en puestos donde había que recaudar dinero para el Tesoro… y de paso para los fondos propios del recaudador:

“Hacía diez años, Jon Arryn [la mano del rey, especie de primer ministro] le había otorgado una sinecura menor en las aduanas, donde lord Petyr pronto se distinguió al conseguir recaudar tres veces más que cualquier otro recaudador del rey. Robert [el monarca] gastaba a manos llenas. Un hombre como Petyr Baelish, capaz de frotar dos dragones de oro para que parieran un tercero, resultaba de un valor inmenso para la mano del rey. A los tres años de llegar a la corte, ya era consejero de la moneda y miembro del Consejo Privado”.

SALIDO  DE LAS PÁGINAS DEL “FINANCIAL TIMES”
Pero cualquier hombre como este, capaz de hacer que las monedas de oro se reproduzcan, sabe bien lo importante que es rodearse de un equipo de fieles incondicionales, a quienes situar en los puestos claves (ya se sabe, presidencias de cajas de ahorros, de empresas públicas y/o privatizadas, etc.). Y Baelish se rodea de esos estómagos agradecidos, como narra la novela en un párrafo que podría estar en un capítulo de la historia del ascenso social de la nueva burguesía frente a la cada vez más incapaz nobleza:

“Y, mientras tanto, también fue situando a hombres que le eran leales. Los cuatro Guardianes de las Llaves [del Tesoro] eran suyos. Él mismo había nombrado al Contador Real y al Balanza Real, y también a los oficiales al mando de las tres cecas [controlar la acuñación de moneda es indispensable para tener autonomía en las decisiones económicas]. Nueve de cada diez capitanes de puerto, recaudadores de impuestos, agentes de aduanas, agentes textiles, cobradores, fabricantes de vinos… eran leales a Meñique. Se trataba de hombres en su mayoría de extracción popular: hijos de comerciantes, de señores menores, a veces incluso extranjeros… Pero, a juzgar por los resultados que obtenían, mucho más capacitados que sus predecesores de alta cuna”.

Un ejemplo de cómo un poder absoluto (igual que una mayoría absoluta de esas que tardaremos mucho tiempo en volver a ver en España tras las elecciones del 24 de mayo de 2015) puede concentrar en sus manos todos los puestos clave… del poder económico, claro, que es el que importa. Lo que no parecía importar –como analizábamos en el artículo anterior– era que toda esta concentración de poder económico en las manos de un solo hombre, y de su extensa red clientelar, estuviera ayudando a generar una burbuja financiera que, como veremos en próximos capítulos, acaba explotando. ¿Les suena? Parece que George R.R. Martin, periodista al fin y al cabo, se ha inspirado más en el “Financial Times” o en el “Wall Street Journal” que en las tradicionales novelas de caballeros andantes, princesas y dragones.

GUERRA E INFLACIÓN: ¿QUÉ ES MÁS CARO, UN POLLO O UN NOBLE?
Además de a la figura y a las prácticas financieras de Meñique, esta segunda entrega de la “Canción de hielo y fuego” dedica especial atención al tema de la inflación y otros problemas económicos generados por una guerra. Desembarco del Rey, la capital a punto de ser atacada por ejército enemigo, sufre los males típicos de cualquier asedio y su consecuente bloqueo comercial:

“Los mercados estaban llenos de hombres desastrados que vendían sus propiedades a cualquier precio… Pero no había granjeros que pregonaran sus productos. El precio de los pocos alimentos que vio [el enano Tyrion Lannister, en esos momentos mano del rey] era el triple que el año anterior”.

Una inflación anual del 300 por cien no está nada mal y recuerda a las altísimas tasas registradas en las peores crisis del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Una escalada de precios inevitablemente unida a un desabastecimiento de estilo casi “boliviarano” (sólo habría que cambiar a Meñique por Maduro para no notar la diferencia). Sigamos viendo los mercados a través de los ojos de Tyrion:

“–¡Ratas frescas! –anunciaba a gritos un vendedor ambulante que ofrecía ratas asadas en un espetón– ¡Ratas frescas!

Sin duda eran mejores que las ratas viejas y medio podridas. Pero lo más aterrador era que las ratas asadas tenían un aspecto más apetitoso que la mercancía que vendían los carniceros. En la calle de la Harina [una referencia clara del autor a la antigua organización de las ciudades en función de los gremios] vio guardias ante una de cada dos tiendas. Pensó que, en tiempos de escasez, hasta a los panaderos les resultaban más baratos los mercenarios que el pan”.

El negocio de la seguridad, ya se sabe, es uno de los que suele florecer cuando la crisis económica desemboca en una grave agitación social. Una seguridad que busca también el rey, que no duda en “comprar” la fidelidad de los señores feudales, como ilustra este diálogo entre Meñique y Tyrion, sin duda el personaje más sagaz e inteligente de toda la saga. El enano le pregunta a lord Petyr qué razones podrían dar a los nobles para que apoyaran al joven, estúpido y sanguinario rey Jeoffrey (sucesor de Robert). La respuesta de Meñique no podía ser otra:

–Razones de oro (…)
–Mi querido amigo Petyr, no me puedo cree que estéis proponiendo que compremos a estos poderosos señores y a estos nobles caballeros como si fueran pollos en venta del mercado.
–Se nota que no habéis visitado nuestros mercados últimamente (…). Estoy seguro de que os sería más fácil comprar un señor que un pollo”.

Otra lección de historia económica. Repartir castillos, honores y tierras siempre fue un recurso tradicional de los monarcas para comprar lealtades, procedimiento que en tiempos más recientes ha sido sustituido por el reparto de altos cargos, de puestos en consejos de administración y, por supuesto, de comisiones ilegales y de sobres con dinero negro. Lo cual –y volvemos a uno de los temas económicos centrales de esta saga– no hace más que inflar, inflar e inflar la gigantesca burbuja de la deuda. No se pierdan su estallido en el próximo artículo de esta serie.

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Título comentado:

-Choque de Reyes. Canción de Hielo y Fuego/2(*).George R.R. Martin, 1998. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2007. Cuarta Reimpresión, febrero del 2014.
(*) Segunda novela de la saga conocida por popularmente como “Juego de Tronos” (que es el título de la primera novela y de la serie televisiva de HBO que estrenó en abril de 2015 su quinta temporada).

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Juego de Tronos (1): Inversión en burdeles y crisis de deuda

Fotografía: © M.M.Capa

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“Hoy en día, los burdeles son una inversión mucho más segura que los barcos. Las putas no suelen hundirse, y si las abordan los piratas, es previo pago de dinero contante y sonante”.

Este consejo para inversores, digno del mejor gestor de fondos, es sólo una de las muchas y acertadas referencias económicas que aparecen en la espectacular saga  “Canción de hielo y fuego”, del periodista y escritor norteamericano George R.R. Martin (Nueva Jersey, 1948). La recomendación la hace una especie de “superministro” de Economía –implicado además en provocar una gran burbuja de deuda– que aparece en la primera de las seis novelas de esta “Canción…”, la titulada precisamente “Juego de Tronos”.

El título de esta primera obra lo conocen millones de personas de todo el mundo, pues sirvió también para la espectacular serie televisiva de la HBO, sin duda a la altura de esta monumental novela río de tono medieval. Sus seis grandes tomos (en torno a 800 páginas cada uno) nos recuerdan a las historias artúricas, a Tolkien e incluso a los intensos dramas familiares y dinásticos del mismísimo William Shakespeare.

Pero las seis brillantes piezas de la “Canción de hielo y fuego” introducen un factor que apenas aparece ni en las crónicas del Rey Arturo ni en las más de mil quinientas páginas de “El Señor de los Anillos”. Con Tolkien no sabemos de dónde sale el dinero, quién paga a los soldados o siquiera qué comen los protagonistas (salvo ese pan élfico que parece no acabarse nunca). Sin embargo, aunque en “Juego de Tronos” tampoco faltan los elementos míticos, los dioses “antiguos y nuevos”, la magia, los lobos “huargos”, los dragones y hasta los muertos vivientes, es permanente la preocupación del autor por el contexto económico en que se desarrollan las aventuras.

Buena parte del éxito tanto de la serie televisiva como de las novelas de George R.R. Martin radica en su realismo: desterrados de su lenguaje los nocivos efectos de lo “políticamente correcto”, no se escatiman ni la sangre, ni el sexo, ni la suciedad, ni los sentimientos, ni, por supuesto, el oro, las deudas, los precios de los alimentos o de los mercenarios, el coste de mantener un castillo o un trono, o de contratar una flota de barcos para que Daenerys –esa bella princesa Targaryen, madre de dragones y liberadora de esclavos que ha enamorado a medio mundo–, resuelva su principal problema: tiene dragones, sí, pero no dinero para fletar barcos que crucen el mar Angosto camino de los Siete Reinos de Poniente.

GEOGRAFÍA ECONÓMICA
Esta constante presencia de la economía y las finanzas se aprecia hasta en la peculiar geografía de la “Canción de Hielo y Fuego”: el norte frío y desolado (¿Invernalia es Escocia o incluso Rusia?); los reinos centrales ricos (¿el refinado Altojardín es Francia o Italia? ¿Desembarco del Rey es Inglaterra o Alemania?); el sur exótico y soleado (¿Dorne es España y quizás por eso la quinta temporada, en la que ese reino gana protagonismo, se rodó en Andalucía?); las aún más exóticas ciudades libres y también ricas de Oriente y del mar de Jade (¿Arabia y, más allá, China y el sureste asiático?)… Por no hablar de las referencias históricas al mundo clásico perdido (¿Valyria es Roma?), algunas de ellas tan directas como ese Muro que separa los siete reinos del norte salvaje y helado, igual que el Muro de Adriano marcó la frontera británica entre el Imperio Romano y las inconquistables tierras norteñas de los pictos…

Es imposible no sentirse atrapado por el vigor de esta narración, entre otras cosas por ese realismo que nos hace tan próximos unos protagonistas que sufren, aman, odian, follan y cortan cabezas, manos y hasta pollas… Pero también gastan, se endeudan, mendigan, desfalcan y consumen. Y en eso esta saga literaria vuelve a recordarnos a Shakespeare, que sí metió economía en muchas de sus tragedias, como pronto veremos en este blog, e incluso en su poesía (http://economiaenlaliteratura.com/la-cotizacion-del-amor-en-shakespeare-o-como-rimar-economia-con-poesia/).

Precisamente en la obra del inglés aparecen también los barcos, una de las inversiones más clásicas desde la antigüedad. Esos buques necesarios para transportar ejércitos, pero sobre todo mercancías, siempre sometidos a los riesgos de la piratería y de las tempestades. Los barcos son el tema económico central de una tragedia de Shakespeare que incluso lleva el comercio en su título: “El mercader de Venecia”. Ese comerciante e inversor que “tiene toda su fortuna en el mar”, lo cual le hace caer en las garras del usurero judío que también pretende amputar algo, pues quiere cobrarse su deuda en carne.

LA “CALDERILLA” DE LA DEUDA PÚBLICA
Quien en “Juego de Tronos” –insisto, la primera novela de la serie– desaconseja invertir en barcos es sin duda el personaje más económico de toda la saga: Lord Petyr Baelish, apodado Meñique, consejero de la moneda de la casa Baratheon y de su capital, Desembarco del Rey. Este Meñique que prefiere invertir en burdeles antes que en navíos, actúa como un auténtico ministro de Economía que siempre consigue dinero para financiar las extravagancias y las continuas guerras de sus reyes.

Unos monarcas que, por supuesto, apenas se preocupan de dónde salen los fondos, la “calderilla” que financia su continuo juego de tronos:

“Te lo juro [le dice el rey Robert a su amigo Eddard Stark], sentarse en un trono es mil veces más duro que conquistarlo. La ley es un asunto tedioso, y contar calderilla, aún más”.

Eso le tocará al propio Stark cuando, una vez nombrado mano del rey (algo así como primer ministro), se enfrenta a los enormes gastos de un torneo con el que el monarca quiere festejar tal nombramiento. El adusto norteño se horroriza cuando lee, pormenorizados, los dispendios del torneo en dragones de oro, cuyo valor (por cómo lo usa el autor) podríamos comparar con el ducado de oro español del siglo XV, que valía 375 maravedís, frente a los 34 del real de plata. Contabilizados en lo que parece el dólar de la saga, los costes del torneo llegan a superar los 90.000 dragones de oro sólo en premios para los ganadores, a los que se suman los gastos en “cocineros, carpinteros, doncellas, juglares, malabaristas, bufones…”. El diálogo que sigue podría haberse desarrollado entre el presidente del Eurogrupo y el ministro griego de Economía:

“–¿Podrá cargar el tesoro con los gastos? –preguntó el gran maestre Pycelle [uno de los consejeros del Rey] a Meñique.
–¿A qué tesoro os referís? –replicó Meñique con una mueca–. No digáis tonterías, maestre. Sabéis tan bien como yo que las arcas llevan años vacías. Tendré que pedir prestado el dinero. Los Lannister serán generosos, no me cabe duda. Ya le debemos a lord Tywin más de tres millones de dragones; no importa que sean cien mil más.
–¿Estáis insinuando que la corona tiene deudas por valor de tres millones de piezas de oro –Ned [Stark] estaba atónito.
–La corona tiene deudas por más de seis millones, lord Stark. Los Lannister [¿por qué no los banqueros germanos?] son los principales acreedores, pero también hemos pedido crédito a los Tyrell [de la rica y afrancesada Altojardín], al Banco de Hierro de Braavos y a varias compañías financieras de Tyrosh [¿quizás equivalentes a ciertos bancos de inversión y fondos buitre norteamericanos?]”.

Los apuros financieros de Meñique son tales, que incluso pide dinero al clero:

“Últimamente he tenido que dirigirme a la Fe [una especie de Vaticano]. El septón supremo [equivalente al Papá o, mejor, al director del banco vaticano] regatea mejor que un pescadero de Dorne.
–Aerys Targaryen [el rey depuesto por Robert] dejó las arcas repletas. –Ned no daba crédito a sus oídos–. ¿Cómo habéis permitido que se llegara a esta situación?
–El consejero de la moneda consigue el dinero –replicó Meñique, encogiéndose de hombros–. El rey y la mano lo gastan”.

Una respuesta similar debieron dar muchos ministros de Economía cuando se descubrió, en la reciente crisis de la deuda europea, que sus Estados se habían endeudado muy por encima de sus posibilidades. Toda una lección de realismo que demuestra cómo todos los juegos, sobre todo los de tronos (léase los electorales), siempre cuestan dinero. Eddard Stark tiene que enfrentarse a ese endeudamiento cuyo coste final podría ser todo un reino:

“Robert y su Consejo de cobardes y aduladores dejarían el reino en la ruina si [Stark] no hacía nada. O peor aún, se lo venderían a los Lannister para pagar deudas”.

Una deuda hinchada por personajes como Meñique –muy habituales no sólo en las páginas de esta novela, sino también en las de la prensa económica–. Pero de cómo se convirtió lord Baelish en el auténtico brujo de las finanzas, en el gestor de una crisis que recuerda tanto a las actuales, hablaremos más extensamente en el próximo artículo. El tema merece mucha más atención porque las habilidades financieras de Meñique son muy parecidas a las demostradas por quienes inflaron la burbuja, se forraron con ella, nos arruinaron a todos y, pese a ello, siguen coleando por ahí, aunque quizás deberían haber sido desterrados al Muro (a dónde en “Juego de Tronos” envían a ladrones, asesinos, violadores y malos pagadores) o incluso condenados a que su cabeza decorara (siquiera simbólicamente) una pica enhiesta sobre alguna ruina inmobiliaria.

No se pierdan, pues, el próximo capítulo sobre “Juego de Tronos” en este blog. Porque –como se repite en la saga cada vez que aparece el lema de los Stark– …“winter is coming”. Aunque en nuestras economías, después de siete años de crisis, el invierno aún no se ha ido del todo, y podría volver.

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Título comentado:

-Juego de Tronos. Canción de Hielo y Fuego/1.George R.R. Martin, 1996. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2007. Quinta Reimpresión, enero del 2014.

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