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La Rusia de los amigos de Putin (1): ¿Quién dijo ‘tres per cent’? ¡Donde esté un 50 por ciento!

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Es el representante de la mafia moscovita. Fíjese en el trato que me ofreció: él y los suyos se llevan el cincuenta por ciento de todo. A cambio compran o falsifican todas las licencias, franquicias y papeles que yo pueda necesitar. Solucionan los problemas burocráticos a golpe de teléfono, garantizan que las entregas se hagan en el plazo previsto y no haya problemas con los obreros”.

Casi 100.000 millones de euros, muchos de ellos en manos de oligarcas rusos, se blanquean cada año en el Reino Unido, según datos de la Agencia Nacional contra el Crimen británica. Lo leo en “EL PAÍS” del 18 de marzo. Desde días antes se investiga el sospechoso envenenamiento de un ex espía ruso en ese Londres que hace tiempo llaman Londongrado, por el gran poder e influencia del dinero venido del Este. El envenenamiento, por supuesto, no ha provocado medida alguna contra estos capitales de origen oscuro, sino, por ahora, sólo una mini crisis estilo Guerra Fría (con expulsión mutua de diplomáticos por parte de Londres y Moscú).

Los británicos –cuyos equipos de fútbol, medios de comunicación y otras empresas reciben masivas inversiones de magnates rusos, por no hablar de las donaciones al Partido Conservador– no se atreven a ir más allá de estas tibias medidas diplomáticas, aunque consideran que quien está cazando ex espías es precisamente el gobierno de Londongrado, es decir, al de Vladímir Putin. El mismo Vladímir Putin que ese mismo domingo 18 de marzo arrasó en las elecciones presidenciales con un 76,5 por ciento de los votos. Un espectacular resultado del nuevo zar, después de inhabilitar al único opositor que podía hacerle sombra y en medio de acusaciones de pucherazo y multitud de irregularidades (de las que han advertido los organismos internacionales). Hasta se han visto en televisión imágenes de personas introduciendo un voto detrás de otro en las urnas, o al mismo individuo votando en varios colegios sucesivamente. ¡Así volvería a ganar aquí incluso Rajoy!

Tras la victoria por aplastamiento de Putin, casi ningún líder occidental (salvo su colega Trump) ha felicitado al hombre más longevo en el poder ruso después de Stalin: el dictador comunista estuvo 29 años al frente de la URSS, de 1924 a 1953; el nuevo zar de la posverdad llegó al poder en el año 2000 y, gracias a las elecciones del 18 de marzo, lo ocupará hasta 2024 (no hay que restar a esos 24 años los cuatro, entre 2008 y 2012 , en que el jefe de Estado fue su marioneta, Dmtri Medvedev, nombrado a dedo por el propio Putin).

Así es Rusia. Nada de porcentajes irrisorios. ¿Quién se conformaría con ganar las elecciones por lo justo, o incluso por menos y obligado a formar gobiernos de coalición, como la Merkel? Putin, desde luego, no. Y la corrupción rampante que se ha apoderado desde hace décadas de la economía rusa, mucho menos. ¿Qué es esa porquería del tres per cent de los catalanes convergentes (o como se llamen ahora)? Mejor un cincuenta por ciento y no hay más que hablar, como se relata en el primer párrafo de este artículo. Un párrafo que se escribió nada menos que en 1996 y en un libro en el que, mucho antes de que se hubiera inventado el término, ya se habla de la posverdad. Se trata de “El Manifiesto Negro”, una entretenidísima y muy bien documenta novela de espionaje (como casi todas las suyas) firmada por Frederick Forsyth.

UNAS ELECCIONES DE NOVELA

La obra está ambientada en la Rusia de 1999, cuando están a punto de celebrarse elecciones presidenciales. Se espera una arrolladora victoria de cierto líder populista. Pero, por casualidad, cae en manos occidentales un texto escrito, de su puño y letra, por ese mismo líder. En ese programa oculto, llamado el “Manifiesto Negro”, el político imparable (y respaldado por las poderosas mafias rusas) deja muy claras sus intenciones dictatoriales, ultra nacionalistas, xenófobas e incluso supremacistas, pues piensa hacer con minorías como los judíos barbaridades parecidas a las que hizo Hitler… o el propio Stalin. En torno a este “Manifiesto Negro” y a los intentos occidentales de desactivar políticamente a su autor, la novela desarrolla una trama muy bien narrada y, lo que más nos interesa aquí, muy bien documentada en sus aspectos no sólo políticos, sino también sociales y económicos.

Por cierto, por si aún no han caído en la coincidencia: la novela de Frederick Forsyth está ambientada en la Rusia de 1999 que tiene la vista puesta en las elecciones de enero del año siguiente. No voy a destripar el desenlace ni a descubrirles si el nazi populista, racista y mafioso de la novela llegó a triunfar o no en las urnas. Pero ya saben quién ganó, de verdad, las elecciones rusas del año 2000.

Y ahora vayamos a los fundamentos económicos de estas historias (de la real y de la novelada).

UNA MAFIA QUE FUNCIONA

El párrafo con que se inicia este artículo es lo que le dice, en un hotel de Moscú, un empresario canadiense a un espía occidental que se hace pasar por hombre de negocios. Al escuchar la comisión del 50 por ciento, el espía le dice al canadiense:

“–Supongo que le envió a hacer gárgaras [al representante de la mafia moscovita].

–De eso nada. No soy tan tonto. A la protección que ofrecen la llaman tener un ‘techo’. Sin techo no se va a ninguna parte. Básicamente porque si les dices que no, te dejan sin piernas. Te las cortan y listo”.

Para aclarar este peculiar escenario, Frederick Forsyth ofrece a continuación una historia abreviada de la mafia rusa:

“Desde hace siglos en Rusia ha existido un hampa criminal muy desarrollada. A diferencia de la mafia siciliana, no tenía una jerarquía unificada y jamás se exportaba fuera del país. Pero existía una gran hermandad entre sus cabecillas regionales y locales, y entre sus miembros, cuya lealtad quedaba simbolizada mediante tatuajes.”

Una estructura muy asentada con la que no pudo acabar ni el comunismo soviético:

“Stalin trató de acabar con el hampa mandado a millares de sus miembros a los campos de trabajo, pero sólo consiguió que los ‘zoks’ acabaran dirigiendo prácticamente los campos con la connivencia de sus guardianes, que preferían vivir en paz a que sus familias fueran perseguidas. En muchos casos los ‘vory v zakone’ (‘ladrones por derecho’, equivalentes a los padrinos de la mafia) llegaban a dirigir sus empresas desde los barracones del campo de trabajo”.

La simbiosis entre soviéticos y mafiosos pronto desbordó el ámbito de los campos de trabajo:

“Una de las ironías de la guerra fría es que el comunismo podría haberse derrumbado diez años antes de no ser por el hampa. Hasta los jefes de partido tuvieron que acabar pactando secretamente con ella. Por una razón muy simple: era lo único que funcionaba en la URSS con cierto grado de eficacia. Un director de fábrica que elaborara un producto vital podía encontrarse con que su maquinaria se paraba debido al fallo de una simple válvula. Si pasaba por los canales burocráticos podía estar de seis a doce meses sin una válvula nueva mientras toda la planta de producción permanecía inactiva. O podía contárselo a su cuñado que conocía a un hombre bien relacionado. La válvula llegaría en una semana. Luego el director de fábrica haría la vista gorda a la desaparición de un envío de chapa de acero, que iría a parar a otra fábrica cuya chapa de acero tardaba en llegar. Y como colofón los directores de las respectivas fábricas trucarían los libros para hacer ver que habían cumplido las ‘normas’”.

¿Qué ocurrió tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el consiguiente desmoronamiento del bloque soviético y de la propia URSS? Pues que la mafia fue aún más allá en la ocupación de las estructuras políticas y económicas de la nueva Rusia. Pero eso lo veremos en la siguiente entrega de esta bitácora. Lamento extenderme, pero no hay más remedio: Rusia, con sus más de 17 millones de kilómetros cuadrados (apenas un millón menos que Estados Unidos y Canadá juntos), es el país más extenso del mundo, sus líderes tienen una cierta tendencia a extender también más que ningunos otros sus periodos en el poder y, en consecuencia, lo que las mafias suponen para la economía rusa –y que también cuenta esta novela de Frederick Forsyth– tiene un alcance y unas dimensiones tales que necesitarán al menos otro artículo para terminar siquiera de esbozarlo.

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Título comentado:

-El Manifiesto Negro. Frederick Forsyth, 1996. Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1998.

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