Archivo mensual: marzo 2016

Economía y religión (1): Cómo reclutar herejes entre los excluidos

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Las herejías son siempre expresión del hecho concreto de que existen excluidos. Si rascas un poco la superficie de la herejía, siempre aparecerá el leproso. Y lo único que se busca al luchar contra la herejía es asegurarse de que el leproso siga siendo tal. En cuanto a los leprosos, ¿qué quieres pedirles? ¿Que sean capaces de distinguir lo correcto y lo incorrecto que pueda haber en el dogma (…)? Estos son juegos para nosotros, que somos hombres de doctrina. Los simples tienen otros problemas. Y fíjate que nunca consiguen resolverlos. Por eso se convierten en herejes”.

Un término económico de tan rabiosa actualidad como “excluidos” aparece en la misma línea que “herejía”, un concepto ligado a la religión. Y ambos los relaciona un monje del siglo XIV, tiempo de abundantes herejías e incluso de un doble papado (en Roma y en Aviñón). Quien explica cómo los leprosos, los simples y los excluidos suelen ser tachados de herejes, porque son la carne de cañón de cualquier supuesto líder religioso que en realidad busque poder político y económico, es Guillermo de Baskerville: el franciscano-detective protagonista de “El nombre de la rosa”, la mejor novela de Umberto Eco.

Leí “El nombre de la rosa” hace más de treinta años, al principio de la mili y mientras intentaban, en vano, que aprendiera a desfilar bajo una bandera. El reciente fallecimiento de Umberto Eco, el 19 de febrero de 2016, me llevó a buscar de nuevo la obra, ya bastante amarillenta, en mi biblioteca. Su lectura volvió a atraparme como la primera vez. Y en esto, el 22 de marzo, estallaron las bombas yihadistas en Bruselas. Economía, religión y violencia volvían a formar esa trágica trinidad que, junto con la reivindicación de la risa y del conocimiento, es la auténtica protagonista de esta fabulosa novela. Una obra más actual que nunca en este siglo XXI cuyas convulsiones no envidian a las de hace setecientos años. Es el momento, pues, de iniciar una serie de artículos sobre economía y religión en la literatura.

“El nombre de la rosa” es un compendio de sabiduría sobre los libros, el conocimiento, las pasiones humanas y –lo que más nos interesa en esta bitácora digital– las perversiones económicas que ocultan todas las religiones. Ya saben lo que opino –y lo dije tras los atentados en París– de quien esgrime la guerra santa como un medio de movilizar fuerzas que en realidad no luchan por la fe, sino por sustancias mucho más oscuras, como el petróleo. Es algo parecido a lo que Umberto Eco expresó a través de su monje franciscano:

“Una guerra santa sigue siendo una guerra. Quizás por eso no deberían existir guerras santas”.

Y menos aún cuando, lejos de ser santas, en realidad son económicas, y llaman a combatir supuestas herejías, o a sumarse a ellas, por motivos nada santos:

“Y digo que muchas de esas herejías, independientemente de las doctrinas que defienden, tienen éxito entre los simples porque les sugieren la posibilidad de una vida distinta. Digo que en general los simples no saben mucho de doctrina (…). La vida de los simples (…) no está iluminada por el saber (…). Además, es una vida obsesionada por la enfermedad y la pobreza, y por la ignorancia (…). A menudo, para muchos de ellos, la adhesión a un grupo herético es sólo una manera como cualquier otra de gritar su desesperación. La casa del cardenal puede quemarse porque se desea perfeccionar la vida del clero, o bien porque se considera inexistente el infierno que éste predica. Pero siempre se quema porque existe el infierno en este mundo». 

El infierno que existe en este mundo se llama exclusión. Es el centro de reclutamiento más fructífero para atrapar esos simples que, de nuevo según fray Guillermo, «son carne de matadero: se los utiliza cuando sirven para debilitar al poder enemigo, y se los sacrifica cuando no sirven”.

¿Dónde reclutan los del Daesh a sus fanáticos suicidas? ¿En Pozuelo de Alarcón, la ciudad española con mayor renta per cápita? No. Es más fácil hacerlo en los infiernos de la exclusión. En Ceuta, en Melilla, en Molenbeek o en esa Banlieu parisina que, como tantos otros guetos occidentales, nos hemos dejado en el furgón de cola del tren de la democracia, el desarrollo y la cultura en nuestra imperfecta Unión Europea… Ahí están los simples, los económicamente excluidos, los leprosos de nuestra economía unidireccional y de pensamiento único. Por eso ahí, los otros, también adictos a su propio pensamiento económico único, les engañan para combatir a la herejía del cristiano o infiel. O para sumarse a su particular herejía que pervierte el islam y en la que las cosas no suceden porque Alá lo quiere, sino porque lo quieren los nuevos señores feudales del petróleo. Que son exactamente iguales que los de antes y no muy diferentes de quienes estimulaban guerras de religiones en los tiempos de Guillermo de Baskerbille.

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Título comentado:

-El nombre de la rosa. Umberto Eco, 1980. Lumen, Barcelona, novena edición, octubre de 1984.

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LA CONFIANZA ES UNA BRISA

Fotografía: © M.M.Capa

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“Mantener la confianza es requisito de primer orden para seguir creciendo, mantenerla y no olvidar que, por imitación de una frase conocida del repertorio operístico, la fiducia è un venticelo”.

Mantener esa confianza que es un venticelo, una brisa. Es la conclusión del editorial del número extra de la revista “Economistas”, editada por el Colegio de Economistas de Madrid. Un mensaje tan directo como la hermosa imagen que ilustra la portada de esta edición especial titulada “España 2015. Un balance”. Porque ese sol que se atreve a salir entre cielos borrascosos es, de hecho, otro editorial que resume la principal conclusión de esta publicación: nuestra economía seguirá creciendo si la brisa de la confianza se mantiene y despeja tanto nubarrón.

Aunque el propósito de mi bitácora digital sea dar una peculiar visión de la economía –sobre todo a partir de las magníficas lecciones económicas que podemos encontrar en grandes obras de la literatura–, conviene de cuando en cuando leer textos, digamos, más ortodoxos. Y nada mejor que volcarse sobre publicaciones tan completas y densas como esta revista “Economistas” que, dirigida por el maestro Jaime Requeijo, nos ofrece una completísima visión de lo que ha hecho la economía española en el último ejercicio.

¿QUÉ PUEDE PASAR?

Además de recoger análisis desde muy diversos puntos de vista –lo cual enriquece el resultado global, pues evita que la publicación transite por la senda del pensamiento único–, este número extra incorpora una novedad importante respecto a ediciones anteriores: en sus más de doscientas páginas dedica una importante sección, tres osados artículos, a hacer lo que precisamente más se suele pedir a los economistas: no nos cuenten lo que ya ha pasado, dígannos lo que puede pasar.

He dicho “osado” porque, desde luego, es de mérito atreverse a esto y que la revista incorpore nada menos que veinte páginas a analizar las perspectivas de nuestra economía… siga brillando o no el sol de la confianza. Corriendo los tiempos que corren y siendo la de economista (junto con la de político, la de banquero y también la de periodista, sobre todo en su versión tertuliano-televisiva) una de las profesiones más denostadas, se agradece que los profesionales de la economía no sólo acepten asumir riesgos, sino que además los plasmen en artículos tan detallados.

Precisamente a la hora de hacer previsiones sobre la economía española, uno de los problemas destacados por el director de la publicación, Jaime Requeijo, es que aún no sabemos ni quién va a gobernar, ni con qué programa. No en vano, la revista se presentó el pasado 3 de marzo, justo en medio de las fallidas sesiones de investidura.

Pero Jaime Requeijo, a quien antes he llamado “maestro” precisamente por serlo de varias generaciones de estudiantes, sí se atreve a dar la receta para que los jóvenes superen uno de los mayores problemas existentes en España, el maldito y elevado desempleo juvenil. Recordó los tres valores que recomienda a sus alumnos de ADE: “El mundo ha cambiado tanto que, para asegurarse un buen empleo, hacen falta conocimiento, esfuerzo y movilidad”. Y sobre esto último precisó que las nuevas generaciones que llegan al mercado laboral deben ser capaces de “vivir en inglés”, para encontrar el empleo allá donde esté.

A la hora de las previsiones sobre la economía española, el análisis de la revista debe, también, mirar hacia fuera: “Si la eurozona crece en diez años solo el 1,5% anual, condicionará a España”, afirma Antonio Pulido. Federico Steinberg opina que “a la vista de los riesgos de la economía mundial, lo más probable es que en 2016 no se materialicen crisis importantes”.

Esperemos que este pronóstico sea acertado. Lo comprobaremos dentro de un año.

UN ANÁLISIS GLOBAL

Mientras tanto, saquemos conclusiones de dos de los factores destacados por Requeijo: el CONOCIMIENTO plasmado en esta revista, fruto del ESFUERZO de los 35 economistas que han participado en ella. El resultado es un análisis absolutamente global, de lo general a lo particular; de las grandes tendencias macroeconómicas, a detallados análisis sectoriales e incluso regionales (de la economía madrileña).

La revista comienza trazando un panorama general de la economía española, para la que Juan Velarde pronostica que tras crecer más del 3% en 2015, “puede seguir creciendo a ritmo similar en los próximos años”. Todo ello, en el entorno internacional descrito por Silvia Iranzo: “La economía mundial creció en 2015 a una tasa interanual moderada, del 3,1%, por debajo de la media de los últimos treinta años”.

En el análisis sectorial, Ana C. Mingorance y Rafael Pampillón pronostican: “Por sectores, España podría situarse entre las principales potencias económicas del mundo”. En esos sectores, tendría un gran peso el de la construcción, ya que, según José María Duelo, “existe un enorme déficit de dotación de infraestructuras en España”.

El siguiente capítulo se dedica al sector financiero español. Según Eduardo Pérez Asenjo, “tras su transformación, afronta con plenas garantías los retos que se avecinan”.

Al hablar de uno de los temas centrales del momento, esa “brisa” de la confianza, destaca el análisis del sector público y, particularmente, del endeudamiento: “El Tesoro se ha financiado en 2015 al menor coste de su historia”, subrayan Rosa María Sánchez-Yebra y Pablo de Ramón-Laca Clausen.

En el capítulo dedicado al empleo es donde aparecen las principales discrepancias. Lógico si se tiene en cuenta que es nuestra gran asignatura pendiente, frente a la que el análisis no consigue ser independiente. ¿Qué va a decirnos en su artículo la ministra del ramo, Fátima Báñez? Pues que “por primera vez España crea empleo indefinido desde el inicio de la recuperación”. A lo que el sindicalista Cándido Méndez responde, entre otras cosas, con el argumento de que “España sale de la recesión, no de la crisis”. Porque, desde luego, mostrarse optimista con un paro superior al 20 por ciento, y con perspectivas de que su reducción prosiga a un ritmo tan lento como el reciente, no da para fabricar muchos eslóganes electorales (que, por cierto, visto lo visto en las elecciones del 20-D, ni siquiera han servido para lograr una mayoría de gobierno).

Donde sí hay más razones para ser moderadamente optimista es en el panorama empresarial. Joaquín Maudos subraya que “las pymes españolas han realizado un importante esfuerzo de desapalancamiento”, mientras que, como destaca Domingo J. García Coto, “las empresas han aprovechado para reforzar sus recursos propios o diversificar su financiación ajena ampliando capital”.

Son apenas unas pinceladas de lo mucho que ofrece esta edición de “Economistas”. Un documento que merece la pena leer con calma y, por supuesto,  conservar en la biblioteca.

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Título comentado: -España 2015. Un balance. Revista «Economistas». Colegio de Economistas de Madrid. Nº Extra 146/147. Mayo 2016 (edición presentada a los medios el 3 de marzo de 2016).

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El derrumbe inmobiliario y la recesión de Bush que se achaca a Obama

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Un Edward Medley [un viejo amigo a quien el autor intenta localizar] seguía residiendo en el número 28 de Hoving Road, cuatro puertas más abajo y en la acera de enfrente de mi antigua casa familiar estilo Tudor –demolida tiempo atrás para hacer sitio a la suntuosa mansión de algún ricacho–, que entonces abundaban en el paisaje urbano de Haddam, aunque ahora menos con el derrumbe del mercado inmobiliario y la recesión de Bush cuya culpa está cargando Obama”.

¿No suena familiar? Los radicales republicanos, el racista pijo listo Trump y los tontos de la Fiesta del Té (en español suena más claro lo inconsistentes que son) no dejan de achacar a Obama la culpabilidad de una crisis que él no sembró. Algo parecido nos pasa  en España, donde llevamos bastantes años escuchando lo de la “herencia recibida”. Pero, ¿quién infló el mercado inmobiliario como una burbuja, siguiendo la estela económica, entre otros, de su admirado colega tejano? ¿Quién fue el brillante gestor del “milagro español” que demasiado tarde descubrimos que habíamos pagado a plazos, carísimo y mientras los mismos que nos lo vendían henchían sus cajas B para seguir imperando en la política, corromper el país y, por supuesto, amasar dinero en paraísos fiscales mientras eran vicepresidentes económicos todopoderosos u honorables presidentes de la Generalidad (que nadie se queje de que lo pongo así, porque también escribo La Casa Blanca y no The White House)?

Tras el inevitable calentón (es que nos han vacilado mucho, ya lo saben), centrémonos en el texto que abre este artículo: es una de las selectas perlas económicas de la última novela de Richard Ford, en mi opinión quizás el mejor escritor americano vivo, en dura competencia con Paul Auster. En “Francamente, Frank”, Ford (Jackson, Missisippi, 1944) continúa su inmensa y corrosiva trilogía sobre la historia estadounidense desde mediados del siglo pasado. “El periodista deportivo” (1986), “El Día de la Independencia” (1995) y “Acción de Gracias” (2006) destripan la sociedad americana a través de los ojos del alter ego del autor: Frank Bascombe, novelista frustrado, periodista deportivo, agente inmobiliario, casado dos veces, con dos hijos y un tercero fallecido a la edad de nueve años, superviviente a un cáncer y permanentemente crítico frente a todo lo que ve a su alrededor.

En “Francamente, Frank”, el protagonista tiene ya sesenta y ocho años y vive relativamente feliz con su segunda esposa, mientras visita de cuando en cuando a la primera, enferma de Parkinson, asiste a la paulatina desaparición de algunos de sus conocidos y analiza los efectos de la crisis del ladrillo (está jubilado de su último oficio: agente inmobiliario). Un derrumbe acentuado en Nueva Jersey, donde reside, por los demoledores efectos del huracán Sandy, que en 2012 segó más de 150 vidas en la costa Este de EE.UU.,  arrancó de cuajo cientos de residencias de la costa y, con ellas, miles de ilusiones de sus propietarios.

EL ERROR DE LA SEGUNDA RESIDENCIA

Bascombe, que, por supuesto, vota a los demócratas, enmarca todo ello en la recesión de Bush heredada por Obama. Y le pone cifras microeconómicas: él, que ahora vive en el interior del estado, vendió su casa en primera línea de playa por más de dos millones de dólares; antes del huracán, al actual propietario le ofrecían tres millones, pero después de que el edificio saliera volando y acabara boca abajo sobre la arena, un especulador le ofrece por el solar 500.000 dólares con estos argumentos:

“Le compramos el terreno y nos llevamos las ruinas, pagando nosotros el transporte. Le extendemos un cheque en el acto. Porque usted va a seguir pagando impuestos por esta cabronada, con casa o sin ella. El seguro no va a pagar. Si vuelve a construir, la póliza se le pondrá por las nubes; suponiendo que alguna compañía quiera asegurarle. Y una vez que los putos lacayos de Obama publiquen una nueva cartografía de zonas inundables [donde, por cierto, dejaron construir los lacayos de Bush o, en España, los del tándem Aznar-Rato que, para su milagro económico, permitieron arrasar con ladrillos no sólo la costa], se encontrará en un sitio donde está prohibido construir. Si es que no se ha inundado otra vez. Aparte de que la jodida cosa tendrá que construirse sobre unos puñeteros pilotes. ¿Y a quién le gustaría esa especie de bodrio africano? Primera línea de playa. Vaya negocio de los cojones”.

La verdad es que, incluso antes del huracán, el estallido de la burbuja inmobiliaria impactó de lleno sobre todo en esa residencia costera construida con tanta alegría, tan pocos escrúpulos (tanto medioambientales como financieros) y, particularmente en España, con tanta corrupción cuyos efectos vemos todavía, un día sí y otro también, cada vez que otro político se suma a la lista de imputados o encarcelados. Y esto también lo explica, francamente, el agente inmobiliario jubilado Frank Bascombe cuando se refiere al “hecho de adquirir una segunda residencia”:

“La gente sabe que va a lamentar ese día incluso antes de firmar los papeles, pero lo hace de todos modos”.

Adquirir una segunda residencia ha sido un gran error para muchos, sobre todo si, para ello, tuvieron que endeudarse. Ahora que los precios se han hundido (incluso donde no han golpeado los huracanes), muchos se encuentran con una deuda tan grande como el montón de ladrillos invendible.

Pero lo peor es que, tiempo después del huracán, el protagonista de esta novela vuelve a detectar preocupantes síntomas de recalentamiento inmobiliario (algo que también les sonará a los españoles que comienzan a leer noticias de que los precios se reaniman, crecen el número de hipotecas, etc.). Bascombe lo tiene claro y lanza una severa advertencia:

“En Nueva Jersey ya casi hemos agotado los últimos dos millones y medio de hectáreas de terreno remotamente urbanizable. Estamos en camino de construirlos todos hacia mediados de siglo. Los impuestos sobre la propiedad tienen un tope, pero nadie quiere vender porque nadie quiere comprar. Todo lo cual hace que los precios se mantengan altos pero los valores bajos.”

Es decir, que el huracán Sandy pasó, pero no la amenaza de un nuevo derrumbe inmobiliario. Porque, además, como advierte nuestro protagonista, la historia se repite y el pensamiento único de que las políticas de austeridad lo arreglarán todo no se sostiene:

“La construcción de casas adosadas –famosa mala señal– continúa a ritmo acelerado frente al cementerio donde mi hijo Ralph Bascombe yace enterrado debajo de un tilo, recién arrancado por el huracán (…). Pero los ciudadanos de Haddam con quienes he hablado –no muchos, es cierto– parecen apuntarse al carro de la nueva austeridad, aunque prometa poner punto final a lo que una vez fue nuestra realidad. Con `pasar estrecheces´ y `apretarse un poco el cinturón´ parece que nos sintamos en armonía con el resto del bajón económico, que sabemos grave, aunque no tanto, aún no, aquí no (…). Está claro, sin embargo, que alguna herida ha dejado marcada nuestra psique. Y es un misterio cómo se borrará antes de que se asfalte la última hectárea urbanizable y no quede sitio adonde ir salvo muy lejos y hacia abajo.”

Cualquiera que haya leído antes a Richard Ford se tomará muy en serio estos comentarios. Porque no sólo es un brillante novelista, sino también un analista capaz de diseccionar con precisión la realidad de su país. No necesita para ello, como otros autores, grandes planteamientos corales o multitud de puntos de vista. Adopta uno, el de este protagonista que podría ser cualquiera de nosotros, con sus frustraciones y sus problemas, con una vida nada especial. Un hombre que, sin embargo, siempre se ha dirigido al lector francamente, no sólo en esta novela, sino desde aquella estremecedora titulada “El periodista deportivo” con la que Ford comenzó a sorprendernos allá por 1986. ¿Se acuerdan? Fue el año que España entró en lo que entonces se llamaba Comunidad Económica Europea. Son muchos años de experiencia los que recogen las últimas palabras de Frank Bascombe/Richard Ford. Y son muchos años de saber narrar bien esa experiencia.

¿PARA QUÉ SIRVE TODO LO QUE SABEMOS?

Y en este tema, el de la narración, el de cómo nos cuentan lo que está pasando, el viejo Frank suelta una breve andanada contra las nuevas tecnologías que no tiene desperdicio, pues destapa cómo han colaborado al caos que ahora nos rodea:

Hay muchas cosas, en verdad, que me pasan en la vida y en la cabeza y que podría estar inclinado a `compartir´ con un amigo de las que no tengo nada que decir. Toda la información que recabamos y almacenamos sin cesar en el cerebro y en cuya futura utilidad confiamos…, ¿qué tenemos que ver con ella yo o cualquiera de nosotros? (…) Ni idea. Podría ponerlo en Facebook o en Twitter. Aunque, como dice Eddie Medley [un viejo conocido a quien va a visitar al saber que está sentenciado por el cáncer], todo el mundo lo sabe todo pero nadie sabe qué hacer con ello. No estoy en Facebook, por supuesto. Aunque sí lo están mis dos esposas”.

Todos lo sabemos todo… pero no sabemos qué hacer con ello. Hemos caído en la red (en sentido tanto literal como figurado) de pensar que la abundancia de información genera, por sí sola, conocimiento. Pero es mentira. Igual que Frank, se lo digo francamente.

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Título comentado:

-Francamente, Frank. Richard Ford, 2014. Editorial Anagrama, Barcelona, primera edición: noviembre 2015.

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