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La Rusia de los amigos de Putin (y 2): el asalto mafioso a la economía

Fotografía: © M.M.Capa

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“En una sociedad donde la combinación de burocracia esclerótica e incompetencia pura y dura ha hecho que se atasquen todos los engranajes, el mercado negro es el único lubricante. La URSS funcionó con ese lubricante a lo largo de toda su historia y dependió totalmente de él en los últimos diez años. A partir de 1991, la mafia, que ya controlaba el mercado negro, lo único que hizo fue salir del escondrijo para expandirse. Y desde luego que lo hizo, pasando rápidamente de las áreas de fraude organizado normales –alcohol, drogas, protección, prostitución– a todas las facetas de la vida. Lo más impresionante fue la rapidez y crueldad con que se llevó a cabo el virtual asalto de la economía”.

 “El grupo criminal en el círculo de Putin ha aprendido a manipularle”. Lo dice Mijaíl Jodorkovsky, magnate ruso exiliado en Gran Bretaña, en una entrevista publicada por el “EL PAÍS” el 21 de marzo. Esto fue sólo tres días después de que Vladímir Putin arrasara en las elecciones presidenciales y se asegurara que seguirá en el poder hasta 2024 (acumulará así sólo cinco años menos que los 29 que estuvo Stalin al frente de la URSS). Y todo ello, mientras arrecia la guerra diplomática occidental contra Moscú por el envenenamiento de un ex espía ruso y su hija en territorio británico. Y mientras vuelven a volar los misiles occidentales sobre el dictatorial régimen sirio que, con el apoyo de Putin, sigue gaseando y bombardeando a sus propios ciudadanos.

Que la mafia y otros círculos criminales sobrevuelen el poder político no es noticia. Pasa en casi todas partes. En el libro que acaba de publicar sobre Donald Trump, el ex director del FBI James Comey afirma que “estar con él me traía recuerdos de cuando era fiscal antimafia”. Pero en Rusia, esta simbiosis entre mafiosos y gobernantes es especialmente intensa y viene de antiguo. Lo comentamos en el anterior artículo de esta bitácora (http://wp.me/p4F59e-8r), dedicado a una interesante obra de Frederick Forsyth: “El Manifiesto Negro”. Escrita en 1996, la novela hace un ejercicio de política ficción y se ambienta en 1999 para narrar la historia de un xenófobo, racista y mafioso candidato a las presidenciales rusas del año siguiente. Las primeras que, por cierto, ganó Putin tras la dimisión de Boris Yeltsin.

En la novela no se cita a Putin en ningún momento, quizás porque en 1996 aún no era muy conocido, pese a su pasado en el KGB, que prolongó en el organismo que lo sucedió, el Servicio Federal de Seguridad, del que fue nombrado director en 1998. Pero sí aparecen en el libro de Forsyth otros inquietantes altos cargos de ambos servicios, por no hablar del aún más inquietante líder político populista: Igor Komároz, un sujeto que se presenta a las elecciones respaldado por ingentes capitales de origen mafioso y con un programa oculto nazi y supremacista (ese “Manifiesto Negro” que da título a la novela) que podrían firmar los mismísimos Adolf Hitler o Joseph Stalin.

Tras describir cómo la mafia se infiltró en la economía soviética durante los últimos años de la URSS (véase artículo anterior de este blog), “El Manifiesto Negro” cuenta cómo esa infiltración fue aún más intensa con el nacimiento de la nueva Rusia tras la caída del Muro de Berlín.

CONQUISTA EN TRES FASES

Ese “asalto de la economía” al que aludíamos al principio de este artículo, fue posible para la mafia gracias a tres factores muy bien descritos en la novela:

“El primero fue la capacidad para una violencia brutal e inmediata que la mafia rusa exhibía cuando sus planes se veían obstaculizados de alguna manera, una violencia que habría dejado en pañales a la Cosa Nostra norteamericana (…). El segundo fue la impotencia de la policía. Escasa de dinero y de plantilla, sin experiencia (…), la milicia no daba abasto. El tercero fue la endémica tradición rusa de corrupción”.

Y este último factor, el de la corrupción, fue alentado a su vez por un componente puramente económico:

“A ello contribuyó la inflación galopante que se desató en 1991 para consolidarse alrededor de 1995. Bajo el comunismo el tipo de cambio estaba en dos dólares americanos por rublo, cosa ridícula y artificial en términos de poder adquisitivo, pero vigente dentro de la URSS, donde el problema no era la falta de dinero sino de bienes. La inflación acabó con los ahorros y dejó en la pobreza a los trabajadores con salario fijo. Cuando la semanada de un policía urbano vale menos que los calcetines que lleva es difícil persuadirle de que no acepte un billete metido dentro de un carnet de conducir evidentemente falso”.

Con todo esto jugando a su favor, la mafia rusa penetró con rapidez en los negocios legítimos, hasta el punto de hacerse con el control del 40 por ciento del producto interior bruto:

“La Cosa Nostra americana tardó una generación en comprender que los negocios legítimos, conseguidos con las ganancias del chantaje, servían para incrementar las ganancias y blanquear el dinero. Los rusos lo comprendieron en sólo cinco años y en 1995 controlaban el 40 por ciento de la economía nacional (…). El problema era que se habían excedido. Hacia 1988, la codicia había resquebrajado la economía de la que vivían. En 1996 una parte de la riqueza rusa por valor de 50.000 millones de dólares, principalmente en oro, diamantes, metales preciosos, petróleo, gas y madera, estaba siendo robada y exportada ilegalmente. Las mercancías se compraban con rublos prácticamente desvalorizados, e incluso así a precios de liquidación, por los burócratas que controlaban los órganos del Estado, y se vendían en el extranjero a cambo de dólares. Algunos de estos dólares eran después reconvertidos en millones de rublos al objeto de seguir financiando sobornos y crímenes. El resto quedaba a buen recaudo en el extranjero”.

Frederick Forsyth dedica también páginas brillantes a narrar la penetración mafiosa en la banca: cómo se pasó del único banco de la época comunismo, el Narodny o Banco del Pueblo, hasta los más de 8.000 surgidos con la ebullición capitalista; cómo muchos de estos quebraron o simplemente se esfumaron con el dinero de los depositantes, hasta que a finales de los noventa no quedaron más que “unos cuatrocientos bancos más o menos fiables”; o cómo lograba mandar en ellos la mafia:

“La banca no era una ocupación segura. En diez años más de cuatrocientos banqueros habían sido asesinados, normalmente por no ceder por completo a las exigencias de los gánsteres de préstamos sin aval y otras formas de cooperación ilegal”.

LA POSVERDAD ANTES DE PUTIN

Y para dejar bien claro que no hay nada nuevo bajo el Sol, “El Manifiesto Negro” se ocupa detenidamente de eso que antes llamábamos mentira y que ahora se llama posverdad. Y demuestra que no hay que esperar a uno de sus principales impulsores recientes, el nuevo zar Putin, para encontrarla mucho antes en la política rusa. Boris Kuznetsov, el jefe de propaganda del partido ultraderechista de Komároz, sabe bien cómo manejar esa posverdad:

“Durante su estancia en Estados Unidos Kuznetsov había estudiado y quedado impresionado de cómo unas relaciones públicas llevadas con habilidad y competencia podían generar el apoyo de las masas incluso a las más estrepitosas tonterías (…). Kuznetsov veneraba el poder de la oratoria para persuadir, disuadir, convencer y por último vencer toda oposición. Que el mensaje fuera mentira era irrelevante. Como los políticos y los abogados, él era un hombre de palabras, convencido de que no existía problema que éstas no pudieran resolver”.

Se puede generar el apoyo de las masas a “las más estrepitosas tonterías” y es irrelevante que el mensaje sea mentira. ¿Les suena? Pues pueden leer más sobre esto en una novela como “El Manifiesto Negro”, escrita dos décadas antes del Brexit, de la llegada de Trump a la Casa Blanca, del nuevo zarismo rampante de Putin y de las fantasías carlistas que sueñan con una república burguesa independiente con capital itinerante (de Bruselas a Berlín, pasando por Soto del Real y Extremera).

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Título comentado:

-El Manifiesto Negro. Frederick Forsyth, 1996. Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1998.

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Noviembre con Moby Dick

Fotografía: © M.M.Capa

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“… Yo siempre me hago a la mar como marinero porque se empeñan en pagarme por la molestia; mientras, que yo sepa, jamás pagan un solo penique a los pasajeros. Al contrario, los propios pasajeros tienen que pagar. Y entre pagar y que le paguen a uno, hay la mayor diferencia de este mundo. El acto de pagar es quizá la aflicción más incómoda que nos legaron aquellos dos ladrones del frutal”.

 Con esta alusión a Adán y Eva nos describe Herman Melville “la mayor diferencia de este mundo”: pagar o que te paguen. Es una de las selectas pero llamativas referencias económicas que aparecen en “Moby Dick”. Una novela que, en cualquier caso, es una de esas brújulas que todo el mundo debería consultar con frecuencia, quizás hasta un par de veces al año. Y deberíamos hacerlo, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre y en estos noviembres de lluvia y corrupción, por los mismos motivos que su protagonista (“Llamadme Ismael”) se lanza de cuando en cuando navegar:

“Es un modo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombreo a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala”.

Hagámonos a la mar con este libro una vez más en este noviembre lloviznoso. Y sigamos el consejo de Ismael. Aunque, lo mejor sería hacerlo cobrando por ello, aun a costa de parecer que nos convertimos en esclavos. Porque, como dice Melville:

“¿Quién no es esclavo? Decídmelo. Bueno, entonces, por más que el viejo capitán me dé órdenes; por más que me den porrazos y puñetazos, tengo la satisfacción de saber que todo está bien; que todos los demás, de un modo u otro, reciben algo parecido, esto es, desde un punto de vista físico o metafísico; y así el porrazo universal pasa de uno a otro (…).

El colmo de la felicidad: que te paguen por hacer lo que te gusta. Qué pocos lo consiguen. Pero todos aceptamos de buen grado que alguien nos pague por algo (aunque, como es habitual en estos tiempos, sea con un miserable contrato a tiempo parcial, sin ningún tipo de seguridad y por hacer cosas que detestamos). Tras despotricar contra el acto de pagar, Melville subraya:

“Pero que le paguen a uno, ¿qué se puede comparar con esto? Es realmente maravillosa la cortés premura con que un hombre recibe dinero, si se considera que creemos en serio que el dinero es la raíz de todos los males terrenales, y que de ningún modo puede entrar en el Cielo un hombre adinerado. ¡Ah, qué alegremente nos entregamos a la perdición!”

El autor de “Moby Dick” se burla así de esa doble moral que mueve la economía, aunque convenientemente olvida que si alguien cobra, es porque también paga… en este caso con su trabajo, aunque sea una faena tan agradable para Ismael como hacerse a la mar.

En esta grandísima novela encontraremos, además, detalladas descripciones del negocio ballenero de mediados del siglo XIX:

“Resultó ser el capitán Bildad, que, junto con el capitán Peleg, era uno de los principales propietarios del barco, mientras que las demás partes, como a veces ocurre en esos puestos, las tenían multitud de viejos rentistas, viudas, niños sin padre y tutores judiciales, cada cual dueño de cerca del valor de una cabeza de cuaderna, un pie de tabla, o un clavo o dos del barco. La gente de Nantucket invierte el dinero en barcos balleneros, del mismo modo que vosotros invertís el vuestro en títulos del Estado que producen buenos intereses”.

El mismo principio que se sigue en un moderno fondo de inversión, o en una sociedad repartida en acciones. Todas las alusiones económicas como la anterior, las adereza el autor con frecuentes chanzas sobre cómo la moral (particularmente en aquellas tierras de cuáqueros) no debe interferir con los beneficios, porque…

“…aunque el hombre ame a su semejante, el hombre, sin embargo, es un animal que hace dinero, propensión que a menudo interfiere con su benevolencia”.

Nada más. Y nada menos. Y poco tengo que añadir, salvo recomendar a todo el mundo que vuelva a leer esta novela, o que la descubra, para descubrir en ella eso que llamamos la vida, y eso que conocemos como el mar, dos conceptos que nos ayudarán a mirar todo (incluso la economía) con nuevos ojos, quizá con la mirada limpia del marino que otea el horizonte en busca de la ballena blanca.

Por supuesto, vuelvan también a ver la indispensable versión cinematográfica de “Moby Dick”, rodada en 1956 por el maestro John Huston y protagonizada por el inmenso Gregory Peck, que encarna al Capitán Ahab en uno de los mejores papeles de su carrera. El guión, digna réplica de la novela y de comparable calidad literaria, lo escribieron el propio Huston y otro viejo conocido de esta bitácora, Ray Bradbury (http://economiaenlaliteratura.com/para-despertar-del-sueno-americano-viajemos-a-marte/).

Como despedida, igual que en un artículo reciente recogía uno de los más hermosos comienzos de novela que he leído (http://economiaenlaliteratura.com/caravana-es-mi-patria/), les dejo ahora uno de los más bellos finales, las líneas con las que concluye “Moby Dick”:

“Entonces, pequeñas aves volaron gritando sobre el abismo aún entreabierto; una tétrica rompiente blanca chocó contra sus bordes abruptos; después, todo se desplomó, y el gran sudario del mar siguió meciéndose como se mecía hace cinco mil años”.

En realidad, estoy haciendo trampa, pues, tras este final, Herman Melville escribió un aún más bello epílogo. Pero no quiero desvelarlo aquí, por respeto a quién no haya leído aún estas páginas imprescindibles para navegar en la vida.

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Título comentado:

-Moby Dick. Herman Melville, 1851. Austral, Barcelona, 2010.

Nota: recomiendo particularmente esta cuidadísima y rigurosa edición, con introducción, traducción y notas (todas ellas magníficas) de José María Valverde. También aconsejo huir de las abundantes ediciones infantiles y/o juveniles (aunque no duden en regalarle alguna a los más pequeños de la casa, así como de advertirles, cuando crezcan, que lean una versión completa y de calidad). Rechacen también las versiones mal resumidas, cuyo propósito es atrapar a la ballena blanca en una de esas colecciones de libros que se solían vender por los metros de estantería que ocupaban o por los colores de sus lujosas encuadernaciones.

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¿Contrabandistas o emprendedores?

Fotografía: © M.M.Capa

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“Un día [el maestro] preguntó qué profesión queríamos tener de mayores, y a mí me salió del alma: `¡Contrabandista!´. Y entonces él retrucó: `Mejor que digas emprendedor, hijo. ¡Emprendedor!´”.

Galicia asolada por la crisis del naval, con retraso en las comunicaciones (diez o doce horas para llegar desde Madrid a Vigo o a La Coruña), lastrada por el caciquismo, con una agricultura minifundista y un sector pesquero asediado por las cuotas y la fuerte competencia de las flotas extranjeras. Galicia forzada a lanzar a miles de sus jóvenes a la emigración, o a unos cuantos a las planeadoras. En ese entorno, ser contrabandista no estaba tan mal visto. Era uno de los escasos sectores con salida rápida para los emprendedores. Al menos hasta que llegó el gran cambio, el que además del negocio trajo consigo la muerte y dejó diezmada a una generación en los años ochenta y noventa. Esta transformación del negocio nos la cuenta Manuel Rivas en su espléndida “Todo es silencio”, una novela ambientada en la Costa de la Muerte… que en aquellos años hizo valer en exceso su apellido. Lo había ganado por lo abrupto de sus acantilados y la furia de su mar, pero lo reforzó (como el resto de la costa gallega) por lo que ese mismo mar traía sobre rápidas planeadoras, cuando los simples contrabandistas de tabaco comenzaron a convertirse en una especie más letal:

“Habían pasado a esconder las lanchas rápidas más valiosas en cobertizos o naves industriales (…), a veces muy tierra adentro, en distancias que se medían en kilómetros nocturnos y por pistas secundarias. Ese viaje hacia lo secreto era parte del mayor cambio en la historia del contrabando.

Del rubio de batea a la farlopa.

Del tabaco a la coca.

No, no había vallas publicitarias que anunciasen semejante mudanza histórica”.

Fue el cambio mortal. Un momento en el que al contrabandista se le dejó de considerar un simple emprendedor. Aunque, en la estela de los narcos internacionales, los gallegos también montaron su estructura empresarial, representada en esa novela por Mariscal, el típico capo que se asocia a otros emprendedores italianos y portugueses:

“Macro Gamboa (…) había trabajado durante mucho tiempo como `transportista´, por mar y por tierra, y había pasado por méritos propios a la condición de `empresario´”.

Exactamente el mismo esquema que, como analizábamos en el artículo anterior (http://economiaenlaliteratura.com/por-que-se-paga-tanto-por-algo-que-crece-en-los-arboles/) habían montado los narcos del otro lado del charco, los mexicanos. Y, igual que los capos del país azteca descubrieron que su mejor materia prima no era la droga en sí, sino su inmensa frontera con Estados Unidos, sus colegas gallegos descartaron el tabaco al darse cuenta de que su mejor materia prima era la costa, como afirma Mariscal:

“Tenemos los mejores argumentos para este negocio. Una costa formidable, infinita, llena de escondrijos. Un mar secreto, que nos protege. Y estamos cerca de los puertos madre. Del suministro. Así que lo tenemos todo. Tenemos la costa, tenemos los depósitos, tenemos los barcos, tenemos los hombres. Y lo más importante todavía. ¡Tenemos huevos!”.

Sin duda, uno de los principales activos que se juega siempre cualquier emprendedor. Pero incluso tenían más: ese cierto reconocimiento social de que el contrabando no era algo tan dañino, salvo para las arcas públicas. Y además generaba más dinero que ningún otro negocio: a un chaval protagonista de la novela le pagan mil pesetas por sumarse a la cadena que, desde la playa, ayuda a desembarcar un cargamento de tabaco. Y su padre, marinero, exclama indignado:

“¡Hay que joderse! Más de lo que puede ganar uno peleando con el mar una puta semana”.

Pero eso era en los sesenta, cuando, como nos cuenta el novelista, ponían la serie “El Fugitivo” en la televisión. La irrupción de la droga disparó las cifras exponencialmente, como explica Fins Malpica, el chaval que cobró las mil pesetas pero que, pasados los años volvió a su tierra como inspector de policía, decidido a combatir el narcotráfico:

“–Estamos hablando de toneladas, señor –dijo Malpica–. De miles de kilos de cocaína en cada alijo. Y de miles de millones de beneficios. Perico, farlopa… Quieren hacer de esta costa la punta de desembarco para toda Europa. Tal vez ya lo es.

Y Mara Doval [otra policía] añadió:

–Comprarán las voluntades de la gente, el territorio… Comprarán todo. ¡Un auténtico capitalismo mágico!”

Y lo compraron. Los sobornos fluyeron. “La boca es para callar”, afirma el narco Mariscal, deseoso de que en su mundo se imponga lo que dice el título de la novela: “Todo es silencio”. Porque, como marcan las dos reglas de uno de sus colegas:

“Primero: El poder necesita sombra. Y segundo: No hay mejor sombra que el poder”.

Una zona de sombra, con paraísos fiscales, cuentas off-shore, sobornos… que las fuerzas del orden no pueden desentrañar. Y, en buena medida, por ese dogma de que “todo es silencio”, de que el narco se asentó sobre la aceptación social del contrabando, cuyos capos se cubren hasta de un aurea de economía liberal. Lo argumenta el propio Mariscal durante una entrevista con un periódico local:

“Los políticos son unos comemierda, unos carroñeros. ¿Escribió esto? Pues no lo escriba. Esto sí: soy apolítico”.

Y prosigue con sus argumentos de anarco-liberal, que sin duda suscribirían algunos seguidores actuales del “pensamiento único económico”, los mismos que no quieren ver aparecer nunca al Estado… salvo para rescatar al sistema financiero:

“¡Amo la libertad! Mucho más que esas sanguijuelas que chupan a su cuenta. Libertad, sí, para crear riqueza. Libertad para que nos dejen ganar la vida con nuestras propias manos. Como siempre hemos hecho”.

Lástima que al pasar del rubio de batea a la droga, se ganaran también la muerte, no para ellos, sino para miles de jóvenes a los que arrolló este narco-liberalismo. Y es ese el único punto en el que la novela se me queda corta: Manuel Rivas escribe una obra brillante que, por momentos, parece un auténtico poema en prosa. Cuenta como nadie ese mundo y ese entorno, pero se detiene demasiado pronto. Nada dice de las víctimas… y de los supervivientes, que también los hay.

LOS SUPERVIVIENTES

Sobre esos supervivientes trata otra novela, de una autora también gallega, como Rivas. En “Es pecado tirar el amor”, Esclavitud Rodríguez Barcia escribe una novela rosa que no es una novela rosa (como Cervantes escribió una novela de caballería que no era una novela de caballería). Un libro que habla de amor, pero también de comunicación, de política y de supervivencia. De esa que permitió a muchos jóvenes gallegos escapar a esa red de “capitalismo mágico” que enriqueció a unos pocos pero dejó la costa sembrada de cadáveres:

“Apenas tenía dos años cuando la enterraron [a la tía de la protagonista]. A la tía la mató una sobredosis de heroína. Le tocó ser una de las primeras víctimas del Gran Estrago, de la Peste, de la marea de Drogadicción y Dolor que en los años ochenta asoló las rías gallegas”.

La marea de Dolor a cuya estructura empresarial también alude “Es pecado tirar el amor”. La explica Ubaldo, el hijo de un pequeño camello, Mario, que acabó huyendo de allí tras introducir a muchos jóvenes en la drogadicción y en el tráfico a pequeña escala:

“Ubaldo no consiguió que su padre volviera, pese a que no había ninguna familia que lo atara a su tierra de acogida. Mario temía no a los camellos mayores, a quienes traicionó al huir, sino la mirada de todos aquellos a los que una vez había tratado como a una máquina expendedora de billetes, como simple mercancía”.

Meter a los jóvenes en la droga era convertirlos en “máquinas expendedoras de billetes”. Aunque algunos se salvaron y también prefieren un silencio que no les recuerde su trágico pasado:

“No es fácil para nadie, ni siquiera para la gente que no estuvo metida. El olvido es una caridad para todos”.

Caridad para los supervivientes. La caridad de olvidar lo que fueron. Pero no puede haber caridad ni olvido para esos supuestos “emprendedores”, ni para su dinero negro manchado de sangre.

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Títulos comentados:

-Todo es silencio. Manuel Rivas. Alfaguara, Madrid, 2010.

Es pecado tirar el amor. Esclavitud Rodríguez Barcia. Amazon, 2014. http://www.amazon.com/dp/B00KDCRMQU

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¿Por qué se paga tanto por algo que crece en los árboles?

Fotografía: © M.M.Capa

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“Sin ellos [los norteamericanos], cualquier bobo con un camión viejo o una barca agujereada con motor fueraborda podría transportar drogas al norte. Y entonces el precio no compensaría el esfuerzo. Pero tal como están las cosas, hacen falta millones de dólares para mover las drogas, y en consonancia los precios son altísimos. Los norteamericanos se apoderan de un producto que crece literalmente en los árboles y lo transforman en una mercancía valiosa. Sin ellos, la cocaína y la marihuana serían como naranjas, y en lugar de ganar millones pasándolas de contrabando, yo ganaría unos pocos centavos trabajando como un negro en algún campo de California, recogiéndolas”. 

Pura ley de la oferta y la demanda, que además está en la raíz de la resistencia política a legalizar las drogas. La explica un narco mexicano, Adán Barrera, jefe del clan cuya historia nos cuenta “El poder del perro”. Considerada por la crítica el equivalente narco-mex de “El Padrino”, estamos ante la gran novela americana sobre el narcotráfico. Gracias a ésta y a otras obras de éxito, su autor, Don Winslow (Nueva York, 1953), vive ahora de la literatura, tras haber pasado por diversos trabajos en cine y televisión y ejercer oficios tan dispares como detective privado, repartidor de alimentos o guía de safaris.

Su novela no sólo es una joya del género negro –con una trama apasionante y con momentos de espeluznante violencia que hacen que las películas de Sam Peckinpah parezcan episodios de Bob Esponja–, sino sobre todo una espectacular y documentadísima descripción del recorrido que ha llevado al narcotráfico a convertirse en un enorme negocio. Un camino que comienza, como hemos visto al principio, en los árboles, pero que los grandes cárteles mexicanos supieron reconducir con habilidad. Dejaron de cultivar droga, pasaron de que las operaciones policiales quemaran sus campos de amapolas, el día que descubrieron que su gran activo no era el producto, sino otra materia prima de 3.185 kilómetros de longitud e imposible de quemar: su frontera con Estados Unidos, ese país cuyos habitantes pagan millones por algo que crece en los árboles, pero no en México, sino en Colombia y en muchos otros países de América del Sur. Los narcos se situaron así donde siempre se gana más dinero con menos riesgo: haciendo de intermediario entre la oferta y la demanda. Se limitan a tomar la droga de los productores, a pasarla por la frontera y a devolvérsela, ya en el mercado de destino, para que vuelvan a ser los colombianos los encargados de la distribución.

UN MÁSTER DE NEGOCIOS

“El poder del perro” desmenuza todo el proceso con la precisión de un máster de negocios. No falta casi nada en la descripción de esta imbatible estructura empresarial:

“–Queremos empresarios, no empleados –explicó Adán a Raúl–. Los empleados cuestan dinero, los empresarios ganan dinero.”

 La teoría se ilustra con los detalles prácticos y cuantitativos, como el esquema de comisiones:

“La nueva estructura creó un creciente grupo de hombres de negocios independientes, bien recompensados y muy motivados, que pagaban el doce por ciento de sus ganancias a los Barrera, y de buena gana. (…) Y dirigías tu propio negocio, corrías tus propios peligros, recibías tus propias recompensas”.

Ni más ni menos que en la mejor franquicia. Y todo, en buena parte, gracias a que los narcos mexicanos aprendieron muy bien las lecciones económicas que les llegaban de sus vecinos del norte:

“–El doce por ciento de muchos –había explicado Adán a Raún cuando propuso la drástica reducción de impuestos– sumará más que el treinta por ciento de unos pocos.

Había tenido en cuenta las lecciones de la Revolución Reagan. Podrían ganar más dinero bajando impuestos que elevándolos, porque los impuestos menores permitían que más empresarios se interesaran en el negocio, ganaran más dinero y pagaran más impuestos”.

Ni Milton Friedman lo hubiera explicado mejor. Pero la estructura del negocio va más allá de los “estímulos fiscales” al más puro estilo monetarista. Llega hasta los servicios financieros integrales, como los típicos en la mejor oferta de la banca de negocios:

“Los Barrera también ofrecían servicios financieros. Adán quería facilitar a la mayor cantidad de gente posible la incorporación al negocio, de modo que nunca había que adelantar el doce por ciento. No tenías que pagarlo hasta después de haber vendido la mercancía. Pero los Barrera daban un paso más: te ayudaban a blanquear el dinero (…). La tasa vigente por blanqueo de dinero era del 6,5 por ciento, pero los banqueros sobornados cedían a los Barrera un rapel del 5 por ciento más de cada dólar de cada cliente (…). Todo lo que ingresabas en sucio, te lo devolvían en limpio, al cabo de tres días laborables, menos el 6,5 por ciento”.

Y todo ello, por supuesto, con la ayuda de las últimas tecnologías:

“Todas sus comunicaciones [Adán] las realiza a través de la red, codificadas con una tecnología que ni siquiera los norteamericanos son capaces de descifrar. Envía órdenes a través de la red, consulta sus cuentas a través de la red, vende su producto a través de la red y le pagan a través de la red. Mueve su dinero en un abrir y cerrar de ojos electrónico, lo blanquea a una velocidad superior a la del sonido, literalmente, sin siquiera tocar un dólar o un peso. Puede, y lo hace, matar a través de la red. Teclea un mensaje y lo envía, y alguien abandona el mundo de los vivos”.

CÓMO COMPRAR Y VENDER UN PAÍS

Los políticos mexicanos entendieron perfectamente esta estructura de negocio y, a cambio de percibir su particular “impuesto” en forma de sobornos de los narcos, ¿qué hicieron?:

“Lo que hicieron, en los términos más sencillos posibles: vendieron el país a los narcotraficantes”.

Quienes hasta se beneficiaron del gran acuerdo comercial entre México y Estados Unidos, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN):

“La droga va al norte y el dinero al sur. Y ambas partes de este viaje de ida y vuelta son mucho más fáciles porque el TLCAN ha relajado la seguridad fronteriza, lo cual facilita, entre otras cosas, un flujo ininterrumpido de tráfico entre México y Estados Unidos. Y con él, un flujo ininterrumpido de droga”.

Y un flujo ininterrumpido de poder para los narcos, que no sólo imponen con violencia su ley (resumida por esta novela en dos palabras: “Plata o plomo”), sino que hasta son capaces de forzar una devaluación:

“El nuevo presidente mexicano juró su cargo el primero de diciembre de 1994. Aquel mismo día, dos agencias de corredores de bolsa controlados por la Federación [los narcos] empezaron a comprar `tesobonos´, bonos del gobierno. A la semana siguiente, los cárteles de la droga retiraron su capital del banco nacional mexicano, lo cual obligó al nuevo presidente a devaluar el peso en un cincuenta por ciento. Después, la Federación cobró sus `tesobonos´ y colapsó la economía mexicana.”

Tras provocar el caos en el mercado de deuda, los narcos actuaron como hubiera hecho cualquier inversor: refugiándose en el inmobiliario.

“Como autorregalo de Navidad, la Federación compró propiedades, negocios, bienes raíces y pesos, los enterró bajo un árbol y esperó.

El gobierno mexicano no tenía dinero para pagar los `tesobonos´ pendientes. De hecho, tenía una deuda de 50.000 millones de dólares. El capital huía del país más deprisa que los predicadores de una casa de putas asaltada por la policía.”

Ya conocemos que pasa siempre en estos casos:

“Faltaban días para que el país anunciara la bancarrota, cuando la caballería norteamericana acudió con 50.000 millones de dólares en préstamos para apuntalar la economía mexicana (…). El nuevo presidente mexicano tuvo que invitar, literalmente, a los señores de la droga a regresar al país con sus millones de narcodólares, con el fin de revitalizar la economía y poder pagar el préstamo. Y los narcos tenían ahora más miles de millones de dólares que antes de la `crisis del peso´, porque en el periodo de tiempo transcurrido entre el canje de los pesos por dólares y la llegada de la ayuda norteamericana, utilizaron los dólares para comprar pesos devaluados, que a su vez volvieron a subir cuando los mercados entregaron el enorme préstamo (…).”

¿A que suena muy actual? Ni el mejor tiburón de las finanzas internacionales lo haría mejor. Es una operación de manual, con un resultado de manual:

“Lo que, en síntesis, hizo la Federación fue comprar el país, volver a venderlo a un precio alto, comprarlo de nuevo a un precio bajo, reinvertir en él y ver crecer las inversiones”.

Pregunta para nota: ¿Cuántos países, sobre todo del sur (incluso del sur de Europa), se han comprado y vendido así? ¿Cuántas economías al borde la bancarrota han sufrido operaciones de rescate que, en definitiva, las ha hecho cambiar de amo? El poder del perro, de ese perro que muerde con fuerza y no suelta la presa. Y todo, por una porquería que crece en los árboles, pero que acaba manchándolo todo, incluso a nuestros hijos, a una generación diezmada por el poder del narco, que se ha introducido también con fuerza –y con la facilidad de llegar planeando sobre las olas– en nuestra economía. Pero eso lo veremos en el próximo artículo, donde todo es silencio…

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Título comentado:

-El poder del perro.Don Winslow, 2005. Random House Mondadori/Roja&Negra, Barcelona, 2009.

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La Mafia, hija del sistema económico

Fotografía: © M.M.Capa

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¡Ma fia, ma fia! (¡mi hija, mi hija!), clamaba una desconsolada madre por las calles de Palermo el lunes de Pascua de 1282. Un soldado francés acababa de violar a su hija el mismo día en que la doncella se iba a casar. Bandas de sicilianos se lanzaron a la caza del gabacho. Miles de soldados franceses fueron masacrados en pocos días. Fue el primer gran suceso sangriento protagonizado por lo que, desde poco después, se conocería como Mafia.

Pero no era éste el objetivo de sus precursores, los llamados amici (amigos) o uomini rispettati (hombres respetables), que en realidad querían generar un Estado dentro del Estado, una estructura que el propio sistema económico podría llamar ma fia, mi hija.

“Los amici no eran reformistas. Ellos no buscaban derrocar al sistema (…). Habían aprendido a trabajar dentro del sistema, a explotarlo mientras el sistema explotaba a su vez al país”.

Nos lo explica Gay Talese en “Honrarás a tu padre”, un reportaje tan enorme (tanto por su grandeza como por sus más de 600 páginas) que acaba convirtiéndose en una novela real como la vida misma. ¿O acaso no es eso el llamado Nuevo Periodismo? Cuya fundación, por cierto, se atribuye a dos monstruos de la escritura norteamericana: el propio Gay Talese y su colega Tom Wolfe.

“Honrarás a tu padre” es la novela definitiva sobre la Mafia, porque es la historia definitiva sobre la Mafia. Una historia real, en la que Talese nos narra la vida y obras de un capo real, Bill Bonanno, último eslabón de una de las familias mafiosas más importantes de Estados Unidos. Con todos los respetos a la otra gran obra sobre la Mafia, “El Padrino”, de Mario Puzo (de quien hablaremos más adelante), el inmenso reportaje de Talese, escrito con el vigor y el estilo de la mejor novela, tiene la ventaja de que todo lo que se cuenta en él está arropado por el rigor del mejor periodismo, del que investiga en profundidad, acude a las fuentes directas, entrevista a los auténticos protagonistas, analiza los orígenes, documenta todos los datos… Es decir, de ese periodismo que, en esta acelerada era de medios on-line sin recursos y pilotados por eternos becarios, ya está amenazado de extinción.

La obra de Talese, publicada en 1971, fue llevada a la televisión en miniseries de la CBS y más tarde serviría de inspiración a la memorable “Los Soprano”. Porque nunca antes se había contado así, con tal rigor y profundidad, el funcionamiento de esa auténtica maquinaria económica que es la Mafia desde sus mismos orígenes en Sicilia:

“Durante siglos, la pobreza y las desgracias de su región fueron ignoradas por el gobierno de Sicilia, por el parlamento de Roma y por docenas de gobernantes extranjeros; así que finalmente [los Bonanno y los Magaddino, dos familias fundadoras de lo que después se conocería como Mafia] tomaron la ley en sus propias manos y la acomodaron a sus intereses, tal como habían visto que hacían los aristócratas”.

Fue el resultado inevitable de más de dos mil años de tumultuosa historia, que estos amici decidieron reconducir a su manera:

“No creían en la igualdad ante la ley; las leyes las redactaban los conquistadores. (…) La isla había sido gobernada por la ley griega, la ley romana, la ley musulmana, las leyes de los godos, los normandos, la Casa de Anjou, la Corona de Aragón; cada nueva flota de conquistadores traía nuevas leyes a la tierra, pero, sin importar quién fuera el autor de la ley, ésta siempre parecía favorecer al rico por encima del pobre (…). El gobierno oficial era con frecuencia el enemigo, los criminales solían ser héroes y los clanes familiares (…) eran reverenciados por sus conciudadanos. Aunque algunos de estos líderes eran vengativos y corruptos, se identificaban con la difícil situación de los pobres y a menudo compartían lo que les habían robado a los ricos…”.

Y, además, eran más fiables que las cambiantes y despóticas instituciones públicas:

“Su palabra casi siempre era de fiar y no traicionaban la confianza puesta en ellos”.

EL NEGOCIO MÁS LUCRATIVO DE ESTADOS UNIDOS

Con el tiempo, saltaron el gran charco y llegaron a Estados Unidos, donde los mafiosos seguían inspirados por los mismos principios que sus fundadores:

“…no querían que el sistema se derrumbara, porque de ser así, ellos caerían con él. Aunque reconocían que el gobierno tenía defectos y era hipócrita y poco democrático, y que la mayoría de los políticos y la policía participaban en la corrupción hasta cierto punto, la corrupción al menos era algo que se podía entender y con lo cual se podía tratar. Lo que más temían estos hombres y aquello de lo cual varios siglos de historia siciliana les había enseñado a desconfiar eran los reformistas y los cruzados”.

¿Les suena? Quien se asienta en la corrupción y en el reparto sistemático de sobres, lo que menos quiere es reformas, cambios en el sistema. Porque se enriquece con él hasta niveles difíciles de estimar:

“Según Nixon, los ingresos anuales [de la Mafia] por cuenta del juego ilegal estaban entre los veinte y los cincuenta mil millones de dólares –cifra que impresionó a Bill Bonanno, sobre todo por su falta de precisión–…”

Y eso sólo era una parte de sus negocios, en los años sesenta y setenta:

“Aunque el gobierno sostenía que el crimen organizado era el negocio más lucrativo de Estados Unidos, los expertos (…) no se podían poner de acuerdo (…). Sus cálculos iban desde los diez mil hasta los cuarenta mil millones de dólares anuales e incluso los informes más conservadores aceptaban que el crimen organizado producía más ganancias cada año que la suma de los ingresos de las compañías Unites States Stell, AT&T, General Motors, Estándar Oil of New Jersey, General Electric, Ford, IBM, Chrysler y RCA”.

Todo, a partir de familias sicilianas que se organizaron contra conquistadores cambiantes, corruptos y opresores. Aunque lo que Mario Puzo llama “la primera gran familia del crimen” no surgió en Sicilia, sino en Roma, y unos doscientos años después de ese trágico lunes de Pascua de 1282. El autor italiano nos lo cuenta en “Los Borgia”, su obra póstuma (publicada en 2001, dos años después de su fallecimiento):

“La Iglesia católica era una inmensa maquinaria que requería de innumerables engranajes para mantenerse en movimiento (…). La cámara apostólica, dirigida por el camarlengo, debía asumir el pago y el cobro de miles de facturas en ducados, florines y otras muchas monedas. El personal de la curia, que todos los años aumentaba en número, debía recibir un salario y había todo tipo de valiosos cargos eclesiásticos que vender e intercambiar, tanto de forma legítima como ilegítima”.

Este era el sistema en el que el Rodrigo Borgia (elegido papa en 1492, con el nombre de Alejandro VI) y su familia asentaron su particular estructura mafiosa, con gran protagonismo de sus dos famosos hijos: César y Lucrecia.

Por si alguien no se acuerda, Borgia es la italianización del apellido Borja, pues el célebre papa nació en una región española que en los últimos tiempos ha asistido a innumerables casos de caciquismo y corrupción… ligados incluso a una visita papal que dejó un reguero de millones entre determinadas “familias”. Nada nuevo bajo el sol:

“La Tierra se está degenerando en estos tiempos. Hay señales de que la civilización está llegando a su fin. El soborno y la corrupción abundan. Hay violencia por todas partes”.

Esta cita, recogida por cierto en “Honrarás a tu padre”, es absolutamente actual. El problema es que Gay Talese la toma de una inscripción asiria de 3.000 años antes de Cristo, 4.200 años antes de la Mafia y 4.500 años antes de los Borgia.

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Títulos comentados:

-Honrarás a tu padre. Gay Talese, 1971. Alfaguara, Madrid, 2011.

Los Borgia. La primera gran familia del crimen. Mario Puzo (con la colaboración de Carol Gino), 2001. Planeta, Barcelona, 2001.

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Dinero negro en la novela negra

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

Todo escritor de novela negra sueña con ser Raymond Chandler. Y el que diga lo contrario, miente. Pero Raymond Chandler sólo hay uno o, todo lo más, dos, si ponemos casi a su altura a Dashiel Hammett.

No busquen más. Hay muchos otros escritores de gran calidad en este género, incluidos unos cuantos en la incesante avalancha nórdica y no pocos españoles. Pero si quieren beber de las fuentes originales, deleitarse con los auténticos clásicos aún insuperables, comiencen por Raymond Chandler. Si, además, pueden conseguir la magnífica edición de toda, repito, toda, su obra en español (“Todo Marlowe”, un auténtico alarde editorial de RBA), tendrán garantizado disfrutar sin parar de sus 1.391 páginas… que se hacen cortas, porque es un delirio leer una tras otra y sin respiro las siete monumentales novelas de Chandler (desde la primera, “El sueño eterno”, de 1939, hasta la última, “Playback”, de 1959) y, de propina, sus dos relatos cortos (“El confidente” y “El lápiz”). Es uno de los libros con que más he gozado en la vida… y eso que la lista de mis preferidos es tan larga que necesitaría un buen velero para llevármelos todos a una isla desierta.

Llevo demasiado tiempo escribiendo, así que es momento de pasar la palabra al maestro Chandler y a algunas de las más contundentes ideas escritas sobre algo tan oscuro como sus novelas: el dinero negro.

Para comenzar, ya en “El sueño eterno”, su primera novela, Chandler nos dice algo que forma parte de los propios genes de esta bitácora digital. El detective por excelencia, el mismísimo Philip Marlowe, afirma sobre una historia que acaban de contarle:

“Poseía la austera sencillez de la ficción en lugar de la retorcida complejidad de la realidad”.

 Tras esta declaración de intenciones –con la ficción se puede contar mejor la realidad–, las novelas de Chandler nos sorprenden con auténticas perlas… negras, por supuesto. Veamos una selección tomada de una de sus obras más incisivas al desvelar ese lado negro de la economía: “El largo adiós”. En ella, un magnate de la prensa le explica a Marlowe cómo funciona el sistema:

 “El pueblo elige, pero la maquinaria del partido nomina, y las maquinarias de partido, para ser eficaces, necesitan mucho dinero. Alguien se lo tiene que dar, y ese alguien, ya sea individuo, grupo financiero, sindicato o cualquier otra cosa espera cierta consideración a cambio”.

 ¿A qué les suena esta crítica justo ahora, cuando en España asistimos al espectáculo de partidos financiados sin transparencia, a golpe de sobre y gestionados con “contabilidad B”? Pero sigamos oyendo al personaje de la novela:

“Hay algo muy peculiar acerca del dinero (…). En grandes cantidades tiende a adquirir vida propia, incluso conciencia propia. El poder del dinero resulta muy difícil de controlar (…). El crecimiento de las poblaciones, el enorme costo de las guerras, las presiones incesantes de una fiscalidad insoportable… Todas esas cosas hacen al hombre más y más venal. El hombre corriente está cansado y asustado y un hombre cansado y asustado no está en condiciones de permitirse ideales. Necesita comprar alimentos para su familia.”

Toda una definición del sistema económico, del pasado, pero también del presente y del futuro. El mismo magnate prosigue así su relato:

“En esta época nuestra hemos visto un deterioro escandaloso tanto de la moral pública como de la privada. De personas cuya vida está constantemente sujeta a la falta de calidad, no cabe esperar calidad. No se puede tener calidad con producción en masa. No se la desea porque dura demasiado. De manera que se echa mano del diseño, que es una estafa comercial destinada a producir una obsolescencia artificial.”

La novela que incluye estas líneas fue publicada en 1953. Está claro que las cosas no han cambiado demasiado desde entonces. Y, si lo han hecho, quizás ha sido a peor. Y eso que el escenario ya era bastante malo entonces, como relata el propio Marlowe en la misma novela:

“Tenemos mafias y sindicatos del crimen y asesinos a sueldo porque tenemos políticos corruptos y a sus secuaces en el ayuntamiento y en la asamblea legislativa. El delito no es una enfermedad, es un síntoma (…). Somos un pueblo grande, primitivo, rico y desenfrenado y la delincuencia organizada es el precio que pagamos por la organización. Vamos a tenerla mucho tiempo. La delincuencia organizada no es más que el lado sucio del poder adquisitivo del dólar.”

Demoledor, actual… ¿Qué más se puede decir? Quizás buscar referencias mucho más atrás en la historia. Y las encontramos en el otro clásico citado. Dashiell Hammett nos retrata en su primera novela, “Cosecha roja” (publicada en 1929), al típico magnate norteamericano, fundador de ciudades y absolutista controlador de su economía y su política, que se confunden en una misma cosa. La novela transcurre en una ciudad minera de Montana, Personville, a quienes las malas lenguas llaman Poisonville (ciudad ponzoñosa):

“Durante cuarenta años, Elihu Willson, el Viejo, padre del que había muerto aquella noche, fue el dueño de Personville, el corazón, alma, piel y entrañas. Era presidente y accionista mayoritario de la Personville Mining Corporation, así como del First National Bank, propietario del Morning Herald y del Evening Herald, los únicos periódicos de la ciudad, y copropietario al menos de todas las demás empresas de alguna importancia. Aparte de estos bienes, era propietario de un senador de Estados Unidos, de un par de diputados, del gobernador, del alcalde y de la mayor parte de los diputados del Estado. Elihu Willsson era Personville y casi todo el Estado”.

¿A que les sigue sonando? Este estadio primitivo del capitalismo salvaje, el abono (no el único, pero sí el más maloliente) sobre el que se construyeron los Estados Unidos, es ahora bastante frecuente en economías que apenas comenzaron a saborear las formas más tóxicas de ese mismo capitalismo hace muy pocos años, concretamente desde que en 1989 se desplomó el Muro de Berlín y todo el bloque soviético se desmembró, al tiempo que los antiguos caciques políticos se reconvertían aceleradamente en caciques económicos y acumulaban todo el poder empresarial… Lo vemos también en economías emergentes asiáticas y latinoamericanas, e incluso en algunas otras democracias recientes, como la nuestra (con apenas un cuarto de siglo de vida, frente a los doscientos años de la norteamericana). No es tan rato encontrar en nuestro país casos similares a los del viejo Elihu Willsson, sobre todo si escarbamos en algunas Comunidades Autónomas en las que ciertos fulanos han ejercido poderes omnipotentes en la esfera pública, a base de mezclarla peligrosamente con la privada… Al menos hasta que la crisis ha hecho bajar la liquidez y ha ocurrido lo mismo que sucede cuando se seca un pantano: que aparecen las ruinas de los pueblos… o, como en casos muy recientes y cercanos, de los aeropuertos abandonados y sin aviones.

Ruinas negras, dinero negro, novela negra.

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Títulos comentados:

-Todo Marlowe. Raymond Chandler (recoge toda su obra, publicada entre 1939 y 1959). RBA, Barcelona, 2010 (segunda edición).

-Cosecha roja. Dashiell Hammett (1929). El País/Serie Negra, Barcelona, 2004.

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