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La Rusia de los amigos de Putin (y 2): el asalto mafioso a la economía

Fotografía: © M.M.Capa

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“En una sociedad donde la combinación de burocracia esclerótica e incompetencia pura y dura ha hecho que se atasquen todos los engranajes, el mercado negro es el único lubricante. La URSS funcionó con ese lubricante a lo largo de toda su historia y dependió totalmente de él en los últimos diez años. A partir de 1991, la mafia, que ya controlaba el mercado negro, lo único que hizo fue salir del escondrijo para expandirse. Y desde luego que lo hizo, pasando rápidamente de las áreas de fraude organizado normales –alcohol, drogas, protección, prostitución– a todas las facetas de la vida. Lo más impresionante fue la rapidez y crueldad con que se llevó a cabo el virtual asalto de la economía”.

 “El grupo criminal en el círculo de Putin ha aprendido a manipularle”. Lo dice Mijaíl Jodorkovsky, magnate ruso exiliado en Gran Bretaña, en una entrevista publicada por el “EL PAÍS” el 21 de marzo. Esto fue sólo tres días después de que Vladímir Putin arrasara en las elecciones presidenciales y se asegurara que seguirá en el poder hasta 2024 (acumulará así sólo cinco años menos que los 29 que estuvo Stalin al frente de la URSS). Y todo ello, mientras arrecia la guerra diplomática occidental contra Moscú por el envenenamiento de un ex espía ruso y su hija en territorio británico. Y mientras vuelven a volar los misiles occidentales sobre el dictatorial régimen sirio que, con el apoyo de Putin, sigue gaseando y bombardeando a sus propios ciudadanos.

Que la mafia y otros círculos criminales sobrevuelen el poder político no es noticia. Pasa en casi todas partes. En el libro que acaba de publicar sobre Donald Trump, el ex director del FBI James Comey afirma que “estar con él me traía recuerdos de cuando era fiscal antimafia”. Pero en Rusia, esta simbiosis entre mafiosos y gobernantes es especialmente intensa y viene de antiguo. Lo comentamos en el anterior artículo de esta bitácora (http://wp.me/p4F59e-8r), dedicado a una interesante obra de Frederick Forsyth: “El Manifiesto Negro”. Escrita en 1996, la novela hace un ejercicio de política ficción y se ambienta en 1999 para narrar la historia de un xenófobo, racista y mafioso candidato a las presidenciales rusas del año siguiente. Las primeras que, por cierto, ganó Putin tras la dimisión de Boris Yeltsin.

En la novela no se cita a Putin en ningún momento, quizás porque en 1996 aún no era muy conocido, pese a su pasado en el KGB, que prolongó en el organismo que lo sucedió, el Servicio Federal de Seguridad, del que fue nombrado director en 1998. Pero sí aparecen en el libro de Forsyth otros inquietantes altos cargos de ambos servicios, por no hablar del aún más inquietante líder político populista: Igor Komároz, un sujeto que se presenta a las elecciones respaldado por ingentes capitales de origen mafioso y con un programa oculto nazi y supremacista (ese “Manifiesto Negro” que da título a la novela) que podrían firmar los mismísimos Adolf Hitler o Joseph Stalin.

Tras describir cómo la mafia se infiltró en la economía soviética durante los últimos años de la URSS (véase artículo anterior de este blog), “El Manifiesto Negro” cuenta cómo esa infiltración fue aún más intensa con el nacimiento de la nueva Rusia tras la caída del Muro de Berlín.

CONQUISTA EN TRES FASES

Ese “asalto de la economía” al que aludíamos al principio de este artículo, fue posible para la mafia gracias a tres factores muy bien descritos en la novela:

“El primero fue la capacidad para una violencia brutal e inmediata que la mafia rusa exhibía cuando sus planes se veían obstaculizados de alguna manera, una violencia que habría dejado en pañales a la Cosa Nostra norteamericana (…). El segundo fue la impotencia de la policía. Escasa de dinero y de plantilla, sin experiencia (…), la milicia no daba abasto. El tercero fue la endémica tradición rusa de corrupción”.

Y este último factor, el de la corrupción, fue alentado a su vez por un componente puramente económico:

“A ello contribuyó la inflación galopante que se desató en 1991 para consolidarse alrededor de 1995. Bajo el comunismo el tipo de cambio estaba en dos dólares americanos por rublo, cosa ridícula y artificial en términos de poder adquisitivo, pero vigente dentro de la URSS, donde el problema no era la falta de dinero sino de bienes. La inflación acabó con los ahorros y dejó en la pobreza a los trabajadores con salario fijo. Cuando la semanada de un policía urbano vale menos que los calcetines que lleva es difícil persuadirle de que no acepte un billete metido dentro de un carnet de conducir evidentemente falso”.

Con todo esto jugando a su favor, la mafia rusa penetró con rapidez en los negocios legítimos, hasta el punto de hacerse con el control del 40 por ciento del producto interior bruto:

“La Cosa Nostra americana tardó una generación en comprender que los negocios legítimos, conseguidos con las ganancias del chantaje, servían para incrementar las ganancias y blanquear el dinero. Los rusos lo comprendieron en sólo cinco años y en 1995 controlaban el 40 por ciento de la economía nacional (…). El problema era que se habían excedido. Hacia 1988, la codicia había resquebrajado la economía de la que vivían. En 1996 una parte de la riqueza rusa por valor de 50.000 millones de dólares, principalmente en oro, diamantes, metales preciosos, petróleo, gas y madera, estaba siendo robada y exportada ilegalmente. Las mercancías se compraban con rublos prácticamente desvalorizados, e incluso así a precios de liquidación, por los burócratas que controlaban los órganos del Estado, y se vendían en el extranjero a cambo de dólares. Algunos de estos dólares eran después reconvertidos en millones de rublos al objeto de seguir financiando sobornos y crímenes. El resto quedaba a buen recaudo en el extranjero”.

Frederick Forsyth dedica también páginas brillantes a narrar la penetración mafiosa en la banca: cómo se pasó del único banco de la época comunismo, el Narodny o Banco del Pueblo, hasta los más de 8.000 surgidos con la ebullición capitalista; cómo muchos de estos quebraron o simplemente se esfumaron con el dinero de los depositantes, hasta que a finales de los noventa no quedaron más que “unos cuatrocientos bancos más o menos fiables”; o cómo lograba mandar en ellos la mafia:

“La banca no era una ocupación segura. En diez años más de cuatrocientos banqueros habían sido asesinados, normalmente por no ceder por completo a las exigencias de los gánsteres de préstamos sin aval y otras formas de cooperación ilegal”.

LA POSVERDAD ANTES DE PUTIN

Y para dejar bien claro que no hay nada nuevo bajo el Sol, “El Manifiesto Negro” se ocupa detenidamente de eso que antes llamábamos mentira y que ahora se llama posverdad. Y demuestra que no hay que esperar a uno de sus principales impulsores recientes, el nuevo zar Putin, para encontrarla mucho antes en la política rusa. Boris Kuznetsov, el jefe de propaganda del partido ultraderechista de Komároz, sabe bien cómo manejar esa posverdad:

“Durante su estancia en Estados Unidos Kuznetsov había estudiado y quedado impresionado de cómo unas relaciones públicas llevadas con habilidad y competencia podían generar el apoyo de las masas incluso a las más estrepitosas tonterías (…). Kuznetsov veneraba el poder de la oratoria para persuadir, disuadir, convencer y por último vencer toda oposición. Que el mensaje fuera mentira era irrelevante. Como los políticos y los abogados, él era un hombre de palabras, convencido de que no existía problema que éstas no pudieran resolver”.

Se puede generar el apoyo de las masas a “las más estrepitosas tonterías” y es irrelevante que el mensaje sea mentira. ¿Les suena? Pues pueden leer más sobre esto en una novela como “El Manifiesto Negro”, escrita dos décadas antes del Brexit, de la llegada de Trump a la Casa Blanca, del nuevo zarismo rampante de Putin y de las fantasías carlistas que sueñan con una república burguesa independiente con capital itinerante (de Bruselas a Berlín, pasando por Soto del Real y Extremera).

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Título comentado:

-El Manifiesto Negro. Frederick Forsyth, 1996. Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1998.

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La intolerancia mata al ruiseñor

Fotografía: © M.M.Capa

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“–Preferiría que disparaseis contra botes vacíos en el patio trasero, pero sé que perseguiréis a los pájaros. Matad todos los arrendajos azules que queráis, si podéis darles, pero recordad que matar un ruiseñor es pecado.
Aquella vez fue la única vez que le oí decir que esta o aquella acción fuese pecado, y pregunté a la señorita Maudie al respecto.
–Tu padre tiene razón –me respondió–. Los ruiseñores sólo se dedican a cantar para alegrarnos. No estropean los frutos de los huertos, no anidan en los arcones de maíz, no hacen nada más que derramar su corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor.”.

 No parece que haya mucha economía en este párrafo, aunque el trasfondo de la gran recesión sí late con fuerza en la obra a la que pertenece: Matar a un ruiseñor, escrita en 1960 por Harpper Lee. Con esta única novela (hasta 2017 no se publicó otra obra de esta autora), Lee se hizo un hueco en la cima de la literatura estadounidense. Mérito confirmado por el Premio Pulitzer que la novela ganó 1961 y que se ratificó un año después, cuando el director Robert Mulligan llevó la novela al cine y ganó dos Oscar: al mejor guión, obra de Horton Foote, y al mejor actor masculino, el siempre magnífico Gregory Peck en el papel de Atticus Finch (el abogado padre de la niña protagonista, a quien explica que es pecado matar a un ruiseñor).

Matar a un ruiseñor es quizás la novela que con más profundidad y, a la vez, calidad literaria, denuncia una de las peores lacras de todos los tiempos: la intolerancia. Ambientada en la Alabama de la gran crisis de 29, e inspirada en un conflicto racial acontecido en 1931, narra un opresivo ambiente de racismo. A través de la voz de una niña, nos cuenta cómo ese racismo y esa intolerancia matan al ruiseñor: sin apenas pruebas, se condena a un sospechoso de violación por el solo hecho de ser negro.

La intolerancia es el combustible que alimenta esas armas de destrucción masiva llamadas fundamentalismo religioso, racismo y nacionalismo, muchas veces interrelacionadas. Como ocurre, sobre todo, con la estrecha hermandad entre racismo y nacionalismo: cada vez que alguien añade a cualquier problema un adjetivo de carácter geográfico, como por ejemplo “el problema catalán”, “el problema español” o “el problema alemán”), siempre está marcando diferencias con el no catalán, el no español o el no alemán, como si las fronteras –geográficas o políticas– implicaran que los ciudadanos son, o deben ser, diferentes según estén a uno u otro lado de la raya. Y eso es mentira. Cualquiera que se empeña en defender las esencias inmutables de tal o cual raza, nacionalidad o religión, sabe que miente, pero lo hace porque no tiene otra cosa que ofrecer para convertirse en el jefe de la tribu. Lógico: si no crea antes conciencia de tribu, difícilmente llegará a ser su jefe.

Como los ruiseñores vuelan, no entienden de fronteras. Aunque, como pájaros inocentes que se limitan a cantar, personifiquen en la novela de Harper Lee ese papel de víctima que, en cualquier conflicto, siempre recae sobre el marginado por el fundamentalismo (el infiel), por el racismo (en este caso el negro) o por su primo hermano el nacionalismo (ya saben, el del otro lado de la raza pura: los judíos nos roban, los españoles nos roban, los inmigrantes nos roban, etc.).

Supongo que ahora comprenderán el motivo de que en este 2018, cuando esa bestia prehistórica del nacionalismo vuelve a rugir, escribo sobre esta magnífica novela. Pero también es cierto que esa intolerancia denunciada en Matar a un ruiseñor tiene raíces económicas casi siempre, cuando aparece algún politicucho populista y aprovechado que quiere sacar tajada haciendo desfilar a las masas detrás de una bandera, de un dogma o de un color de piel.

En la novela Matar a un ruiseñor, el trasfondo económico no es otro que la Gran Recesión de los años treinta, la misma que no sólo hizo rebrotar el racismo, sino también la peor versión vista hasta ahora del nazionalismo (por si alguien no se ha dado cuenta, que quede claro que el error ortográfico es deliberado).

CAMPESINOS POBRES, PROFESIONALES POBRES

Las uvas de la ira es, para mí, la Gran Novela de la Gran Recesión (http://wp.me/p4F59e-1n). Pero Matar a un ruiseñor aporta la magnífica descripción de esa sociedad pueblerina de Alabama, en el Profundo Sur, en la que los efectos de la crisis echan leña al fuego del racismo.

Los diálogos entre el abogado Atticus Finch y su hija Jean Louise nos cuentan la crisis en pocas líneas. Todo comienza cuando la niña descubre una carga de leña en el patio trasero, o un saco de nueces en las escaleras, o una caja de zarzaparrilla y acebo que le llega al letrado en Navidad. Atticus explica que es el único modo en que pueden pagar sus servicios muchos de sus humildes clientes, afectados de lleno por la depresión:

“Aquella primavera [nos cuenta Jean Louise], cuando encontramos un saco lleno de nabos, Atticus dijo que el señor Cunningham le había pagado con creces.

–¿Por qué te paga de este modo? –quise saber.

–Porque es del único modo en que puede pagarme. No tiene dinero.

–¿Nosotros somos pobres, Atticus?

Mi padre asintió con la cabeza.

–Ciertamente, lo somos (…).

–¿Tan pobres como los Cunningham?

–No exactamente. Los Cunningham son gente del campo, labradores, y la crisis les afecta más”.

 A continuación, llega la sencilla explicación –que muchos políticos aún no entienden– de cómo una crisis que comienzan golpeando a los más endeudados y desfavorecidos, a los mismos a quienes los gurús recetan “austeridad y contención salarial”, acaba extendiéndose a las clases medias (¿les suena?):

“Atticus decía que quienes tenían alguna profesión eran pobres porque los campesinos lo eran. Como el condado de Maycomb era agrícola, las monedas de cinco y de diez centavos llegaban con mucha dificultad a los bolsillos de médicos, dentistas y abogados”.

¿Y cuál es el origen de ese empobrecimiento que no respeta escalas sociales? El de siempre, el mismo de la crisis que aún nos sobrevuela:

“La amortización sólo representaba uno de los muchos males que sufría el señor Cunningham. Tenía sus campos hipotecados, y el poco dinero que reunía se lo llevaban los intereses. Por supuesto que hubiese podido conseguir un empleo del Gobierno, pero entonces habría tenido que abandonar sus campos, y él prefería pasar hambre para conservarlos y votar de acuerdo con su parecer”.

La explicación de Atticus entra en otro grave problema de las crisis en países que, como Estados Unidos, no gozan de una buena sanidad pública, ni siquiera ahora, en pleno siglo XXI y con el inmaduro, desequilibrado e incompetente Trump queriendo cargarse el Obamacare:

“Como los Cunningham no tenían dinero para costearse un abogado, nos pagaban con lo que podían.

–¿No sabíais que el doctor Reynolds trabaja en las mismas condiciones –decía Atticus–. A ciertas personas les cobra una medida de patatas por ayudar a un niño a venir al mundo”.

De este descalabro económico surge la receta de todos los populismos, los que en los años treinta nos trajeron el fascismo y el nazismo, o los que ahora nos han traído a Trump, al Brexit o al “procés”: levantar muros, alzar fronteras, echarle la culpa de todo al otro… Es decir, matar al ruiseñor.

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Título comentado:

-Matar a un ruiseñor. Harper Lee, 1960. Ediciones B, 8ª reimpresión, Barcelona, septiembre 2014.

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Cómo cotizará la “posverdad” (antes llamada mentira)… hasta el impeachment

Las victorias del Brexit y de Trump marcan el principio de una nueva era: la de la “posverdad” (una palabrota que hasta ya recoge el prestigioso Diccionario de Oxford). Este modo estúpido de llamar a la mentira también cotiza en los mercados… y de qué manera. Y lo seguirá haciendo. Al menos hasta que al pinochosaurio recién llegado a la Casa Blanca se lo cargue el meteorito del impeachment que le lanzará su propio partido y hasta que Europa por fin reaccione y dé un giro a su política económica… para evitar que nuevos monstruos populistas se empeñen en levantar más muros y fronteras.

Trump PinochoAunque quede más fino en inglés, la “post-truht” o “posverdad” es un nuevo modo de llamar a la simple y burda mentira, por más que el Diccionario de Oxfort afirme que su significado ilustra “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y la creencia personal”.

¿Qué significa esta sesuda explicación? Muy fácil: que las creencias y las emociones personales pesan más que los hechos. Esto, desde luego, ha ocurrido siempre: nos mienten y nos lo creemos sin pensar, sin reflexionar, sin reparar en los “hechos objetivos”. Pero nunca antes como durante las campañas del Brexit y de Trump se han soltado tantas mentiras, algunas de ellas enormes y descaradas (como las decenas de datos económicos falsos o incluso afirmaciones como que Obama no era estadounidense o que el Papa Francisco apoyaba a Donald). Y nunca antes tantas mentiras han sido capaces de movilizar a los votantes más ignorantes que prescindían de los “hechos objetivos”, sencillamente porque ni se molestaban en buscarlos y, aunque los buscaran, no los encontrarían: para algo la era Thatcher (la antesala de la era de la “posverdad”) se esmeró en desmontar el Estado del Bienestar comenzando por el sistema educativo británico; al otro lado del charco, muchos de los casi sesenta millones de votantes de Trump (personas de raza blanca con más de 100.000 dólares de renta per cápita anual, apenas afectadas por la crisis y habitantes en zonas en las que casi no hay inmigrantes…) serían incapaces de situar en el mapamundi más de tres países: el suyo (aunque tal vez no entero), quizás -sólo quizás- Canadá, y, por supuesto, México (esa nación de delincuentes, narcos y violadores, según el intelectual y nuevo okupa antisistema de la Casa Blanca).

UNA RED DE MENTIRAS PARA ATRAPAR IGNORANTES…

El efecto de la mentira (dejaré ya de hablar de “posverdad”) ha sido además magnificado, especialmente en la campaña del multimillonario heredero neoyorquino, por el papel de los “nuevos medios”, que resultan ser tan mentirosos y amarillistas como los peores ejemplos del rancio periodismo de otros tiempos: Google y Facebook han señalado que tomarán medidas para evitar que las mentiras (generosamente pagadas como publicidad encubierta para aparecer en tales redes) vuelvan a infectar internet como lo han hecho durante la última campaña electoral americana. Twitter, por su parte, bloqueó (algo tarde: nueve días después del martes electoral) las cuentas de supremacistas blancos -es decir, los racistas de toda la vida- que apoyaron a Trump.

La proliferación de mentiras en la Red, para hacer caer en ella a los pececillos más ignorantes, es también posible debido al citado desmoronamiento de los sistemas educativos a ambos lados del Atlántico. Porque a menor educación, menor lectura de Prensa (eso que los esbirros de Trump llamaban “pres-titute” durante la campaña) ¿Cuántos lectores diarios de Prensa más o menos seria hay entre los votantes del Brexit y de Trump? ¿Tantos como entre las poblaciones de Nueva York o de Londres, que mayoritariamente votaron sin dejarse engañar por la oleada de patrañas en ambas consultas?

…Y PARA DISTORSIONAR LOS MERCADOS

Otro problema es que también los mercados, que lo descuentan todo, han sufrido el impacto de las mentiras masivas. Normal. Eso pasa siempre. Cualquier rumor o información falsa puede mover una cotización, un índice o una divisa. Los sistemas automáticos de trading están programados para reaccionar también a esas falsas informaciones. Y no olvidemos que el delito más perseguido en los mercados es precisamente el de información privilegiada (insider trading en inglés), porque cualquier información (sea verdadera o falsa) que alguien conozca ilegalmente antes que los demás, es una ventaja a la hora de operar. El problema es que, como ha ocurrido ahora, los mercados no supieran descontar antes de tiempo la oleada de mentiras descaradas que bombardeaban a los votantes. De ahí que, por culpa del Brexit y del sorprendente resultado electoral norteamericano, acciones, bonos y divisas vivieran jornadas de auténtico pánico, mayor cuanto mayores fueron los embustes.

Por suerte, aún hay tiempo para rectificar. Entre otras cosas, porque las mentiras que llevaron a los catetos anti europeos a votar por el Brexit, y las que llevaron a los ignorantes de la América profunda a votar por Trump, curiosamente, se neutralizan entre sí al generar una nueva política económica. Veamos por qué.

LA MENTIRA SE DEVORA A SÍ MISMA

Comencemos por el efecto económico a corto y medio plazo de las mentiras del multimillonario neoyorquino. Conviene recordar, antes que nada, que se trata de una persona con déficit de atención, dificultades de aprendizaje y bastante inculta (¿han visto algún libro en las imágenes de su versallesca y hortera residencia en la Torre Trump?). En fin, un pobre niño rico que lo ignora casi todo no sólo sobre los buenos modales, sino también sobre la política internacional y nacional, y que sabe de los negocios tanto como un chamarilero del Rastro, seguro que más ducho que él en el arte de la compraventa… y eso que a ningún comerciante del gran mercado madrileño le regaló su padre, como al joven Donald, un millón de dólares para especular en inmuebles y luego le dejó una inmensa herencia inmobiliaria. Sin olvidar que todo ello nace de su emprendedor abuelo, inmigrante alemán que comenzó a ganar mucho dinero en América al apostar por uno de los negocios más antiguos y seguros de la Historia: montar un burdel.

Con esta herencia y con este bagaje intelectual, tanto en lo económico como en lo político, no sorprende que Trump I el Pos-Verdadero (el primero de su proyecto de dinastía, pues ya ha metido a hijos y yernos en su equipo) no haga más que vomitar mentiras. Para comenzar, es lo más fácil para cualquier populista (como sus grandes amigos Farage, Le Pen o Putin). Y para continuar, lo hace sencillamente porque ignora la verdad, esos “hechos objetivos” tan fáciles de verificar por cualquiera que sepa leer y tenga un mínimo coeficiente intelectual.

¿Cuál será el resultado? Sencillamente, que defraudará a su electorado muy pronto, pues una cosa es decir mentiras y otra cosa convertirlas en “hechos objetivos”. ¿Alguien se cree a estas altura lo del muro pagado por los mexicanos? ¿O lo de expulsar de un plumazo a dos o tres millones -cifra harto imprecisa- de indocumentados delincuentes? ¿O lo de quitar de en medio a los políticos del “sistema”, en quienes no tienen más remedio que apoyarse Trump y sus herederos para encontrar alguien que sepa algo de algo, y no sólo mentir o soltar proclamas racistas y fascistas? ¿O lo de meter en la cárcel a Hillary Clinton? ¿O lo de terminar con el Estado Islámico en un mes, amén de purgar a los musulmanes de Estados Unidos? ¿O lo de llegar a una alianza estratégica con Rusia y reducir el papel de Estados Unidos en la OTAN?

Resulta evidente que estas trolas y muchas otras son de imposible aplicación. Y, de intentarlo, probablemente pongan a Trump en una situación delicada frente a unas cámaras dominadas por un Partido Republicano al que ya no podrá ningunear (salvo golpe de Estado, por supuesto) y, mucho menos, mentir (¡a Clinton le hicieron el impeachment por una  única mentira de carácter sexual!). Cualquier desliz del nuevo presidente le pondrá al borde otro impeachment, aunque lo más probable es que este mecanismo se le aplique por alguno de sus varios pleitos pendientes (sus delicadas relaciones con Putin, o algunas posibles escaramuzas fiscales, mercantiles y seguro que pronto también sexuales, dada su declarada afición a meter mano por doquier), o porque el magnate del ladrillo no sepa responder a esta otra pregunta: ¿Cómo va a compatibilizar sus negocios con su trabajo en el Despacho Oval? ¿Va a desentenderse de sus más de cien empresas repartidas por dieciocho países, quizás mediante la creación de un fideicomiso ciego, o va a seguir pilotándolas, en directo a través de sus hijos o su yerno, para caer pronto en incompatibilidades, como, quizás, proponer a China la rehabilitación de la Gran Muralla para convertirla en centro comercial de lujo? ¿Va a seguir cobrando sus sueldos, sus rentas y sus dividendos (esquivando impuestos) o va a vivir con el euro de salario anual que se ha auto impuesto como Presidente? Responder con nuevos embustes a todas estas interrogantes no le será fácil, ni siquiera en esta nueva era de la “posverdad”.

Pero la pregunta que más interesa a todo el mundo, y no sólo a los mercados, es esta otra: ¿Cuál será DE VERDAD su política económica?

¿SON POSIBLES LAS TRUMPANOMICS?

Porque, por lo visto y “mentido” hasta la fecha, las trumpanomics son criaturas tan fantástica como los animales mágicos de la nueva película de la saga Harry Potter (casualmente ambientada en Nueva York). De momento, el mago/bufón Donald ha dejado claras pocas cosas:

-Que quiere masivas inversiones en infraestructuras (si de algo sabe Trump es de construir cosas) que sin duda tensará el déficit público (aunque el magnate presidente espera que el capital privado arrime el hombro), aumentará en endeudamiento y presionará al alza sobre los tipos de interés, amén de estimular la demanda de mano de obra inmigrante (los blancos supremacistas ponen pocos ladrillos y, por ahora, no pueden enviar a trabajar a sus esclavos negros). La Reserva Federal ya le ha pedido explicaciones al millonario, porque una cosa es comenzar a subir los tipos poco a poco, como pretende su presidenta, Yanet Yellen (que estará en el cargo hasta 2018), y otra hacer que se disparen, inflamen la inflación y le den un frenazo al crecimiento estadounidense, aún no demasiado robusto.

-Que eliminará restricciones sobre las energías tradicionales (carbón y petróleo obtenido por fractura hidráulica o fracking), lo cual deja a la política energética en manos de lo que, en definitiva, decida la OPEP, que aún tiene gran capacidad para mover a su voluntad los precios de los hidrocarburos. Esto quizás acabe presionando a la baja sobre la cotización del crudo, lo cual comprometerá la rentabilidad del carísimo petróleo obtenido por fracking y provocará así un efecto bumerán contra este sector. Por no hablar de los nocivos efectos sobre el medio ambiente.

-Que, de un modo y otro, va a importunar a los indocumentados y a dificultar la inmigración, lo cual puede acabar generando tensiones salariales y, de nuevo, inflación: ¿qué pasaría si los once millones de indocumentados, o sólo una tercer parte de ellos, abandonaran de golpe Estados Unidos? ¿Se imaginan a los votantes de Trump -que, como muestran los análisis, no son mayoritariamente pobres y/o desempleados- trabajando de camareros, de albañiles o de señoras de la limpieza?

-Que liberalizará (¿más aún?) los mercados financieros, algo que quizás calme a Wall Street… aunque quizás no tanto, por los temores de que se repitan las malas prácticas que desencadenaron la crisis.

-Que no ratificará los grandes tratados comerciales (comenzando por el firmado por Obama con Asia), lo cual podría generar inflación y dificultades para las exportaciones estadounidenses… y para los propios negocios de Trump (y de muchos otros empresarios blancos de raza superior) en todo el mundo.

TRUMP, CONTRA EL BREXIT

Este último punto enlaza con el otro hito en la nueva era de la mentira (ya saben, ahora llamada “posverdad”): el Brexit.

Cuando millones de británicos se dejaron engañar para votar contra Europa, confiaban en que reforzarían sus lazos con su gran amigo americano… que meses después elige a un presidente proteccionista. Los engañados por Farage, Boris Johnson o la propia Theresa May (que era anti-Brexit ante de ser nombrada para gestionarlo) pensaban además que salir de Europa sería rápido, fácil, barato y sin perder los privilegios de ser europeos, pero ahora descubren que todo eso era mentira y que hasta sus Tribunales obligan a su Gobierno a pasarlo todo por el filtro de un Parlamento anti-Brexit, mientras que Bruselas dice que, mientras siga en la Unión Europea, la pequeña Gran Bretaña tendrá que continuar cumpliendo sus reglas y no podrá poner en marcha ninguna de las patrañas prometidas por los citados pinochos.

Además, y esto es el lado bueno de la nueva era, parece que Europa reacciona: nuestros cegatos y conservadores líderes se han dado cuenta de que si prosiguen con sus actuales políticas ultra liberales de austeridad, surgirán por doquier nuevos Trump o nuevos Farage, quizás el primero de ellos con apellido que da pena en la Francia de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Así que, aún tímidamente, comienzan a pensar que una nueva política económica y nuevo plan de inversiones (más potente que el anémico presentado por Juncker) no serían tan mala idea.

Moraleja: la nueva era de la mentira quizás sirva para evitar que prosperen en ella posdinosaurios tan rancios y fascistas (¿qué les parecen las imágenes de nazis made in USA brazo en alto para celebrar la victoria de Trump?) que nunca debieron salir de las vitrinas de los museos o de las pantallas de la Red para introducirse en las urnas y pisotear la democracia, la economía y los mercados. Con un poco de suerte, al bicho americano se lo llevará pronto el meteorito de un impeachment, mientras que la locura del Brexit y sus derivadas continentales quizás se ahoguen si Europa por fin cambia su rumbo económico y hace fluir las inversiones.

 

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Cómo el New Deal salvó al capitalismo… según Charlot (o lecciones de un cómico que debería leer el bufón de la Casa Blanca)

Fotografía: © M.M.Capa

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“Era ir demasiado lejos; aquello [el New Deal de Roosevelt] era puro socialismo, gritó la oposición. Lo fuera o no, salvó al capitalismo del completo desastre. Se instauraron asimismo algunas de las mejores reformas de la historia de Estados Unidos. Era alentador ver la rapidez con que el ciudadano estadounidense reaccionó ante un gobierno constructivo”. 

No es la historia contada por un economista, sino por uno de los mayores artistas del siglo XX. Un hombre a quien en 1952 se le impidió regresar a Estados Unidos por supuestas simpatías comunistas, pese a que –como demuestra el párrafo anterior– mostraba una gran admiración por el pueblo y la política norteamericanos. Se llamaba Charles Chaplin (Londres, 1889, Vevey, 1977). Era ese genial Charlot del cine mudo y en blanco y negro que demostró ser un artista integral además de, como se aprecia en su autobiografía (publicada en 1964 y reeditada hace un par de años en español), un certero analista de su mundo y de su época. Y que tuvo el valor de hacer y decir lo que le dio la gana, con absoluta libertad… algo con frecuencia imposible para economistas y políticos. Quizás por eso sus análisis sean tan lúcidos y su obra, tan deslumbrante. No olvidemos que, cuando por fin aceptó hacer una película sonora, fue para ridiculizar a Hitler en la monumental “El gran dictador”. ¿Qué película –o más bien serie televisiva– haría ahora Chaplin sobre patéticos aprendices de dictadorzuelos como Trump, Le Pen, Farage y compañía?

UN ANÁLISIS PRECISO

Algunas de las películas de Charlot están cargadas de mensajes económicos. ¿Cómo olvidar la crítica al consumismo y a la deshumanización del trabajo en “Tiempos modernos”?¿O el modo genial en que narró, en “La Quimera del Oro”, la fiebre por el metal dorado en Alaska? ¿O la permanente tensión social que reflejan sus papeles de perdedor, arrinconado por la sociedad opulenta, pero siempre dispuesto a defender al más débil? “Para reírte del dolor, tienes que ser capaz de agarrar el dolor y jugar con él”, dijo Chaplin. Y fue lo que hizo en sus películas al transmitir el dolor provocado por la exclusión económica de desfavorecidos con zapatones rotos, raídos bombachos y sombreros desastrados.

            Pero Chaplin no sólo nos habló de economía en sus películas. Como vemos en su biografía, también fue capaz de escribir análisis tan sintéticos y bien narrados que podrían servir de brillante introducción, o incluso de atinado resumen, a cualquier gran estudio académico. El mejor ejemplo es cómo, en apenas unos párrafos precisos y afilados, nos cuenta el New Deal. Para ello, comienza con el resumen, en pocas líneas (pág. 532), de los efectos del crak del 29:

“Desde mi regreso a Estados Unidos estaba ocurriendo algo maravilloso. Los reveses económicos, aunque drásticos, realzaron la grandeza del pueblo estadounidense. Las dificultades económicas habían empeorado. Algunos estados llegaron al extremo de imprimir papel moneda a fin de colocar las mercancías sin vender.”

Un entorno que, como el actual, fomenta los populismos y las políticas económicas de la derecha más dura:

“Mientras tanto, el lúgubre Hoover estaba enojado porque su desastrosa argucia económica de asignar dinero a las clases altas, creyendo que algo llegaría a la gente humilde, había fracasado. Y en medio de toda aquella tragedia, en la campaña electoral declaró a gritos que si Franklin Roosevelt llegaba al poder peligrarían las bases del sistema americano, que en aquel momento se revelaba infalible”.

REAGANOMICS Y TRUMPANOMICS

Recordar ahora las proclamas populistas de Herbert Hoover –el cuáquero conservador y ultra liberal que presidió Estados Unidos entre 1929 y 1933–, nos suenan a las Reaganomics e incluso a las inminentes Trumpanomics… Ya saben, bajar los impuestos a los ricos para que algunas migajas caigan a la mesa de los pobres. Menos mal que –salvando las necesarias distancias– apareció el Obama de la época, como nos cuenta Chaplin:

“Sin embargo, Franklin D. Roosevelt ganó las elecciones y la nación no se vio en peligro. Su discurso sobre el ‘hombre olvidado’ despertó a la política estadounidense de su cínica modorra e impulsó la era más gloriosa de la historia del país. Escuché ese discurso por radio… (…). ‘Demasiado hermoso para ser verdad’, dije”.

Pero fue verdad. Roosevelt ganó las elecciones de 1932 y otras tres más, pues presidió el país hasta su fallecimiento en 1945. Y Chaplin nos narra, en un alarde de síntesis y precisión, las medidas que el nuevo presidente impulsó con su “Nuevo Trato”, con ese famoso New Deal que transformó a los Estados Unidos. Comenzó con el origen de la crisis, es decir, con la banca (que ya sabemos que suele ser el origen de cualquier gran crisis que se precie):

“En cuando Roosevelt llegó al poder [en 1933] empezó a implantar su programa electoral, ordenando un cierre bancario durante diez días para impedir las quiebras. Aquel fue el momento en que Estados Unidos respondió mejor. Las tiendas y los almacenes de todo tipo siguieron haciendo negocios a crédito; incluso los cines vendieron entradas a crédito, y durante diez días, mientras Roosevelt y su llamado ‘trust de cerebros’ redactaban el New Deal, la población se comportó de manera magnífica”.

Tras este primer paso, Roosevelt siguió adelante con determinación, atreviéndose a medidas que los fasci-populistas y los ultra liberales de hoy día (como hicieron los de entonces) tacharían de inaplicables:

“Se instauró una legislación para afrontar toda clase de emergencias: restablecía el crédito de las granjas para detener el latrocinio de los embargos hipotecarios, financiaba amplios proyectos públicos, instauraba la Ley de Recuperación Nacional, aumentando el salario mínimo, disminuía el desempleo mediante el recorte de las horas de trabajo, fomentaba la organización sindical. Era ir demasiado lejos; aquello era puro socialismo, gritó la oposición. Lo fuera o no, salvó al capitalismo del completo desastre”.

¡Cuánto necesitaríamos ahora, en este 2017 que es el Año Diez de la Crisis, medidas como estas! Y ya vemos que algunas comienzan a apuntarse con timidez: los planes europeos de estímulo a la inversión, la subida del salario mínimo…

Recordar a Charlot y compartir su visión del mundo y de la economía apetece en este nuevo año que nos va a traer viejas miserias: la primera, el próximo 20 de enero, cuando un aprendiz de bufón tome posesión como presidente de Estados Unidos. Lástima que Trump no lea mucho (¿han visto alguna biblioteca en las espectaculares imágenes de su ático hortera y pseudo-versallesco de la Quinta Avenida?). Porque si este telepredicador barato fuera capaz de leer algo que tenga más de 140 caracteres, le vendría bien repasar la biografía de ese gran cómico que no pudo volver a Estados Unidos por culpa de la moda de cazar comunistas. Aunque lo más probable es que, si Chaplin viviera ahora, tampoco le apetecería volver: no sólo por ser un inmigrante inglés –aunque a lo mejor se habría comido su pasaporte británico para protestar contra el Brexit, igual que se comió los cordones de sus botas en la “Quimera del oro” –, sino porque además ya habría rodado una película parodiando a Trump, sin duda tan hilarante como la que hizo sobre ese otro lamentable histrión llamado Hitler… quien, por cierto, también era muy aficionado a levantar muros y alambradas. Como todos los que, ante cualquier crisis, creen que la única solución es llenar el mundo de fronteras para salvar al “pueblo elegido”. No saben que, como canta Jorge Drexler, “no hay pueblo que no se haya creído el pueblo elegido”.

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Título comentado:

-Chaplin. Autobiografía”. Charles Chaplin, 1964. Lumen, Barcelona, 2014.

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LA CONFIANZA ES UNA BRISA

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Mantener la confianza es requisito de primer orden para seguir creciendo, mantenerla y no olvidar que, por imitación de una frase conocida del repertorio operístico, la fiducia è un venticelo”.

Mantener esa confianza que es un venticelo, una brisa. Es la conclusión del editorial del número extra de la revista “Economistas”, editada por el Colegio de Economistas de Madrid. Un mensaje tan directo como la hermosa imagen que ilustra la portada de esta edición especial titulada “España 2015. Un balance”. Porque ese sol que se atreve a salir entre cielos borrascosos es, de hecho, otro editorial que resume la principal conclusión de esta publicación: nuestra economía seguirá creciendo si la brisa de la confianza se mantiene y despeja tanto nubarrón.

Aunque el propósito de mi bitácora digital sea dar una peculiar visión de la economía –sobre todo a partir de las magníficas lecciones económicas que podemos encontrar en grandes obras de la literatura–, conviene de cuando en cuando leer textos, digamos, más ortodoxos. Y nada mejor que volcarse sobre publicaciones tan completas y densas como esta revista “Economistas” que, dirigida por el maestro Jaime Requeijo, nos ofrece una completísima visión de lo que ha hecho la economía española en el último ejercicio.

¿QUÉ PUEDE PASAR?

Además de recoger análisis desde muy diversos puntos de vista –lo cual enriquece el resultado global, pues evita que la publicación transite por la senda del pensamiento único–, este número extra incorpora una novedad importante respecto a ediciones anteriores: en sus más de doscientas páginas dedica una importante sección, tres osados artículos, a hacer lo que precisamente más se suele pedir a los economistas: no nos cuenten lo que ya ha pasado, dígannos lo que puede pasar.

He dicho “osado” porque, desde luego, es de mérito atreverse a esto y que la revista incorpore nada menos que veinte páginas a analizar las perspectivas de nuestra economía… siga brillando o no el sol de la confianza. Corriendo los tiempos que corren y siendo la de economista (junto con la de político, la de banquero y también la de periodista, sobre todo en su versión tertuliano-televisiva) una de las profesiones más denostadas, se agradece que los profesionales de la economía no sólo acepten asumir riesgos, sino que además los plasmen en artículos tan detallados.

Precisamente a la hora de hacer previsiones sobre la economía española, uno de los problemas destacados por el director de la publicación, Jaime Requeijo, es que aún no sabemos ni quién va a gobernar, ni con qué programa. No en vano, la revista se presentó el pasado 3 de marzo, justo en medio de las fallidas sesiones de investidura.

Pero Jaime Requeijo, a quien antes he llamado “maestro” precisamente por serlo de varias generaciones de estudiantes, sí se atreve a dar la receta para que los jóvenes superen uno de los mayores problemas existentes en España, el maldito y elevado desempleo juvenil. Recordó los tres valores que recomienda a sus alumnos de ADE: “El mundo ha cambiado tanto que, para asegurarse un buen empleo, hacen falta conocimiento, esfuerzo y movilidad”. Y sobre esto último precisó que las nuevas generaciones que llegan al mercado laboral deben ser capaces de “vivir en inglés”, para encontrar el empleo allá donde esté.

A la hora de las previsiones sobre la economía española, el análisis de la revista debe, también, mirar hacia fuera: “Si la eurozona crece en diez años solo el 1,5% anual, condicionará a España”, afirma Antonio Pulido. Federico Steinberg opina que “a la vista de los riesgos de la economía mundial, lo más probable es que en 2016 no se materialicen crisis importantes”.

Esperemos que este pronóstico sea acertado. Lo comprobaremos dentro de un año.

UN ANÁLISIS GLOBAL

Mientras tanto, saquemos conclusiones de dos de los factores destacados por Requeijo: el CONOCIMIENTO plasmado en esta revista, fruto del ESFUERZO de los 35 economistas que han participado en ella. El resultado es un análisis absolutamente global, de lo general a lo particular; de las grandes tendencias macroeconómicas, a detallados análisis sectoriales e incluso regionales (de la economía madrileña).

La revista comienza trazando un panorama general de la economía española, para la que Juan Velarde pronostica que tras crecer más del 3% en 2015, “puede seguir creciendo a ritmo similar en los próximos años”. Todo ello, en el entorno internacional descrito por Silvia Iranzo: “La economía mundial creció en 2015 a una tasa interanual moderada, del 3,1%, por debajo de la media de los últimos treinta años”.

En el análisis sectorial, Ana C. Mingorance y Rafael Pampillón pronostican: “Por sectores, España podría situarse entre las principales potencias económicas del mundo”. En esos sectores, tendría un gran peso el de la construcción, ya que, según José María Duelo, “existe un enorme déficit de dotación de infraestructuras en España”.

El siguiente capítulo se dedica al sector financiero español. Según Eduardo Pérez Asenjo, “tras su transformación, afronta con plenas garantías los retos que se avecinan”.

Al hablar de uno de los temas centrales del momento, esa “brisa” de la confianza, destaca el análisis del sector público y, particularmente, del endeudamiento: “El Tesoro se ha financiado en 2015 al menor coste de su historia”, subrayan Rosa María Sánchez-Yebra y Pablo de Ramón-Laca Clausen.

En el capítulo dedicado al empleo es donde aparecen las principales discrepancias. Lógico si se tiene en cuenta que es nuestra gran asignatura pendiente, frente a la que el análisis no consigue ser independiente. ¿Qué va a decirnos en su artículo la ministra del ramo, Fátima Báñez? Pues que “por primera vez España crea empleo indefinido desde el inicio de la recuperación”. A lo que el sindicalista Cándido Méndez responde, entre otras cosas, con el argumento de que “España sale de la recesión, no de la crisis”. Porque, desde luego, mostrarse optimista con un paro superior al 20 por ciento, y con perspectivas de que su reducción prosiga a un ritmo tan lento como el reciente, no da para fabricar muchos eslóganes electorales (que, por cierto, visto lo visto en las elecciones del 20-D, ni siquiera han servido para lograr una mayoría de gobierno).

Donde sí hay más razones para ser moderadamente optimista es en el panorama empresarial. Joaquín Maudos subraya que “las pymes españolas han realizado un importante esfuerzo de desapalancamiento”, mientras que, como destaca Domingo J. García Coto, “las empresas han aprovechado para reforzar sus recursos propios o diversificar su financiación ajena ampliando capital”.

Son apenas unas pinceladas de lo mucho que ofrece esta edición de “Economistas”. Un documento que merece la pena leer con calma y, por supuesto,  conservar en la biblioteca.

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Título comentado: -España 2015. Un balance. Revista «Economistas». Colegio de Economistas de Madrid. Nº Extra 146/147. Mayo 2016 (edición presentada a los medios el 3 de marzo de 2016).

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Juego de Tronos (y 3): El Banco de Hierro que cambia de príncipes… cuando no pagan sus deudas

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“…El Banco de Hierro de Braavos tenía una reputación terrible a la hora de reclamar deudas. Cada una de las Nueve Ciudades Libres tenía su propio banco; algunas contaban con varios, que luchaban por cada moneda como perros por un hueso, pero el Banco de Hierro era más rico y poderoso que todos los demás juntos. Cuando los príncipes dejaban de pagar a los bancos menores, los banqueros arruinados vendían a sus esposas e hijos como esclavos y se cortaban las venas. Cuando dejaban de pagar al Banco de Hierro, nuevos príncipes aparecían de la nada y ocupaban su trono”.

Es la reflexión de John Snow, ya Lord del Muro, tras recibir la visita de un representante del Banco de Hierro y saber que los Lannister habían dejado de pagar sus deudas a tan poderosa entidad.

“Sin duda, los Lannister tenían sus razones para no saldar las deudas del rey Robert –sigue reflexionando Snow–, pero aun así era una estupidez”.

Las mejores referencias a esa especie de súper banco global, capaz de destronar a los príncipes que no pagaban (más o menos lo que pasa ahora con los Gobiernos díscolos), aparece en la quinta y, por ahora, última novela de la saga novelística  “Canción de hielo y fuego”, del periodista y escritor norteamericano George R.R. Martin (Nueva Jersey, 1948). En ella aparecen las reflexiones más serias sobre algo tan importante como la deuda, que ya vimos en los dos artículos anteriores sobre estas grandes novelas fantásticas. Unas obras que destacan en su género porque, además de hablar de dragones, caballeros, princesas y batallas, nunca olvidan la economía que está detrás: de qué vive la gente, cómo se financian los reinos, de dónde sale el dinero, cómo se genera la inflación… qué pasa cuando no pagas tus deudas.

Ya hemos escrito sobre un destacado protagonista de esta saga, Petyr Baelish, alias Meñique (consejero de la moneda del reino), especie de superministro de Economía, al analizar la primera novela (http://economiaenlaliteratura.com/juego-de-tronos-1-inversion-en-burdeles-y-crisis-de-deuda/) y la segunda (http://economiaenlaliteratura.com/juego-de-tronos-2-como-fabricar-dinero-para-pagar-la-deuda-publica/) de las cinco que componen esta “Canción…”. Unas obras popularizadas por la brillante serie televisiva “Juego de Tronos” (que es en realidad el título de la primera novela), ganadora de un Globo de Oro y de 26 Premios Emmy (a los 14 que ya acumulaba se unieron otros 12 en la edición celebrada el 11 de septiembre de 2015).

Mientras ya se está en marcha la producción de la sexta temporada de la serie, el autor de la saga literaria, George R.R. Martín, se ha quedado, de momento, en cinco novelas. Él mismo reconoce que las últimas le han costado bastante más esfuerzo. Y se nota. Aunque en ningún momento pierde el pulso narrativo, lo cierto es que se percibe ya cierto cansancio del autor, sobre todo en la cuarta y la quinta entregas, aunque en ellas resurgen los temas económicos, que prácticamente habían desaparecido en la tercera. De ahí que resumamos en este artículo lo más financiero estas tres últimas novelas de la saga.

EL BANCO SIEMPRE GANA
La economía y las finanzas reaparecen cuando se descubre –tras abandonar Meñique su puesto de responsable de las finanzas de Desembarco del Rey– uno de los grandes errores de los Lannister, y sobre todo de la prepotente y odiosa reina Cersei: dejar de pagar las masivas deudas con el omnipotente Banco de Hierro. Es algo que comienza a percibir el Gnomo Tyrion, el listísimo enano que por un breve periodo (antes de caer en desgracia por ser falsamente acusado del envenenamiento de su sobrino, el estúpido y malvado rey Joffrey) ocupa el puesto de Meñique. De hecho, hay un diálogo –en el tercer capítulo de la tercera temporada de la serie televisiva, no en el libro– que refleja la preocupación de Tyrion ante el enorme endeudamiento que ha heredado de Meñique. El enano está revisando los libros de cuentas, en presencia de su guardaespaldas, el inquietante mercenario Bronn. El diálogo, para quien no tenga el DVD, se puede encontrar, en inglés, en el siguiente enlace de Youtube:  https://www.youtube.com/watch?v=02QgSGH5mQA. Lo reproducimos íntegro, ya que no tiene desperdicio y es una lección resumida sobre cómo funcionan los mercados de deuda:

Tyrion: Durante años he oído que el tal Meñique es un mago. Cuando la Corona necesita dinero, se frota las manos y… ¡puf!… montañas de oro.
Bronn: Deja que lo adivine: no es un mago.
T: No.
B: ¿Lo roba?
T: Peor: Lo pide prestado.
B: ¿Qué tiene de malo?
T: No podemos permitirnos devolverlo, eso tiene de malo. La Corona debe millones a mi padre…
B: Dado que es el culo de su nieto el que se sienta en el trono, supongo que condonará la deuda.
T: ¿Condonar la deuda? ¿Mi padre? Para ser un hombre de mundo, eres curiosamente ingenuo.
B: Nunca he pedido un préstamo, no tengo claras las reglas.
T: Bueno… El principio básico es: yo te presto dinero y, al cabo del tiempo acordado, me lo devuelves… con intereses.
B: ¿Y qué pasa si no lo hago?
T: Bueno, debes hacerlo.
B: ¿Y si no lo hago?
T: Por eso nunca te presto dinero. En cualquier caso, no es mi padre lo que me inquieta. Es el Banco de Hierro de Braavos. Les debemos decenas de millones. Si no logramos pagar los préstamos, el banco financiará a nuestros enemigos. De un modo u otro, ellos siempre recuperan su oro.

La charla termina cuando Bronn y Tyrion se sientan con el joven escudero del enano, que regresa satisfecho de la orgía a la que acababa de invitarle a su señor. Una orgía que, por cierto, le ha salido gratis (el escudero le devuelve a Tyrion la bolsa de monedas con que debía remunerar a las meretrices) merced a sus hasta entonces ignotas habilidades para satisfacer al sexo femenino.

Aunque Bronn, Tyrion y su escudero se sientan en torno a una jarra de vino para escuchar las hazañas sexuales del muchacho, lo cierto es que el Gnomo parece que bebe para olvidar las masivas deudas que acaba de encontrar en la contabilidad de Meñique. Igual que les gustaría emborracharse para olvidar a los ciudadanos de países tan endeudados como Grecia (o como España), tras asistir al efecto que están causando en sus vidas las masivas deudas contraídas por gobernantes irresponsables. Porque endeudarse, en algunos casos y salvando las distancias, sin duda puede parece mucho peor que robar, sobre todo cuando quien endeuda a su país es un político irresponsable, inepto y a menudo corrupto, pero quien tiene que pagar las deudas es el pueblo soberano… y robado, de facto, por ese mismo político aficionado a pedir prestado para financiar burbujas de crecimiento, espejismos de solvencia económica, que le permitan mantenerse en el poder (y en bastantes casos llevarse, de paso, unos cuantos sobres o unos cuantos «tres por cientos» para remunerar su corrupción).

Antes o después, las deudas hay que pagarlas. Sobre todo si se han contraído con ese omnipotente Banco de Hierro, auténtica metáfora de eso que se ha dado en llamar “los mercados”, implacables con las economías que se resisten a devolver lo que deben. Más pronto que tarde, el país que no paga tiene que cambiar, de príncipe como en “Juego de Tronos”, o de política económica, como hemos visto en la “Canción de hielo y… deuda” entonada por doquier desde que estalló la crisis financiera de 2007.

“Juego de Tronos” culmina con este tema de la deuda ese contenido económico tan magnífico como inquietante que impregna las cinco novelas… y que se podría resumir en el lema de Casa Stark que, además, da título al primer capítulo de la serie televisiva: “Winter is coming”. Es muy cierto que “se acerca el invierno”, no sólo en el calendario, sino también en la economía, porque la crisis aún nos mantendrá muy fríos durante bastante tiempo… entre otras cosas porque tenemos al frente gobernantes tan incompetentes, arrogantes y, a menudo, corruptos como la reina Cersei. Y algunos, incluso, sueñan independizarse, amenazan con dejar de pagar sus deudas (aunque pretenden que el Estado del que quieren irse siga pagando las pensiones de sus jubilados) e incluso desearían formar su propio Banco de Hierro… aunque fuera más bien platanero, por aquello de que lo que de verdad quieren es su particular paraíso fiscal (viajar a Andorra ya está muy mal visto y además te suelen pillar).

UN LECTOR VIVE MIL VIDAS
Pero como aún estamos en otoño y no quiero terminar esta serie de artículos dejando en el aire ese mensaje económico tan invernal, también romperé una lanza (nunca mejor dicho, aunque no sea envenenada como la del príncipe Oberyn) por los valores literarios que contienen estas cinco novelas. Unos valores que se resumen en un diálogo entre Jojen Reed y el joven y paralítico Bran Stark mientras avanzan hacia ese ignoto y helado norte “más allá del Muro”:

–“¿Te gustan los libros? –replicó Jojen.
–Algunos. Me gustan las historias de batallas. A mi hermana Sansa le gustan las de besos, pero a mí me parecen una bobada.
–Un lector vive mil vidas antes de morir –dijo Jojen–. Aquel que nunca lee vive solo una.”

 Tomemos nota y sigamos viviendo miles de vidas, como las que nos han hecho vivir las más de 4.900 páginas de estas cinco apasionantes novelas de la “Canción de hielo y fuego”.

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Títulos comentados (*):

-Tormenta de Espadas. Canción de Hielo y Fuego/3.George R.R. Martin, 2000. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2007. Tercera edición, enero del 2014.
-Festín de Cuervos. Canción de Hielo y Fuego/4.George R.R. Martin, 2005. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2007. Cuarta reimpresión, febrero del 2014.
-Danza de Dragones. Canción de Hielo y Fuego/5.George R.R. Martin, 2011. Ediciones Gigamesh, Barcelona, 2012. Segunda Reimpresión, noviembre del 2014.

(*) Tercera, cuarta y quinta novelas de la saga conocida por popularmente como “Juego de Tronos” (que es el título de la primera novela y de la serie televisiva de HBO que estrenó en abril de 2015 su quinta temporada).

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Los mangurrinos de la crisis, verso a verso

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

Vive Dios que me asombra la grandeza
de este Arsenio Escolar y su escritura,
golpes en verso de singular bravura,
contra quienes sin rastro de vergüenza
nos esquilman cual rayo que no cesa.

 

Ni Mariano ni Aguirre, ni ZP ni Aznar,
ni el Rey, ni Cospedal, ni la Botella,
ni Blesa, ni la Mato, ni Felipe,
ni Guindos, ni Montoro, ni Pujol,
que aquí ni Dios se salva de la quema,
de la acerada pluma que apuñala
tanto inútil, corrupto, vago y ánsar,
pues más bien patos y ánades parecen
los que Arsenio despluma con su daga,
rebosante, como el título proclama,
de “Arsénico sin compasión,
radiografía (en verso)
de la actualidad de España”.

 

Si Quevedo saliera de su tumba,
llevando de la mano a Góngora y Zorrilla,
pasmáranse los tres de la osadía
de quien desde la prensa y la poesía
transforma en hilarante regocijo
el cúmulo sin fin de tonterías
de quienes aliñaron esta crisis
con tal torrente de burdas tropelías.

 

Yo me quito el sombrero y, cual Cyrano,
mi pobre pluma saluda a la del genio
que convierte los versos en espada
para batirse con ella en mil entuertos.

 

Liberalismo hipócrita, sobornos,
fiscales amnistías para amigos,
ristras de chorizadas financieras,
Noos y Bárcenas, cajas requebradas,
ninguna de las recientes patochadas
se libra de tan ácida mirada
que con arsénico feroz hace limpieza
y proclama con rimas desatadas
que ya está bien coño, ¡voto a bríos!,
de soportar a tanto mangurrino.

 

Discúlpeme el lector lo malsonante
de estos inevitables exabruptos,
pero es que leer a Arsenio ha despertado
la necesidad de unirme a su voz fiera
y pedir que, de una vez y con premura,
tomemos la Justicia por bandera.

 

Mas ya me callo, pues, en mi demasía,
me olvido de que esta bitácora modesta
debe loar a los maestros que la economía
nos enseñan con brío y pluma diestra.

 

Sin más les dejo el gozo y el disfrute
de una florida muestra del alarde
de convertir en poesía lo que muchos
son incapaces de explicar porque no saben
que antes de largar hay que enterarse,
pensar, reflexionar y, sobre todo,
no comulgar con ruedas de molino,
esas mismas que mucho nos trituran.

 

A desmontar liberalismo de diseño,
Escolar le dedica un buen empeño
con aqueste mandoble anti-Esperanza,
que, cual todos los siguientes del maestro,
subrayaremos en «cursiva entre comillas»:

 

«Te proclamas liberal,
denuncias mamandurrias,
mas todas tus bebendurrias
son en despacho oficial.

Proclamas en tu ideario
que lo público es chinchurria,
pero toda tu vidurria
vas cobrando del erario.

Desde pequeña canturrias
pidiendo menos Estado,
mas como tú no has llegado
a Moncloa… pues tu amurrias.»

 

En diálogo fiscal con don Cristóbal,
implacable Montoro de la renta,
quéjase un defraudador de aquesta guisa
y amnistía recibe por respuesta:

 

«-Me rindo y canto, sí… Pues mi tesoro
ayudome LB a llevarlo a Suiza…
-¡Detente, que mejor estás callado!

-¿Es que algo dije mal, señor Montoro?
-Si es el Cabrón quien todo te organiza…
¡es que eres de los nuestros! ¡Amnistiado!»

 

Reaparece el Cabrón en otros versos,
pronunciados sin tino por Mariano:

 

«Lo admito; me he equivocado
y a Luis durante estos meses
le he mandado esemeeses,
pero pillar no he pillado.»

 

No nos creemos mucho la disculpa,
pues Gurtel, Noos y otras mandangas
nunca cesan de arruinar la fiesta,
por más que con confetis se disfrace
y el PP a Sepúlveda despida, pagando,
por si acaso, pasta cierta:

 

«Casi me da un patatús
al saber lo de tu pasta.
¡Pillas, pillo! ¡Ya te basta
para otro Jaguar, Jesús!

Si algo sobra, juega al mus
ve a Suiza con Ana un rato;
con confeti y boato,

haced fiestas, comuniones,
cuchipandas y excursiones
de aquí Pillo y aquí Mato.»

 

Despidieron también a quien más pesa,
amigo de pupitre, ese tal Blesa,
mas de poco sirvió pues otro igual
llegó apenas pasó siquiera un Rato.
Contra el primero de ellos, escaldado,
un cachorro de Aznar ansí proclama:

 

«-¡Lo tuyo es impresentable!
Con los pelos que ha dejado
mi padre por tu tinglado!
¡Eres bobo y miserable!

A la Espe y a sus caspas
les das la Ceca y la Meca.
A tu sobrina, hipoteca.
Y a mi papi, ni unas raspas.(…)

Los Aznar y la cuadrilla
cambiaron de cortijero
mas ni mejoró el granero
ni se volvió la tortilla.

El cortijo acabó mal.
No salió de aquellos lodos.
Con otros lo fusionaron
pero ni aun así evitaron
burlar su suerte fatal.
Lo pagamos entre todos.»

 

Y como dijo el Tenorio,
puede Arsenio proclamar
“yo a los palacios subí”…
y encontreme infanta allí,
que se ganó unas coplillas
con quevedesco homenaje:

 

«Engrandece por igual
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Y es tanta su majestad
que hasta los palacios sube,
y a Cristina, esa querube,
sorbe seso y voluntad,
y a Iñaki, en su probidad,
lo convierte en mandadero,
poderoso caballero
es don Dinero.»

 

Escolar con su poesía
no para de destripar
a quien tanto lo merece
por nuestra patria esquilmar.

 

Mas yo me detengo aquí,
pues no quiero más contar
de este libro sin igual
que recomiendo adquirir.
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Título comentado:

-Arsénico sin compasión. Una radiografía (en verso) de la actualidad española. Arsenio Escolar, 2014. Ediciones Península, Barcelona, 2014.

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Cómo el mundo cayó en la red

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“–¿Ves, esto, problemas en camino?

–Sólo esta extraña sensación sobre internet, que se ha acabado, no me refiero a la burbuja tecnológica ni al 11 de septiembre, sino a algo fatal en su propia historia. Que ha estado ahí desde el principio. (…) Piénsalo bien, cada día hay más pringados pasivos y menos usuarios informados; los teclados y las pantallas se han convertido en puertas a sitios web donde sólo hay aquello que les interesa a los Administradores, para hacernos adictos: compras, juegos, guarradas para hacerte pajas, basura inacabable en ‘stream’…”.

 Se lo dice un experto en internet a Maxine, una investigadora neoyorquina especializada en pequeños delitos económicos y que se dedica a perseguir a estafadores de medio pelo. Es la protagonista de “Al límite”, la última novela del también neoyorquino Thomas Pynchon, considerado por algunos críticos el mejor novelista contemporáneo de los Estados Unidos (aunque en mi modesta opinión ese título correspondería a Richard Ford o a Paul Auster).

“Al límite” es una magnífica novela de intriga, cargada además de economía. La investigadora Maxine Tarnow, la típica judía progresista del Upper West Side, indaga en las cuentas de una curiosa empresa “puntocom”, superviviente al reciente estallido de la burbuja. Pero sus pesquisas se complican cuando comienzan a aparecer extraños personajes, desde mafiosos rusos a sicarios de organizaciones neoliberales, pasando por una gran variedad de blogueros y piratas informáticos. Maxine percibe que los movimientos financieros de esa empresa responden a una trama siniestra. Y en esto, la acción, que comienza en la primavera de 2001, llega hasta el 11-S de ese mismo año, cuando Estados Unidos sufrió los salvajes atentados.

UNA ECONOMÍA SIN PRINCIPIOS

Al margen de la compleja trama (que no voy a destripar), lo más atractivo de esta novela lo constituyen sus reflexiones sobre las empresas de internet y la multitud de corruptelas económicas que florecieron en su entorno, ligadas además a una nueva economía sin principios (la misma cuyos dañinos efectos aún estamos sufriendo):

“Cuando comencé en la profesión, ‘ser republicano’ no implicaba más que una codicia con principios. Organizabas todo para que tú y tus amigos salierais bien parados, te comportabas con profesionalidad y, sobre todo, ponías el trabajo y te llevabas el dinero después de haberlo ganado bien. Bien, pues me temo que el partido ha caído en una época oscura. Esta nueva generación…, es algo casi religioso. El milenio, los últimos días, ya no hace falta ser responsable con el futuro. Les han quitado un peso de encima. El niño Jesús maneja la cartera de valores de los asuntos terrenales y nadie le echa en cara su participación en la cuenta…”.

Se lo dice a Maxine el socio derechista de un destacado bufete de valores de la Sexta Avenida, un personaje tan original como todos los que pueblan esta novela y que disfrutarán mejor los lectores conocedores del escenario: esa ciudad de Nueva York y, sobre todo, esa Gran Manzana en la que, como se queja la protagonista, el famoso ex fiscal de Wall Street y en esos momentos alcalde, Rudolph Giuliani…

“…sus amigos urbanistas y las fuerzas de la corrección pequeñoburguesa han barrido la zona, disneyficándola y esterilizándola”.

NEGOCIOS CON EL 11-S

Maxine se refiere a un barrio concreto, pero lo que afirma es aplicable a todo la Gran Manzana, donde en aquellos tiempos no había aún masas de turistas haciéndose fotos con los policías en Times Square. Claro que tampoco había llegado aún el 11-S. Aunque estaba a punto. Y la novela no sólo cuenta el impacto de aquella brutalidad, sino que analiza también algunos curiosos movimientos previos en los mercados de valores: se los explica el marido de Maxine a sus hijos justo el domingo antes del trágico martes 11 de septiembre:

“–Esta es la Bolsa de Chicago, hacia finales de la semana pasada, ¿veis?, hubo un repentino y anormal aumento de opciones de venta de United Airlines. Miles de opciones de venta, pero muy pocas de compra. Pues bien, hoy sucede lo mismo con American Airlines.

–Una opción –dice Ziggy– ¿es como vender en corto?

–Sí, es cuando esperas que baje el precio de la acción. Y el volumen negociado se ha disparado, mucho, sextuplica el normal.

–¿Y sólo en esas dos líneas aéreas?

–Ajá. Raro. ¿Verdad?

–Información privilegiada –le parece a Ziggy.”

 Y en efecto la hubo. Ciertos grandes inversores, quizás incluso el propio Bin Laden y algunos de sus amigos, tomaron posiciones bajistas en el mercado de derivados, a la espera de que las acciones de las compañías aéreas se hundieran tras los atentados del 11-S. Como es lógico, acertaron y se forraron. Y no sólo con las líneas aéreas:

“–El jueves y el viernes [anterior al 11-S, como vuelve a explicar el marido de Maxine] también hubo ratios distorsionados de opciones de compraventa para Morgan Stanley, Merrill Lynch y un par más como ellas, todas inquilinas del Trade Center. Como investigadora de fraudes, ¿qué te sugiere? (…).

–Jugadores misteriosos que sabían qué iba a pasar. ¿Extranjeros, quizá?, ¿de los emiratos, por decir algo?”

La protagonista alude a un posible dinero de los Emiratos no por casualidad, sino porque sus investigaciones sobre las cuentas de la “puntocom” han descubierto las prácticas “hawala”, el informal sistema de transferencias de dinero usado tradicionalmente en el mundo árabe. Su funcionamiento se lo explican a Maxine de este modo:

“…es una forma de mover dinero por el mundo sin el código SWIFT ni tasas bancarias ni ninguno de los obstáculos que te ponen el Chase y los demás. Cien por cien fiable, tarda ocho horas como máximo. Sin rastro documental, sin regulaciones, sin vigilancia”.

Precisamente la “puntocom”, denominada hashslinggrz (así, con minúscula inicial, siguiendo las estúpidas reglas ortográficas de moda en internet), utiliza un “hawala”…

–(…) para sacar dinero del país.

–Y mandarlo al Golfo, mira tú. Ese ‘hawala’ en concreto tiene su sede en Dubái. Además (…) para llegar al lugar [de las bases de datos de la empresa] en que se ocultan los libros de hashslingrz, te hacen pasar por rutinas muy complejas escritas en ese, cómo llamarlo, ese extraño árabe (…). Todo está convirtiéndose en una película del desierto.”

PITUFEAR OPERACIONES

Y es sólo uno de los muchos procedimientos irregulares que Maxine va desvelando, como lo de hacer falsas facturas con empresas inexistentes, llevar contabilidades paralelas o dispersar las operaciones:

“Las operaciones se ‘pitufean’, que en nuestro argot quiere decir que se fraccionan y dispersan por todo el mundo a través de cuentas de transferencias radicadas en Nigeria, Yugoslavia y Azerbaiyán, hasta que el dinero acaba finalmente en un banco tenedor en los Emiratos, una sociedad instrumental registrada en la Zona Franca de Jebel Ali. Como la Aldea de los Pitufos, pero más mona”.

Es sólo una de las irregularidades financieras que aparecen en la novela, muchas de las cuales han sido también muy frecuentes en España (que se lo digan a los implicados en las tramas Gürtel y Púnica). En “Al Límite” se cuenta también el famoso escándalo Madoff, cuyas inversiones arrojaban un “bonito rendimiento medio, ¿dónde está el problema?”, pregunta un inversor y mafioso ruso a Maxine, quien responde:

“–Que no es medio. Es el mismo todos los meses (…).

–¿Le parece un poco anormal?

–¿En esta economía? Piénselo bien…, y más aún el año pasado, cuando el mercado tecnológico se hundió. No, tiene que ser una típica estafa Ponzi [el famoso timo piramidal, en el que se remunera a los primeros inversores no con los rendimientos de las inversiones, sino con el dinero que ponen los siguientes primos, como hicieron Maddoff o, en España, entidades como Afinsa] (…) Cualquier idiota, no se lo tome personalmente, lo vería. ¿Por qué no interviene la Comisión de Valores, o el fiscal del distrito o quien sea?”

Pero nadie lo vio ni intervino. O nadie quiso verlo ni intervenir hasta que no fue demasiado tarde. Era sólo el principio del cúmulo de irregularidades financieras que florecieron a comienzos de este siglo y cuyas consecuencias brutales se destaparon con la llamada “crisis subprime” de 2007, cuyos efectos aún estamos padeciendo. Es la otra gran lección económica de esta novela: igual que caímos en esa red de internet que nos tiene atrapados, nos dejamos enganchar en la gran estafa financiero global que desencadenó esta gran crisis económica de la que aún tardaremos mucho en salir.

Así que, tomen nota de lo que significa estar “Al límite”: entrar en una red, en cualquiera (social, cibernética, financiera…), implica el serio riesgo de que, antes o después, te pesquen como a un besugo.

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Título comentado:

-Al Límite. Thomas Pynchon, 2013. Tusquets Editores, Barcelona, 2014.

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