“–La maldita Compañía nos tiene bien cogidos por nuestras partes (…). No hay quien pueda hacerles sombra. Eso es lo que está acabando con los castores”.
–Eso –dijo Summers, asintiendo–, y que los londinenses se hayan puesto a fabricar sombreros de seda, si los rumores son ciertos.
–Volverán a usar los sombreros de castor –replicó Boone (…)–. No está todo acabado.”
La globalización de la economía no es un concepto nuevo. En la primera mitad del siglo XIX, los sombreros de seda se ponen de moda en Londres, desplazan a la piel de castor y acaban con lo que era un negocio floreciente al otro lado del Atlántico, en los grandes e inexplorados territorios de América del Norte. Lo ilustra este diálogo entre dos tramperos recogido por A.B. Guthrie, Jr. en su extraordinaria novela “Bajo Cielos Inmensos”. Todo un cambio comercial que es una de las chispas en la eclosión de un nuevo modelo económico y de desarrollo nacional nunca visto hasta la fecha: el nacimiento de los Estados Unidos de América.
La novela de Guthrie, convertida en película por Howard Hawks en 1952 (“Río de Sangre”), forma parte de la colección Frontera de la editorial Valdemar. Una extraordinaria oferta para los amantes de los libros en todos los sentidos: por su cuidadísima edición de textos, por su bello diseño en tapa dura, por sus magníficos prólogos y presentaciones y, sobre todo, porque nos demuestra que el género “novelas del Oeste” no se compone sólo de obritas ligeras de consumo rápido, sino que incluye relatos de enorme calidad literaria, auténticos clásicos de la literatura norteamericana. Y Valdemar apuesta, además, por las novelas y relatos que han inspirado obras maestras del séptimo arte. Su colección Frontera incluye títulos como “Centauros del desierto”, “El árbol del ahorcado” o “El Trampero”, que inspiró la gran película de Sydney Pollack “Las aventuras de Jeremiah Johnson” (1972), protagonizada por Robert Redford y con guión de John Millius.
“El Trampero”, escrita por Vardis Fisher en 1965 (con el título “Mountain Man”), coincide con la temática de la citada “Bajo cielos inmensos”: un modo de vida, el de los tramperos, que se transforma a medida que se construyen un país y un sistema económico sin precedentes en la historia.
“No hay dinero en los castores… no desde que los londinenses empezaron a usar la seda”
Esta queja de un viejo trampero, como la recogida al principio de este artículo, muestra uno de los factores de la transformación económica que nos cuenta “Bajo cielos inmensos”. Pero, al margen del cambio en los gustos de los ingleses, asistimos al nacimiento de nuevos monopolios comerciales en el tráfico de pieles:
“El castor ahora casi ha desaparecido –se queja otro trampero–. El búfalo es el siguiente. No habrá un maldito toro dentro de cincuenta años. Veréis cómo aparecen surcos arados en las praderas (…). Sólo la Compañía envía veinticinco mil pieles de castor al año, y cuarenta mil pieles de búfalo, o más.”
LA FRONTERA
Es sólo un aspecto de la mutación histórica en ese territorio que los americanos llaman Frontier, la Frontera, y que no debemos confundir con otra palabra que se traduce igual al español: border. Esta última es sólo la línea que separa dos países, pero la Frontera auténtica (de ahí el título de la colección de Valdemar) es, para los estadounidenses, ese inmenso territorio en mutación sobre el que hicieron nacer su nación. Un avispado emprendedor les explica a dos tramperos (a quienes contrata como guías), la transformación imparable de esa Frontera con mayúsculas:
“Nosotros estamos creciendo. La nación presiona sobre sus fronteras. Sin duda aparecerán nuevas oportunidades, más y mejores oportunidades de las que existieron con el comercio de pieles. Transporte, venta de productos, agricultura, empresas madereras, pesca, ¡terrenos para construir! Es imposible imaginárselos todos.”
Una de las mejores descripciones de lo que ahora llamamos una “economía emergente”. O de la que fue, sin duda, la primera “economía emergente” en el concepto moderno del término. Con la diferencia de que, además, está construyendo un gran país, como lo ilustra este diálogo entre un trampero y el mismo emprendedor:
“–El territorio al otro lado de las montañas es territorio británico. ¿Cómo piensas solucionar ese problema.
–No es territorio británico. Es territorio de ocupación conjunta por tratado.
–Tengo la impresión de que la Compañía de la Bahía de Hudson no se ha enterado todavía de eso.
–(…) ¿Realmente pensáis que los Estados Unidos de América permitirán que la compañía, o ni tan siquiera el propio ejército británico, se interponga en su camino? Nada nos detendrá. ¿Británicos? ¿Españoles? ¿Mexicanos? Ninguno de ellos. Desde cualquier punto de vista razonable la tierra es nuestra… por geografía, por contigüidad y expansión natural. Caray, es el destino, de eso se trata… el destino ineludible.”
El destino ineludible. ¿Cuántas veces hemos vuelto a escuchar ese concepto para justificar tanto atrocidades como grandes hechos… o ambas cosas a la vez, separadas por una estrecha border?
SIN IMPUESTOS, SIN POLICÍA, SIN RELIGIÓN…
El amenazado modo de vida de los mountain men nos lo narra de un modo más poético “El Trampero”, la novela que inspiró la película protagonizada por Roberd Redford. Esta obra narra las aventuras de Samson Jonhson Minard, uno de los muchos tramperos (o mountain men en la terminología anglosajona) que a mediados del siglo XIX se movieron por las Montañas Rocosas y otros territorios. Como subraya la presentación de esta novela, “las tres cuartas partes de los tramperos libres (…) que se relacionan en la novela con Sam Minard, existieron realmente”. Como curiosidad, subraya que “no sólo anglosajones nutrieron sus filas”, sino también franceses, mestizos, “o españoles como el gallego Benito Vázquez, o Manuel Lisa, gran explorador, que aparece citado en esta novela, y se casó con Mitain, la hija del feje principal de los Omaha”. Así que, ya ven, una novela con gran fondo histórico y que, como anécdota, hace bueno el viejo dicho de que “hay gallegos hasta en la Luna”.
Esta novela, como la magnífica película que inspiró, es un canto a la vida del hombre en comunión con la naturaleza, sin ataduras, libre de todo… Pero sobre todo de una cosa que a todos nos incordia: los impuestos. Nada menos que en cinco páginas (la 87, la 109, la 195, la 203 y la 217, para quien no se lo crea y quiera comprobarlo) leemos párrafos como el que Sam Minard dedica en este fragmento (pag. 87) a su squaw, su bella esposa india:
“–Cuánto nos vamos a divertir –dijo abrazándola–. Sin impuestos, sin policía, sin gobierno, sin vecinos, sin predicadores… Sólo nosotros (…), comiendo y durmiendo, tocando y cantando…”.
Seguro que muchos lectores firmarían un contrato por vivir así, como se subraya unas páginas más adelante, en estos otros párrafos:
“Un hombre y una mujer enamorados, preparando la cena, era lo más hermoso en la vida (…). Nada de impuestos, le dijo por vigésima vez; nada de policías ni de leyes…”
“Si se aventurara allí un recaudador de impuestos, o un policía, o un político los metería de cabeza en un gran pozo de lodo hirviente”.
“Sam estaba embelesado, encantado, fascinado por el sencillo hecho de estar vivo y sano, sin reloj que marcase su tiempo, sin jefe que lo vigilase, sin impuestos que pagar, sin papeles que firmar, sin tener que darle cuentas a nadie, excepto al Creador (…). Hubiese dicho que en un mundo ideal todos los hombres tendrían al menos cuarenta kilómetros cuadrados por los que caminar, exportar y sentirse libre”.
Una utopía que, en algunos momentos, fue una realidad para un puñado de hombres, a los que acabaron quitando de en medio los sombreros de seda londinenses, los monopolios comerciales y, cómo no, el famoso “destino ineludible”.
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Títulos comentados:
-Bajo cielos inmensos. Alfren Bertram Guthrie, 1947. Valdemar/Frontera, Madrid, 2014.
–El Trampero. Vardis Fisher, 1965. Valdemar/Frontera, Madrid, 2012.