“A decir verdad, la situación del país en aquel año de 1919 era la peor que habíamos atravesado jamás. Las fábricas cerraban, el paro aumentaba y los inmigrantes (…) fluían en negras oleadas a una ciudad que apenas podía dar de comer a sus hijos (…). Y, naturalmente, los sindicatos y las sociedades de resistencia habían vuelto a desencadenar una trágica marea de huelgas y atentados (…). Pero los políticos, si estaban intranquilos, lo disimulaban. Inflando el globo de la demagogia intentaban atraerse a los desgraciados a su campo con promesas tanto más sangrantes cuanto más generosas. A falta de pan se derrochaban palabras y las pobres gentes, sin otra cosa que hacer, se alimentaban de vanas esperanzas”.
Es la Barcelona de las huelgas revolucionarias y la crisis coincidente con el fin de la Primera Guerra Mundial. El marco en el que se desenvuelve la empresa Savolta, dedicada a la fabricación de armamento, cuyo desarrollo está trufado de corrupción, evasión fiscal, gansterismo empresarial… Leer su historia es como abrir cualquier periódico de hoy mismo. Aunque lo que más nos suena, lo que nos resulta más actual, es esa actitud demagógica de los políticos que “a falta de pan derrochaban palabras” con sus promesas “sangrantes” y “generosas”.
En este 2015 multi-electoral y aún en plena crisis económica (por más que algunos se afanen en vender optimismo), cobra especial relevancia la primera novela de Eduardo Mendoza, “La verdad sobre el caso Savolta”. Publicada en 1975 (el año en que murió Franco), está considerada un hito de la literatura española de la Transición. Aunque, como su autor reconocía recientemente, cuando la escribió… “¡claro que yo no sabía que estaba escribiendo novela de la Transición! Entre otras cosas ¡porque no sabía que iba a haber una Transición! Eso en 1971 no estaba ni en los sueños” (entrevista a Eduardo Mendoza realizada por Juan Cruz,“El País”, suplemento “Babelia” nº 1.207, de 10 de enero de 2015).
En cualquier caso, esta novela supuso un gran cambio para la narrativa española, que en aquellos años parecía arrinconada por el ensayo. Y lo supuso por muchas cosas, como sus continuos saltos en el tiempo, el recurso a intercalar la narración con supuestos documentos oficiales, artículos periodísticos, interrogatorios judiciales… Pero, además, su contenido económico es muy notable, tanto por las descripción que hace de la crisis de aquellos años –particularmente dura en una ciudad como Barcelona–, como por toda la trama en torno al auge y decadencia de una empresa fabricante de armamento que, por métodos corruptos e ilegales (que no desvelaré aquí para no destripar la historia), se sube al carro de la Primera Guerra Mundial.
EL SUBMUNDO DE LOS NEGOCIOS
El contenido económico y empresarial que Eduardo Mendoza incluye en su novela deriva de su propia experiencia profesional. Como señala en la entrevista ya citada, el azar le lleva a trabajar en el caso de Barcelona Traction, que en los años sesenta se ve en el Tribunal de la Haya. La empresa tiene que ver con la revolución industrial catalana de principios del XIX y Mendoza trabaja en el caso porque es abogado “y porque tengo el francés y el inglés bien sabidos. Y entonces tengo que entrar en los archivos de esa compañía. Así que tengo acceso a una historia del submundo de los negocios, de los trapicheos y el politiqueo de los primeros años del siglo XX en Cataluña; y eso pasa por la Primera Guerra Mundial, por el espionaje”.
Con una materia prima tomada directamente de la realidad, Mendoza construye ese “caso Savolta” mezcla de novela negra, historia empresarial y descarnada crónica política y social de una época de crisis. Nos la cuenta uno de los protagonistas de la novela, el periodista Domingo Pajarito de Soto:
“Pues ¿qué sucedió sino que la prosperidad inmerecida de los logreros, los traficantes, los acaparadores, los falsificadores de mercaderías, los plutócratas en suma, produjeron un previsible y siempre mal recibido aumento de los precios que no se vio compensado con una justa y necesaria elevación de los salarios? Y así ocurrió lo que viene aconteciendo desde tiempo inmemorial: que los ricos fueron cada vez más ricos, y los pobres, más pobres y miserables cada vez.”
Ricos cada vez más ricos, pobres cada vez más pobres. ¿Les suena? En este ambiente, las críticas del cronista contra el grupo Savolta son tan agrias como la siguiente, en la que denuncia…
“…la conducta incalificable y canallesca de cierto sector de nuestra industria; concretamente, de cierta empresa de renombre internacional que, lejos de ser semilla de los tiempos nuevos y colmena donde se forja el provenir del trabajo, el orden y la justicia, es tierra de cultivo para rufianes y caciques, los cuales, no contentos con explotar a los obreros por los medios más inhumanos e insólitos, rebajan su dignidad y los convierten en atemorizados títeres de sus caprichos tiránicos y feudales”.
Para acallar estas denuncias, publicadas en el periódico “La Voz de la Justicia”, la empresa recurre a un truco utilizado muchas veces, incluso en tiempos recientes: contratar al periodista crítico para que realice un informe sobre la compañía. No hace muchos años, en la Asociación de Periodistas de Información Económica (a la que pertenezco) se desarrolló una campaña contra los llamados “sobrecogedores”, es decir, informadores que escribían al dictado de intereses empresariales. Pese a esa campaña impulsada por los profesionales que queríamos mantener a toda costa la independencia y el prestigio, me temo que la práctica de coger sobres (tan de moda recientemente gracias a Bárcenas y sus amigos) nunca fue extirpada del todo. Pero el periodista de “La verdad sobre el caso Savolta” no se deja comprar y su relación con la empresa acaba de un modo que no desvelaré aquí. Como hacerlo sería destripar la novela, tampoco detallaré las delictivas prácticas a las que recurre la compañía. Sí les adelanto que son todo un manual de corrupción, fraude y supercherías varias.
LA BANCA SE PONE DE CULO
La banca tampoco se libra de críticas por su papel en momentos de crisis. Durante una divertida escena, en una fiesta de la alta sociedad catalana, industriales y banqueros se enfrentan en un diálogo cargado de mala leche:
“Los industriales habían acorralado a un obeso y risueño banquero y descargaban sus iras en él.
–¡No me diga usted que los bancos no se han puesto de culo! –exclamaba uno de los industriales señalando al banquero con la punta de su cigarro.
–Actuamos con cautela, señor mío, con exquisita cautela –replicaba el banquero sin perder la sonrisa–. Tenga usted en cuenta que no manejamos dinero propio, sino ahorros ajenos, y que lo que en ustedes es valentía en nosotros sería fraudulenta temeridad.”
Como la que, por cierto, desarrollaron muchas entidades financieras durante la reciente burbuja inmobiliaria, sin ir más lejos. Pero ante este argumento del banquero, técnicamente irreprochable, los industriales no se arrugan y vuelven a la carga:
“–¡Puñetas! –bramaba el otro industrial, cuyo rostro se tornaba rojo y blanco con pasmosa prontitud–. Cuando las cosas van bien, ustedes se hinchan a ganar…
–¡Y a estrujar! –terció su compañero.
–… y cuando van torcidas, se vuelven de espaldas…
–¡De culo, de culo!
–… y se hacen los sordos. Arruinarán al país y aún pretenderán haberse comportado como buenos negociantes.
–Yo, señores, tengo mi sueldo, que no varía de mes en mes –respondió el banquero–. Si actuamos como lo hacemos no es por lucro personal. Administramos el dinero que nos han confiado.
–¡Puñetas! Especulan con la crisis.
–También sufrimos nuestras derrotas, no lo olviden ni me obliguen a recordar casos dramáticos.”
Toda una lección, escrita en 1971 y publicada en 1975, que ilustra las complejas relaciones entre banca e industria. Algo que –como algunas de las malas prácticas de empresarios corruptos y políticos demagogos descritas por esta novela– no ha cambiado demasiado cuatro décadas y varias crisis después.
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Título comentado:
–La verdad sobre el caso Savolta. Eduardo Mendoza, 1975. Seix Barral, Barcelona, Duodécima impresión, junio 2014.
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