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Cómo crear un Estado Islámico: nada es verdadero, todo está permitido

Fotografía: © M.M.Capa

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“Los fedayines serán iniciados en un saber secreto: les enseñaré que el Corán es un libro enigmático que debe ser interpretado con la ayuda de cierta clave. Pero a los deyes, por encima de ellos, les enseñaremos que el Corán no encierra ningún secreto mencionable. Y si éstos se muestran dignos de acceder al último grado, les revelaremos el terrible principio que gobierna todo nuestro edificio: ¡nada es verdadero, todo está permitido…! Respecto de nosotros, que sujetamos los hilos de toda la maquinaria, guardaremos nuestros últimos pensamientos para nosotros mismos”.

Pocos días después de la matanza de París del 13 de noviembre de 2015, conviene recordar cómo se crea un Estado con el falaz adjetivo de “islámico” o “confesional”, sea cual sea la religión que utilice. Sí: utilizar es el verbo correcto. Porque cualquiera que ponga juntos estos dos términos, Estado+religión equis (islámica, católica, judía… me da lo mismo), tiene absolutamente claro que para conseguir el poder de un Estado, es más fácil utilizar una religión, a ser posible monoteísta. Lógico: es más sencillo ser califa (como se proclama el líder del Estado Islámico o Daesh) que presidente de Gobierno o de la República. El califa, líder a la vez político y religioso (como los habituales en otros vecinos del Daesh, que van de estados aliados de occidente pero son casi igual de medievales), sólo responde ante “su” dios; el presidente del Gobierno o de la República (me gusta ponerla con mayúscula como homenaje a la República por excelencia, la República Francesa) debe responder ante las urnas.

Cierto, también los gobiernos democráticos tienen que responder ante fuerzas no tan democráticas (como, en ocasiones, las de los mercados), pero nunca deben perder de vista a los ciudadanos. Pero un califa: ¡menudo chollo! Su ley está escrita en un libro (el Corán, la Biblia, la Torá o el Talmud…) cuya correcta interpretación y aplicación él mismo se atribuye en exclusiva. Un libro que utiliza a su antojo para redactar leyes terrenales (¿dijo algo Mahoma de que las mujeres no deben conducir automóviles?). Y esto, utilizar las cosas de Dios para meterse en las del Estado, lo prohibió alguno de esos mismos libros. ¿O no es cierto que Cristo dijo: “Dad al César lo que es del César… y a Dios lo que es de Dios”?

Vladimir Bartol (1903-1967), esloveno, filósofo, psicólogo, biólogo e historiador de las religiones, fue un escritor maldito por los regímenes totalitarios de su tiempo. Sus obras, como “Alamut” (escrita en esloveno en 1938 pero luego traducida a multitud de idiomas), fueron perseguidas por ser cantos a la libertad. Curiosamente, esta novela comenzó a ser escrita en París y su primera edición fue dedicada a Benito Mussolini. El autor se permitió esta sarcástica dedicatoria para hacer burla a todos los dictadores de su tiempo. Si Bartol hubiera escrito “Alamut” en este siglo o a finales del pasado, los radicales falsamente islámicos le hubieran perseguido como a Salman Rushdie.

EL HACHÍS, ARMA POLÍTICA
Alamut fue una inexpugnable ciudadela en las montañas al norte de Irán, donde Hassan Ibn Saba se convirtió en el líder de los ismaelitas nizaríes y creó la secta de los hashshashín, de donde deriva la palabra “asesinos”. Pero su origen etimológico es más, digamos, campestre: deriva de hashish, lo que ahora conocemos como hachís. Porque esta droga era la que utilizaba Hassan para adormecer a sus pupilos y hacer que despertaran en un jardín repleto de huríes, donde, merced a ese “milagro”, gozaban momentáneamente del Paraíso prometido por el Profeta. Luego, les volvía a drogar y, cuando despertaban, les enviaba a perpetrar algún asesinato político. Los fedayines partían encantados hacia el martirio, pues soñaban que así regresarían a ese paraíso que habían probado durante breves horas en los jardines secretos de Alamut. Era la forma de hacer su guerra santa contra el entonces poderoso Imperio Turco y contra las otras corrientes del Islam. Los nizaríes eran una rama de los ismaelitas, a su vez desgajados de los chiitas, minoritarios frente a los sunitas, corriente mayoritaria del Islam en la que se encuadran los líderes del Estado Islámico (y de casi todos los Estados igualmente islámicos de la zona, salvo el Irán chiita). Y ya vemos que estos supuestos líderes religiosos sunitas de Daesh igual ordenan asesinatos masivos en París que en barrios chiítas del Líbano (más de 40 muertos en un mercado de Beirut, un día antes de los 132 de la capital francesa), lo mismo que antes mandaron ametrallar una revista satírica también en la capital francesa. Siguen los pasos de sus colegas –y ahora rivales: no hay petróleo para todos– de Al Queda, tan aficionados a estrellar aviones en Nueva York o hacer estallar trenes en Madrid… En fin, lo de siempre desde que los falsos religiosos se empeñan en matar a todo el mundo para conquistar poder, o en matarse entre ellos por lo mismo, pero con la excusa de determinar quién era el auténtico sucesor de Mahoma y quién sabe interpretar mejor el Corán.

Vemos que esta técnica de enviar asesinos descerebrados por una u otra droga se inventó en el primer milenio de nuestra era: se cree que Hassan nació en torno al 1034, y murió en Alamut en el 1124, un siglo antes de que la fortaleza fuera conquistada y arrasada por los mongoles, quienes, por supuesto, quemaron también todos los libros escritos por Hassan. Así que, en realidad, sólo conocemos sus actos por las crónicas que sobre él escribieron sus numerosos enemigos. Con esas fuentes, y con su profundo conocimiento de las religiones, Vladimir Bartol escribió su fabulosa novela histórica… donde se narran tan brillantemente los fundamentos de este mecanismo diabólico: el líder, aspirante a califa y jefe de Estado, se vale de pobres ignorantes –a quienes droga con hachís o con promesas paradisiacas–, pero él sabe muy bien que “¡nada es verdadero, todo está permitido…!”.

GUERRA ECONÓMICA, NADA DE SANTA
Lo sabían Hassan y sus lugartenientes, pero no los fedayines, los pobres pringados que se lanzan al martirio en esa supuesta guerra santa. Que no es más que una guerra por el poder, porque quien controla el poder controla también las riquezas que están bajo el suelo (en este caso bajo las arenas) de cualquier Estado. Y ya he comentado, en esta misma bitácora, que lo que en realidad quieren los líderes del autodenominado Estado Islámico no es imponer la fe de Mahoma, sino lo mismo que quería Hassan: derrocar gobiernos (sobre todo gobiernos cercanos) para hacerse con el poder… y con las riquezas, en este caso, el oro negro (véase mi artículo sobre las guerras del petróleo: http://wp.me/p4F59e-4u). Y si, de paso, ganan una pasta en el mercado de futuros aprovechando antes que nadie los efectos del 11-S en las bolsas, mejor que mejor (véase, en este mismo blog, “Cómo el mundo cayó en la red”: http://wp.me/p4F59e-2L).

Todo el mundo sabe que estos nuevos asesinos se financian en los mercados, sobre todo en el del petróleo. Ya controlan amplias zonas productoras de Irak y Siria. Falta saber ahora qué intermediarios utilizan para colocar ese crudo en los mercados internacionales y conseguir así divisas con las que pagarse su particular estado. Porque el Islam y Dios (el que sea) les importan realmente poco.

Bartol lo expresa en palabras que pone en boca del propio Hassan. No sabemos si las dijo. Pero seguro que pensaba así:

“Ya no tenemos a nadie por encima de nosotros, salvo a Alá y su enigmático cielo. De ambos no sabemos casi nada y nunca sabremos nada más: es mejor pues cerrar para siempre el gran libro de las preguntas sin respuestas… Ahora quiero contentarme con este mundo tal como es. Su mediocridad me dicta la única conducta posible: inventar fábulas, lo más coloreadas posibles, que destinaremos a nuestros fieles hijos…”.

Con esta estrategia, Hassan redactó su particular constitución solemne para proclamar la independencia total frente al Estado ismaelita, y dictó a sus fieles que conquistaran fortalezas y territorios, porque…

“Una institución que quiera permanecer viva y firme no debe dejar de crecer jamás. Necesita estar siempre en constante movimiento y transformación, para poder conservar la agilidad de un cuerpo bien entrenado. He redactado un informe sobre las mejores plazas fuertes de nuestras comarcas (…). Conoces Siria [le dice a uno de sus lugartenientes]; sé que ya has visitado la fortaleza de Massiaf, ese otro Alamut (…). La confusión que reina en estos momentos en el país te permitirá llegar ante sus muros sin problemas (…). Massiaf caerá. Fundarás allí una escuela de fedayines sobre el modelo de Alamut”.

Siria, confusión en el país, escuelas de fedayines… Sucedió hace mil años y sucede de nuevo. Pero de religión, bien poco. Volvemos a los pensamientos de Hassan, en la pluma de Vladimir Bartol:

“No sabemos nada en firme. Por encima de nosotros las estrellas están mudas. Estamos reducidos a hipótesis y nos entregamos a ilusiones. ¡Qué aterrador es el dios que nos gobierna¡”.

Por tanto, bajo esas estrellas mudas, todo está permitido. Hay que conquistar el poder y formar un Estado. Como sea. Así, los califas y sus lugartenientes se construirán su particular paraíso (petrolero) en la tierra. El fedayín reclutado en una banlieue de París o Bruselas, o en un suburbio de Madrid o de Melilla, que se crea las fábulas y muera por un falso paraíso.

Nada es verdad. Y, menos que nada, que esto sea una guerra santa. Estamos ante una guerra económica, y punto. Como todas desde la de Troya.

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Título comentado:

-Alamut. Vladimir Bartol, 1938. Salvat Editores, Barcelona, 1994.

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Cómo el mundo cayó en la red

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“–¿Ves, esto, problemas en camino?

–Sólo esta extraña sensación sobre internet, que se ha acabado, no me refiero a la burbuja tecnológica ni al 11 de septiembre, sino a algo fatal en su propia historia. Que ha estado ahí desde el principio. (…) Piénsalo bien, cada día hay más pringados pasivos y menos usuarios informados; los teclados y las pantallas se han convertido en puertas a sitios web donde sólo hay aquello que les interesa a los Administradores, para hacernos adictos: compras, juegos, guarradas para hacerte pajas, basura inacabable en ‘stream’…”.

 Se lo dice un experto en internet a Maxine, una investigadora neoyorquina especializada en pequeños delitos económicos y que se dedica a perseguir a estafadores de medio pelo. Es la protagonista de “Al límite”, la última novela del también neoyorquino Thomas Pynchon, considerado por algunos críticos el mejor novelista contemporáneo de los Estados Unidos (aunque en mi modesta opinión ese título correspondería a Richard Ford o a Paul Auster).

“Al límite” es una magnífica novela de intriga, cargada además de economía. La investigadora Maxine Tarnow, la típica judía progresista del Upper West Side, indaga en las cuentas de una curiosa empresa “puntocom”, superviviente al reciente estallido de la burbuja. Pero sus pesquisas se complican cuando comienzan a aparecer extraños personajes, desde mafiosos rusos a sicarios de organizaciones neoliberales, pasando por una gran variedad de blogueros y piratas informáticos. Maxine percibe que los movimientos financieros de esa empresa responden a una trama siniestra. Y en esto, la acción, que comienza en la primavera de 2001, llega hasta el 11-S de ese mismo año, cuando Estados Unidos sufrió los salvajes atentados.

UNA ECONOMÍA SIN PRINCIPIOS

Al margen de la compleja trama (que no voy a destripar), lo más atractivo de esta novela lo constituyen sus reflexiones sobre las empresas de internet y la multitud de corruptelas económicas que florecieron en su entorno, ligadas además a una nueva economía sin principios (la misma cuyos dañinos efectos aún estamos sufriendo):

“Cuando comencé en la profesión, ‘ser republicano’ no implicaba más que una codicia con principios. Organizabas todo para que tú y tus amigos salierais bien parados, te comportabas con profesionalidad y, sobre todo, ponías el trabajo y te llevabas el dinero después de haberlo ganado bien. Bien, pues me temo que el partido ha caído en una época oscura. Esta nueva generación…, es algo casi religioso. El milenio, los últimos días, ya no hace falta ser responsable con el futuro. Les han quitado un peso de encima. El niño Jesús maneja la cartera de valores de los asuntos terrenales y nadie le echa en cara su participación en la cuenta…”.

Se lo dice a Maxine el socio derechista de un destacado bufete de valores de la Sexta Avenida, un personaje tan original como todos los que pueblan esta novela y que disfrutarán mejor los lectores conocedores del escenario: esa ciudad de Nueva York y, sobre todo, esa Gran Manzana en la que, como se queja la protagonista, el famoso ex fiscal de Wall Street y en esos momentos alcalde, Rudolph Giuliani…

“…sus amigos urbanistas y las fuerzas de la corrección pequeñoburguesa han barrido la zona, disneyficándola y esterilizándola”.

NEGOCIOS CON EL 11-S

Maxine se refiere a un barrio concreto, pero lo que afirma es aplicable a todo la Gran Manzana, donde en aquellos tiempos no había aún masas de turistas haciéndose fotos con los policías en Times Square. Claro que tampoco había llegado aún el 11-S. Aunque estaba a punto. Y la novela no sólo cuenta el impacto de aquella brutalidad, sino que analiza también algunos curiosos movimientos previos en los mercados de valores: se los explica el marido de Maxine a sus hijos justo el domingo antes del trágico martes 11 de septiembre:

“–Esta es la Bolsa de Chicago, hacia finales de la semana pasada, ¿veis?, hubo un repentino y anormal aumento de opciones de venta de United Airlines. Miles de opciones de venta, pero muy pocas de compra. Pues bien, hoy sucede lo mismo con American Airlines.

–Una opción –dice Ziggy– ¿es como vender en corto?

–Sí, es cuando esperas que baje el precio de la acción. Y el volumen negociado se ha disparado, mucho, sextuplica el normal.

–¿Y sólo en esas dos líneas aéreas?

–Ajá. Raro. ¿Verdad?

–Información privilegiada –le parece a Ziggy.”

 Y en efecto la hubo. Ciertos grandes inversores, quizás incluso el propio Bin Laden y algunos de sus amigos, tomaron posiciones bajistas en el mercado de derivados, a la espera de que las acciones de las compañías aéreas se hundieran tras los atentados del 11-S. Como es lógico, acertaron y se forraron. Y no sólo con las líneas aéreas:

“–El jueves y el viernes [anterior al 11-S, como vuelve a explicar el marido de Maxine] también hubo ratios distorsionados de opciones de compraventa para Morgan Stanley, Merrill Lynch y un par más como ellas, todas inquilinas del Trade Center. Como investigadora de fraudes, ¿qué te sugiere? (…).

–Jugadores misteriosos que sabían qué iba a pasar. ¿Extranjeros, quizá?, ¿de los emiratos, por decir algo?”

La protagonista alude a un posible dinero de los Emiratos no por casualidad, sino porque sus investigaciones sobre las cuentas de la “puntocom” han descubierto las prácticas “hawala”, el informal sistema de transferencias de dinero usado tradicionalmente en el mundo árabe. Su funcionamiento se lo explican a Maxine de este modo:

“…es una forma de mover dinero por el mundo sin el código SWIFT ni tasas bancarias ni ninguno de los obstáculos que te ponen el Chase y los demás. Cien por cien fiable, tarda ocho horas como máximo. Sin rastro documental, sin regulaciones, sin vigilancia”.

Precisamente la “puntocom”, denominada hashslinggrz (así, con minúscula inicial, siguiendo las estúpidas reglas ortográficas de moda en internet), utiliza un “hawala”…

–(…) para sacar dinero del país.

–Y mandarlo al Golfo, mira tú. Ese ‘hawala’ en concreto tiene su sede en Dubái. Además (…) para llegar al lugar [de las bases de datos de la empresa] en que se ocultan los libros de hashslingrz, te hacen pasar por rutinas muy complejas escritas en ese, cómo llamarlo, ese extraño árabe (…). Todo está convirtiéndose en una película del desierto.”

PITUFEAR OPERACIONES

Y es sólo uno de los muchos procedimientos irregulares que Maxine va desvelando, como lo de hacer falsas facturas con empresas inexistentes, llevar contabilidades paralelas o dispersar las operaciones:

“Las operaciones se ‘pitufean’, que en nuestro argot quiere decir que se fraccionan y dispersan por todo el mundo a través de cuentas de transferencias radicadas en Nigeria, Yugoslavia y Azerbaiyán, hasta que el dinero acaba finalmente en un banco tenedor en los Emiratos, una sociedad instrumental registrada en la Zona Franca de Jebel Ali. Como la Aldea de los Pitufos, pero más mona”.

Es sólo una de las irregularidades financieras que aparecen en la novela, muchas de las cuales han sido también muy frecuentes en España (que se lo digan a los implicados en las tramas Gürtel y Púnica). En “Al Límite” se cuenta también el famoso escándalo Madoff, cuyas inversiones arrojaban un “bonito rendimiento medio, ¿dónde está el problema?”, pregunta un inversor y mafioso ruso a Maxine, quien responde:

“–Que no es medio. Es el mismo todos los meses (…).

–¿Le parece un poco anormal?

–¿En esta economía? Piénselo bien…, y más aún el año pasado, cuando el mercado tecnológico se hundió. No, tiene que ser una típica estafa Ponzi [el famoso timo piramidal, en el que se remunera a los primeros inversores no con los rendimientos de las inversiones, sino con el dinero que ponen los siguientes primos, como hicieron Maddoff o, en España, entidades como Afinsa] (…) Cualquier idiota, no se lo tome personalmente, lo vería. ¿Por qué no interviene la Comisión de Valores, o el fiscal del distrito o quien sea?”

Pero nadie lo vio ni intervino. O nadie quiso verlo ni intervenir hasta que no fue demasiado tarde. Era sólo el principio del cúmulo de irregularidades financieras que florecieron a comienzos de este siglo y cuyas consecuencias brutales se destaparon con la llamada “crisis subprime” de 2007, cuyos efectos aún estamos padeciendo. Es la otra gran lección económica de esta novela: igual que caímos en esa red de internet que nos tiene atrapados, nos dejamos enganchar en la gran estafa financiero global que desencadenó esta gran crisis económica de la que aún tardaremos mucho en salir.

Así que, tomen nota de lo que significa estar “Al límite”: entrar en una red, en cualquiera (social, cibernética, financiera…), implica el serio riesgo de que, antes o después, te pesquen como a un besugo.

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Título comentado:

-Al Límite. Thomas Pynchon, 2013. Tusquets Editores, Barcelona, 2014.

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