Archivo mensual: enero 2015

Un monopolio amoral que cuesta vidas humanas

Fotografía: © M.M.Capa

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“Las píldoras de este recipiente cuestan veinte dólares americanos cada una en Nairobi, seis en Nueva York y dieciocho en Manila. Cualquier día de éstos, la India empezará a fabricar la versión genérica y la misma píldora costará sesenta centavos. No me hables de los costes de investigación y desarrollo. Los chicos de las farmacéuticas los amortizaron hace diez años y para empezar una gran parte de su dinero viene de los gobiernos, así que todo eso que dicen son chorradas. Lo que tenemos aquí es un monopolio amoral que cada día cuesta vidas humanas”.

En medio de la polémica sobre el coste de los medicamentos contra la hepatitis C, de la incapacidad del Gobierno español para utilizarlos para salvar miles de vidas, y mientras de cuando en cuando aparecen en los medios noticias escandalosas sobre el tráfico ilegal de fármacos, conviene releer “El jardinero fiel”, escrita en 2001 por el maestro John le Carré. Como otras obras de este gran autor comentadas en esta bitácora (http://economiaenlaliteratura.com/la-guerra-fria-economica/), esta novela narra una apasionante intriga que sirve de marco para describir las prácticas de lo que uno de sus protagonistas considera el sector empresarial al que pertenece…

“… la pandilla de sinvergüenzas más herméticos, taimados, falsos e hipócritas que he tenido el dudoso placer de echarme a la cara”.

La novela narra el asesinato de una mujer inglesa y de un médico africano que, desde una ONG, investigan un escándalo con medicamentos en África. Justin, el marido de la fallecida y amante de la jardinería (de ahí el título), se empeña en investigar el caso y en desenmascarar a los culpables: “la pandilla de sinvergüenzas” del sector farmacéutico y un buen grupo de corruptos que se mueven a su alrededor.

La novela llegó al cine dos años después de su publicación, en una magnífica película del mismo título dirigida por Fernando Meirelles y protagonizada por Ralph Fiennes y Rachel Weisz. La versión cinematográfica sigue puntualmente la novela y refleja a la perfección todas las malas prácticas de ciertas farmacéuticas en el continente negro, un mercado que describe así otro protagonista:

“Todo el mundo sabe que África es el cubo de la basura al que van a parar los fármacos de Occidente”.

Y lo ratifica un “arrepentido” que trabajó en una farmacéutica:

“En su confesión, Lorbeer asegura que mientras trabajaba par KVH obtuvo la validación de la Dypraxa por medio de halagos y sobornos. Describe cómo compró a funcionarios de Sanidad, aceleró ensayos clínicos, compró registros de medicamentos y licencias de importación, untó todas las manos burocráticas de la cadena de gobierno”.

Precisamente es ese medicamente el que está causando víctimas entre la población africana que lo consume porque la empresa fabricante lo ha introducido saltándose algunos requisitos. Otro protagonista cita al arrepentido:

“La industria farmacéutica moderna sólo tiene setenta y cinco años de existencia. Tiene buenos profesionales y ha logrado milagros humanos y sociales, pero no ha desarrollado aún una conciencia colectiva. Lorbeer dice en el documento que las empresas farmacéuticas le han dado la espalda a Dios”.

Pese a ello, se revisten de una ficticia aureola humanitaria:

“¿Por qué donó este fármaco? Te lo diré. Porque han producido uno mejor. Ya no vale la pena almacenar el viejo. Así que le regalan el viejo a África cuando le quedan seis meses de vida y obtienen unos cuantos millones de deducciones de impuestos a cambio de su generosidad. Además, se están ahorrando unos cuantos millones más en costes de almacenamiento y el coste de destruir los viejos fármacos que ya no pueden vender”.

Una historia demoledora que, nos tememos, quizás pueda repetirse mientras ciertos monopolios sigan traficando con lo único que nunca debería convertirse en negocio: la vida humana.

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Título comentado:

-El jardinero fiel. John le Carré, 2001. DeBolsillo, Random House Mondadori, Barcelona, 2003.

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Los mangurrinos de la crisis, verso a verso

Fotografía: © M.M.Capa

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Vive Dios que me asombra la grandeza
de este Arsenio Escolar y su escritura,
golpes en verso de singular bravura,
contra quienes sin rastro de vergüenza
nos esquilman cual rayo que no cesa.

 

Ni Mariano ni Aguirre, ni ZP ni Aznar,
ni el Rey, ni Cospedal, ni la Botella,
ni Blesa, ni la Mato, ni Felipe,
ni Guindos, ni Montoro, ni Pujol,
que aquí ni Dios se salva de la quema,
de la acerada pluma que apuñala
tanto inútil, corrupto, vago y ánsar,
pues más bien patos y ánades parecen
los que Arsenio despluma con su daga,
rebosante, como el título proclama,
de “Arsénico sin compasión,
radiografía (en verso)
de la actualidad de España”.

 

Si Quevedo saliera de su tumba,
llevando de la mano a Góngora y Zorrilla,
pasmáranse los tres de la osadía
de quien desde la prensa y la poesía
transforma en hilarante regocijo
el cúmulo sin fin de tonterías
de quienes aliñaron esta crisis
con tal torrente de burdas tropelías.

 

Yo me quito el sombrero y, cual Cyrano,
mi pobre pluma saluda a la del genio
que convierte los versos en espada
para batirse con ella en mil entuertos.

 

Liberalismo hipócrita, sobornos,
fiscales amnistías para amigos,
ristras de chorizadas financieras,
Noos y Bárcenas, cajas requebradas,
ninguna de las recientes patochadas
se libra de tan ácida mirada
que con arsénico feroz hace limpieza
y proclama con rimas desatadas
que ya está bien coño, ¡voto a bríos!,
de soportar a tanto mangurrino.

 

Discúlpeme el lector lo malsonante
de estos inevitables exabruptos,
pero es que leer a Arsenio ha despertado
la necesidad de unirme a su voz fiera
y pedir que, de una vez y con premura,
tomemos la Justicia por bandera.

 

Mas ya me callo, pues, en mi demasía,
me olvido de que esta bitácora modesta
debe loar a los maestros que la economía
nos enseñan con brío y pluma diestra.

 

Sin más les dejo el gozo y el disfrute
de una florida muestra del alarde
de convertir en poesía lo que muchos
son incapaces de explicar porque no saben
que antes de largar hay que enterarse,
pensar, reflexionar y, sobre todo,
no comulgar con ruedas de molino,
esas mismas que mucho nos trituran.

 

A desmontar liberalismo de diseño,
Escolar le dedica un buen empeño
con aqueste mandoble anti-Esperanza,
que, cual todos los siguientes del maestro,
subrayaremos en «cursiva entre comillas»:

 

«Te proclamas liberal,
denuncias mamandurrias,
mas todas tus bebendurrias
son en despacho oficial.

Proclamas en tu ideario
que lo público es chinchurria,
pero toda tu vidurria
vas cobrando del erario.

Desde pequeña canturrias
pidiendo menos Estado,
mas como tú no has llegado
a Moncloa… pues tu amurrias.»

 

En diálogo fiscal con don Cristóbal,
implacable Montoro de la renta,
quéjase un defraudador de aquesta guisa
y amnistía recibe por respuesta:

 

«-Me rindo y canto, sí… Pues mi tesoro
ayudome LB a llevarlo a Suiza…
-¡Detente, que mejor estás callado!

-¿Es que algo dije mal, señor Montoro?
-Si es el Cabrón quien todo te organiza…
¡es que eres de los nuestros! ¡Amnistiado!»

 

Reaparece el Cabrón en otros versos,
pronunciados sin tino por Mariano:

 

«Lo admito; me he equivocado
y a Luis durante estos meses
le he mandado esemeeses,
pero pillar no he pillado.»

 

No nos creemos mucho la disculpa,
pues Gurtel, Noos y otras mandangas
nunca cesan de arruinar la fiesta,
por más que con confetis se disfrace
y el PP a Sepúlveda despida, pagando,
por si acaso, pasta cierta:

 

«Casi me da un patatús
al saber lo de tu pasta.
¡Pillas, pillo! ¡Ya te basta
para otro Jaguar, Jesús!

Si algo sobra, juega al mus
ve a Suiza con Ana un rato;
con confeti y boato,

haced fiestas, comuniones,
cuchipandas y excursiones
de aquí Pillo y aquí Mato.»

 

Despidieron también a quien más pesa,
amigo de pupitre, ese tal Blesa,
mas de poco sirvió pues otro igual
llegó apenas pasó siquiera un Rato.
Contra el primero de ellos, escaldado,
un cachorro de Aznar ansí proclama:

 

«-¡Lo tuyo es impresentable!
Con los pelos que ha dejado
mi padre por tu tinglado!
¡Eres bobo y miserable!

A la Espe y a sus caspas
les das la Ceca y la Meca.
A tu sobrina, hipoteca.
Y a mi papi, ni unas raspas.(…)

Los Aznar y la cuadrilla
cambiaron de cortijero
mas ni mejoró el granero
ni se volvió la tortilla.

El cortijo acabó mal.
No salió de aquellos lodos.
Con otros lo fusionaron
pero ni aun así evitaron
burlar su suerte fatal.
Lo pagamos entre todos.»

 

Y como dijo el Tenorio,
puede Arsenio proclamar
“yo a los palacios subí”…
y encontreme infanta allí,
que se ganó unas coplillas
con quevedesco homenaje:

 

«Engrandece por igual
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Y es tanta su majestad
que hasta los palacios sube,
y a Cristina, esa querube,
sorbe seso y voluntad,
y a Iñaki, en su probidad,
lo convierte en mandadero,
poderoso caballero
es don Dinero.»

 

Escolar con su poesía
no para de destripar
a quien tanto lo merece
por nuestra patria esquilmar.

 

Mas yo me detengo aquí,
pues no quiero más contar
de este libro sin igual
que recomiendo adquirir.
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Título comentado:

-Arsénico sin compasión. Una radiografía (en verso) de la actualidad española. Arsenio Escolar, 2014. Ediciones Península, Barcelona, 2014.

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Grandes pechos para alimentar el crecimiento chino

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“¿Son realmente las mujeres una cosa maravillosa? Tal vez lo sean. Sí, definitivamente las mujeres son una cosa maravillosa, pero dicho esto, hay que añadir que en realidad no son ‘una cosa’”.

Mao decía que las mujeres sujetan la mitad del cielo. Pero seguramente han sujetado sobre sus caderas y han alimentado con sus pechos un porcentaje mucho mayor del espectacular crecimiento económico de China y de su radical transformación durante todo el siglo XX. La magnífica novela “Grandes pechos amplias caderas”, de Mo Yan (Premio Nobel de Literatura 2012), narra la inmensa mutación china desde la Rebelión de los Bóxer de 1900 a los años finales de Mao, el gran impulso que cambió radicalmente la inercia económica y social de un país milenario para transformar China en lo que acabará siendo en pocos años: la mayor economía del planeta.

Y uno de los mayores cambios es el que recoge el mensaje central de esta gran novela: las mujeres “en realidad no son ‘una cosa’”, aunque durante milenios hayan sido tratadas como cosas, no sólo en China sino en muchos otros sitios… y hasta ahora mismo (ahí están los asesinos locos de Boco Haram o del Estado Islámico, secuestradores de féminas para convertirlas en esclavas ignorantes).

Nos encontramos ante una novela sorprendente e inmensa, tanto por su calidad por su extensión de 836 páginas (y, por cierto, magníficamente editada en español por Kailas Editorial, como el resto de las principales obras de Mo Yan). El Premio Nobel chino nos engancha con su prosa desde las primeras páginas y nos arrastra sin respiro, con un lenguaje tan vivo como sus personajes, tan directo como los hechos –casi siempre tristes– que azotan su existencia, tan intenso como los sentimientos que agitan sus conciencias y tan luminoso como los rayos de esperanza que, de cuando en cuando, les ayudan a seguir viviendo pese a las continuas recaídas. Colabora a este permanente fluir de las páginas la perenne presencia de una implacable naturaleza que con sus inundaciones, sus nevadas y sus tormentas condiciona una y otra vez la vida de una remota y atrasada provincia china.

Pero, sobre todo, el autor se mete en la piel de una familia entera, la de Madre (así, con las mayúsculas que se merece), Shangguan Lu, joven virgen con los pies vendados según la tradición que, por el súbito cambio de costumbres, ya no está destinada a casarse con un alto funcionario de la decadente dinastía Qing, sino con el hijo estéril de un herrero. Pero cae sobre ella la culpa de no tener descendencia, por lo que se ve obligada a acostarse con unos y con otros en busca del ansiado varón, el bien “económico” más preciado por una familia china (incluso ahora). Pero antes de alumbrar a su ansiado hijo (el mimado y débil Jintong, lactante hasta la adolescencia y eternamente obsesionado por los pechos femeninos), Shangguan Lu tiene nada menos que ocho hijas. Y estas ocho hermanas, con sus diversos matrimonios y peripecias, sirven de hilo conductor para que el propio Jintong nos narré, siempre con un pueril e inocente asombro, la impresionante transformación social que, imparable como el Río de los Dragones que atraviesa su provincia, saca a China del feudalismo para, pasando por el comunismo y la famosa Revolución Cultural, llevarla hasta las mismísimas puertas de su peculiar capitalismo actual. Son ellas, las ocho hermanas, así como otras mujeres en torno a la misma familia, las que representan los principales papeles protagonistas en la mutación de China: casadas con bandoleros, con comunistas o con contrarrevolucionarios, convertidas en prostitutas, en altas funcionarias o en brillantes empresarias… Y siempre volviendo a encontrarse, antes o después, con esa Madre de grandes pechos y amplias caderas y con ese hermano mamoncete a quien todas miman.

REFORMAS AGRARIAS

Como todo se desarrolla en una atrasada región agrícola, dominada secularmente por una dinastía de terratenientes, la mayor parte de las referencias económicas de esta novela aluden a las continuas reformas agrarias comunistas que buscan transformar el país, y que comienzan con lo que se atribuye a un alto dignatario que un día aparece en la aldea:

“Se decía que se trataba de un famoso reformista agrario a quien se atribuía la invención de un eslogan muy conocido en la zona de Wei del Norte, en Shandong: ‘Matar a un campesino rico es mejor que matar a un conejo silvestre’”.

Y así, a base de reformas y contrarreformas, de revolución y contrarrevolución, se va transformando la provincia. Todo comienza con la lucha contra los terratenientes:

“Comían rollitos hechos de harina blanca, pero nunca trabajaron en un campo de trigo. Vestían con ropa de seda, pero nunca criaron un gusano de seda. Se emborrachaban todos los días, pero nunca destilaron ni una gota de alcohol. Convecinos [clama la revolucionaria Pandi, una de las ocho hijas de Madre], estos ricos terratenientes se han estado alimentando con vuestra sangre, vuestro sudor y nuestras lágrimas. Redistribuir su tierra y su riqueza no es más que recuperar lo que es, en justicia, nuestro”.

Pero como alguna otra hija acaba casada con descendientes contrarrevolucionarios de esos mismos terratenientes, la vida de la familia es un continuo pasar de la desgracia, cuando es castigada por las autoridades comunistas, a la rehabilitación, cuando es una de las hermanas (o de sus otros parientes) quien llega al cambiante poder político. Lo ilustra bien este diálogo entre dos personajes secundarios:

“–El Partido Comunista no olvidará su propia historia, así que te recomiendo que tengas cuidado.

–¿Cuidado con qué?         

–Con una segunda serie de reformas agrarias (…).

–Adelante, llevad a cabo vuestra reforma (…). Todo lo que gano me lo gasto en mí mismo, en comer, en beber y en pasármelo bien, ya que la verdadera reforma es imposible. ¡No me verás llevando la vida que llevaba el tonto de mi anciano abuelo! Trabajó como un perro, deseando no tener que comer ni que cagar para ahorrar lo suficiente para comprarse unas pocas hectáreas de tierra improductiva. Después llegó la reforma agraria y ¡chas!, lo clasificaron como terrateniente, lo llevaron al puente y vuestra gente le pegó un balazo en la cabeza (…). Yo no pienso ahorrar nada de dinero, me lo voy a comer todo. Y después, cuando se lleve a cabo vuestra segunda serie de reformas agrarias, seguiré siendo un auténtico campesino pobre”.

Pero la última reforma va en la línea de la mutación hacia ese capitalismo comunista que se ha impuesto en el gigante asiático. Y es la vuelta a la propiedad privada. La explica Papagayo Han, nieto de Madre convertido en próspero empresario ya en los años ochenta:

“–Han cambiado un montón de cosas en estos últimos quince años –dijo Papagayo–. La Comuna Popular se desmanteló y se parceló la tierra. Después se montaron granjas privadas. De este modo, todo el mundo tiene comida sobre la mesa y ropas en el armario.”

La mutación económica se acelera y ya en los años noventa la región se ha convertido en un emporio textil:

“El negocio iba viento en popa en ‘Unicornio: Todo un mundo de sujetadores’. La ciudad estaba creciendo a toda velocidad, y se construyó otro puente sobre el Río de los Dragones. El lugar donde en otros tiempos estuviera la Granja del Río de los Dragones ahora era el emplazamiento de un par de enormes fábricas de tejidos de algodón, una fábrica de fibras químicas y una de fibras sintéticas. Toda esta zona era famosa por su industria textil”.

Los grandes pechos por fin tienen sujetadores modernos que ayuden a la liberación femenina. Una prueba más de otra característica que impregna la novela: un gran, aunque con frecuencia trágico, sentido del humor. Como los clásicos de la literatura (nunca falta un bufón en las obras de Shakespeare o de los autores españoles del Siglo de Oro), Mo Yan entreteje con maestría los hilos de la tragedia y los de la comedia.

LA OMNIPRESENTE CORRUPCIÓN

Pero hay algo que, como el inmutable fluir del Río de los Dragones, apenas ha cambiado en este siglo de mutación acelerada de la economía y la sociedad china (y de muchas otras): la corrupción. Tras escupirle en la cara a un comandante del ejército nacionalista en los años de la invasión nipona, un anciano le increpa:

“–Aquel que roba anzuelos es un ladrón. Pero el que roba una nación es un noble. Combatid contra Japón, decís, combatid contra Japón, ¡pero sólo os dedicáis al libertinaje y la corrupción!”

Algo que no cambia, sino que incluso se acelera, no sólo en la época comunista –donde el novelista nos narra el continuo ir y venir de altos cargos que obran a su antojo hasta que caen en desgracia–, sino también en la de la larga marcha hacia el capitalismo. Veamos de nuevo un comentario del empresario Papagayo Han, gerente de una peculiar granja ornitológica:

“Cada cosa que hacemos cuesta dinero, y para que la Reserva Ornitológica Oriental prospere necesitamos un montón. ¡No ochenta, ni cien mil, ni doscientos o trescientos mil, sino millones, decenas de millones! Y para conseguirlos necesitamos el apoyo del gobierno. Necesitamos préstamos bancarios, y los bancos son propiedad del gobierno. Los directores de los bancos hacen lo que se la antoja a la alcaldesa, y ¿a quién escucha la alcaldesa? (…) ¡A ti! ¡A ti te escucha!”.

Quiere convencer a su tío, Jintong, para que interceda ante una antigua mentora. Otra empresaria, de la industria del reciclado (quien por cierto recuerda a alguna de las más recientes grandes fortunas chinas), afirma sin rubor:

“Ocho de cada diez personas que tienen algo para vender son ladrones. Yo compro cualquier cosa que se use en la obra. Tengo barras para soldar, herramientas en sus envoltorios originales, varillas de acero. No rechazo nada. Lo compro todo al precio de chatarra y después me doy la vuelta y lo vendo como si fuera nuevo, y de ahí salen mis ganancias. Sé que todo esto desaparecerá en cualquier momento, y por eso empleo la mitad del dinero que gano en darles de comer a esos cabrones que hay ahí abajo [sus trabajadores] y me gasto la otra mitad en lo que yo quiera”.

La mujer, Vieja Li, cuyo único y enorme pecho tiene obsesionado desde siempre a Jintong, convierte al narrador en su amante y en un directivo de su empresa que…

“…se hizo un maestro en las artes de organizar recepciones, dar sobornos y evadir impuestos”.

Todo cambia, pero hay algo que siempre sigue igual. Incluso en esta China milenaria que en poco más de un siglo ha pasado del retrógrado feudalismo al también retrógrado capitalismo salvaje.

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Título comentado:

-Grandes pechos amplias caderas. Mo Yan, 1996. Kailas Editorial, Madrid, 2013.

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