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Cómo cotizará la “posverdad” (antes llamada mentira)… hasta el impeachment

Las victorias del Brexit y de Trump marcan el principio de una nueva era: la de la “posverdad” (una palabrota que hasta ya recoge el prestigioso Diccionario de Oxford). Este modo estúpido de llamar a la mentira también cotiza en los mercados… y de qué manera. Y lo seguirá haciendo. Al menos hasta que al pinochosaurio recién llegado a la Casa Blanca se lo cargue el meteorito del impeachment que le lanzará su propio partido y hasta que Europa por fin reaccione y dé un giro a su política económica… para evitar que nuevos monstruos populistas se empeñen en levantar más muros y fronteras.

Trump PinochoAunque quede más fino en inglés, la “post-truht” o “posverdad” es un nuevo modo de llamar a la simple y burda mentira, por más que el Diccionario de Oxfort afirme que su significado ilustra “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y la creencia personal”.

¿Qué significa esta sesuda explicación? Muy fácil: que las creencias y las emociones personales pesan más que los hechos. Esto, desde luego, ha ocurrido siempre: nos mienten y nos lo creemos sin pensar, sin reflexionar, sin reparar en los “hechos objetivos”. Pero nunca antes como durante las campañas del Brexit y de Trump se han soltado tantas mentiras, algunas de ellas enormes y descaradas (como las decenas de datos económicos falsos o incluso afirmaciones como que Obama no era estadounidense o que el Papa Francisco apoyaba a Donald). Y nunca antes tantas mentiras han sido capaces de movilizar a los votantes más ignorantes que prescindían de los “hechos objetivos”, sencillamente porque ni se molestaban en buscarlos y, aunque los buscaran, no los encontrarían: para algo la era Thatcher (la antesala de la era de la “posverdad”) se esmeró en desmontar el Estado del Bienestar comenzando por el sistema educativo británico; al otro lado del charco, muchos de los casi sesenta millones de votantes de Trump (personas de raza blanca con más de 100.000 dólares de renta per cápita anual, apenas afectadas por la crisis y habitantes en zonas en las que casi no hay inmigrantes…) serían incapaces de situar en el mapamundi más de tres países: el suyo (aunque tal vez no entero), quizás -sólo quizás- Canadá, y, por supuesto, México (esa nación de delincuentes, narcos y violadores, según el intelectual y nuevo okupa antisistema de la Casa Blanca).

UNA RED DE MENTIRAS PARA ATRAPAR IGNORANTES…

El efecto de la mentira (dejaré ya de hablar de “posverdad”) ha sido además magnificado, especialmente en la campaña del multimillonario heredero neoyorquino, por el papel de los “nuevos medios”, que resultan ser tan mentirosos y amarillistas como los peores ejemplos del rancio periodismo de otros tiempos: Google y Facebook han señalado que tomarán medidas para evitar que las mentiras (generosamente pagadas como publicidad encubierta para aparecer en tales redes) vuelvan a infectar internet como lo han hecho durante la última campaña electoral americana. Twitter, por su parte, bloqueó (algo tarde: nueve días después del martes electoral) las cuentas de supremacistas blancos -es decir, los racistas de toda la vida- que apoyaron a Trump.

La proliferación de mentiras en la Red, para hacer caer en ella a los pececillos más ignorantes, es también posible debido al citado desmoronamiento de los sistemas educativos a ambos lados del Atlántico. Porque a menor educación, menor lectura de Prensa (eso que los esbirros de Trump llamaban “pres-titute” durante la campaña) ¿Cuántos lectores diarios de Prensa más o menos seria hay entre los votantes del Brexit y de Trump? ¿Tantos como entre las poblaciones de Nueva York o de Londres, que mayoritariamente votaron sin dejarse engañar por la oleada de patrañas en ambas consultas?

…Y PARA DISTORSIONAR LOS MERCADOS

Otro problema es que también los mercados, que lo descuentan todo, han sufrido el impacto de las mentiras masivas. Normal. Eso pasa siempre. Cualquier rumor o información falsa puede mover una cotización, un índice o una divisa. Los sistemas automáticos de trading están programados para reaccionar también a esas falsas informaciones. Y no olvidemos que el delito más perseguido en los mercados es precisamente el de información privilegiada (insider trading en inglés), porque cualquier información (sea verdadera o falsa) que alguien conozca ilegalmente antes que los demás, es una ventaja a la hora de operar. El problema es que, como ha ocurrido ahora, los mercados no supieran descontar antes de tiempo la oleada de mentiras descaradas que bombardeaban a los votantes. De ahí que, por culpa del Brexit y del sorprendente resultado electoral norteamericano, acciones, bonos y divisas vivieran jornadas de auténtico pánico, mayor cuanto mayores fueron los embustes.

Por suerte, aún hay tiempo para rectificar. Entre otras cosas, porque las mentiras que llevaron a los catetos anti europeos a votar por el Brexit, y las que llevaron a los ignorantes de la América profunda a votar por Trump, curiosamente, se neutralizan entre sí al generar una nueva política económica. Veamos por qué.

LA MENTIRA SE DEVORA A SÍ MISMA

Comencemos por el efecto económico a corto y medio plazo de las mentiras del multimillonario neoyorquino. Conviene recordar, antes que nada, que se trata de una persona con déficit de atención, dificultades de aprendizaje y bastante inculta (¿han visto algún libro en las imágenes de su versallesca y hortera residencia en la Torre Trump?). En fin, un pobre niño rico que lo ignora casi todo no sólo sobre los buenos modales, sino también sobre la política internacional y nacional, y que sabe de los negocios tanto como un chamarilero del Rastro, seguro que más ducho que él en el arte de la compraventa… y eso que a ningún comerciante del gran mercado madrileño le regaló su padre, como al joven Donald, un millón de dólares para especular en inmuebles y luego le dejó una inmensa herencia inmobiliaria. Sin olvidar que todo ello nace de su emprendedor abuelo, inmigrante alemán que comenzó a ganar mucho dinero en América al apostar por uno de los negocios más antiguos y seguros de la Historia: montar un burdel.

Con esta herencia y con este bagaje intelectual, tanto en lo económico como en lo político, no sorprende que Trump I el Pos-Verdadero (el primero de su proyecto de dinastía, pues ya ha metido a hijos y yernos en su equipo) no haga más que vomitar mentiras. Para comenzar, es lo más fácil para cualquier populista (como sus grandes amigos Farage, Le Pen o Putin). Y para continuar, lo hace sencillamente porque ignora la verdad, esos “hechos objetivos” tan fáciles de verificar por cualquiera que sepa leer y tenga un mínimo coeficiente intelectual.

¿Cuál será el resultado? Sencillamente, que defraudará a su electorado muy pronto, pues una cosa es decir mentiras y otra cosa convertirlas en “hechos objetivos”. ¿Alguien se cree a estas altura lo del muro pagado por los mexicanos? ¿O lo de expulsar de un plumazo a dos o tres millones -cifra harto imprecisa- de indocumentados delincuentes? ¿O lo de quitar de en medio a los políticos del “sistema”, en quienes no tienen más remedio que apoyarse Trump y sus herederos para encontrar alguien que sepa algo de algo, y no sólo mentir o soltar proclamas racistas y fascistas? ¿O lo de meter en la cárcel a Hillary Clinton? ¿O lo de terminar con el Estado Islámico en un mes, amén de purgar a los musulmanes de Estados Unidos? ¿O lo de llegar a una alianza estratégica con Rusia y reducir el papel de Estados Unidos en la OTAN?

Resulta evidente que estas trolas y muchas otras son de imposible aplicación. Y, de intentarlo, probablemente pongan a Trump en una situación delicada frente a unas cámaras dominadas por un Partido Republicano al que ya no podrá ningunear (salvo golpe de Estado, por supuesto) y, mucho menos, mentir (¡a Clinton le hicieron el impeachment por una  única mentira de carácter sexual!). Cualquier desliz del nuevo presidente le pondrá al borde otro impeachment, aunque lo más probable es que este mecanismo se le aplique por alguno de sus varios pleitos pendientes (sus delicadas relaciones con Putin, o algunas posibles escaramuzas fiscales, mercantiles y seguro que pronto también sexuales, dada su declarada afición a meter mano por doquier), o porque el magnate del ladrillo no sepa responder a esta otra pregunta: ¿Cómo va a compatibilizar sus negocios con su trabajo en el Despacho Oval? ¿Va a desentenderse de sus más de cien empresas repartidas por dieciocho países, quizás mediante la creación de un fideicomiso ciego, o va a seguir pilotándolas, en directo a través de sus hijos o su yerno, para caer pronto en incompatibilidades, como, quizás, proponer a China la rehabilitación de la Gran Muralla para convertirla en centro comercial de lujo? ¿Va a seguir cobrando sus sueldos, sus rentas y sus dividendos (esquivando impuestos) o va a vivir con el euro de salario anual que se ha auto impuesto como Presidente? Responder con nuevos embustes a todas estas interrogantes no le será fácil, ni siquiera en esta nueva era de la “posverdad”.

Pero la pregunta que más interesa a todo el mundo, y no sólo a los mercados, es esta otra: ¿Cuál será DE VERDAD su política económica?

¿SON POSIBLES LAS TRUMPANOMICS?

Porque, por lo visto y “mentido” hasta la fecha, las trumpanomics son criaturas tan fantástica como los animales mágicos de la nueva película de la saga Harry Potter (casualmente ambientada en Nueva York). De momento, el mago/bufón Donald ha dejado claras pocas cosas:

-Que quiere masivas inversiones en infraestructuras (si de algo sabe Trump es de construir cosas) que sin duda tensará el déficit público (aunque el magnate presidente espera que el capital privado arrime el hombro), aumentará en endeudamiento y presionará al alza sobre los tipos de interés, amén de estimular la demanda de mano de obra inmigrante (los blancos supremacistas ponen pocos ladrillos y, por ahora, no pueden enviar a trabajar a sus esclavos negros). La Reserva Federal ya le ha pedido explicaciones al millonario, porque una cosa es comenzar a subir los tipos poco a poco, como pretende su presidenta, Yanet Yellen (que estará en el cargo hasta 2018), y otra hacer que se disparen, inflamen la inflación y le den un frenazo al crecimiento estadounidense, aún no demasiado robusto.

-Que eliminará restricciones sobre las energías tradicionales (carbón y petróleo obtenido por fractura hidráulica o fracking), lo cual deja a la política energética en manos de lo que, en definitiva, decida la OPEP, que aún tiene gran capacidad para mover a su voluntad los precios de los hidrocarburos. Esto quizás acabe presionando a la baja sobre la cotización del crudo, lo cual comprometerá la rentabilidad del carísimo petróleo obtenido por fracking y provocará así un efecto bumerán contra este sector. Por no hablar de los nocivos efectos sobre el medio ambiente.

-Que, de un modo y otro, va a importunar a los indocumentados y a dificultar la inmigración, lo cual puede acabar generando tensiones salariales y, de nuevo, inflación: ¿qué pasaría si los once millones de indocumentados, o sólo una tercer parte de ellos, abandonaran de golpe Estados Unidos? ¿Se imaginan a los votantes de Trump -que, como muestran los análisis, no son mayoritariamente pobres y/o desempleados- trabajando de camareros, de albañiles o de señoras de la limpieza?

-Que liberalizará (¿más aún?) los mercados financieros, algo que quizás calme a Wall Street… aunque quizás no tanto, por los temores de que se repitan las malas prácticas que desencadenaron la crisis.

-Que no ratificará los grandes tratados comerciales (comenzando por el firmado por Obama con Asia), lo cual podría generar inflación y dificultades para las exportaciones estadounidenses… y para los propios negocios de Trump (y de muchos otros empresarios blancos de raza superior) en todo el mundo.

TRUMP, CONTRA EL BREXIT

Este último punto enlaza con el otro hito en la nueva era de la mentira (ya saben, ahora llamada “posverdad”): el Brexit.

Cuando millones de británicos se dejaron engañar para votar contra Europa, confiaban en que reforzarían sus lazos con su gran amigo americano… que meses después elige a un presidente proteccionista. Los engañados por Farage, Boris Johnson o la propia Theresa May (que era anti-Brexit ante de ser nombrada para gestionarlo) pensaban además que salir de Europa sería rápido, fácil, barato y sin perder los privilegios de ser europeos, pero ahora descubren que todo eso era mentira y que hasta sus Tribunales obligan a su Gobierno a pasarlo todo por el filtro de un Parlamento anti-Brexit, mientras que Bruselas dice que, mientras siga en la Unión Europea, la pequeña Gran Bretaña tendrá que continuar cumpliendo sus reglas y no podrá poner en marcha ninguna de las patrañas prometidas por los citados pinochos.

Además, y esto es el lado bueno de la nueva era, parece que Europa reacciona: nuestros cegatos y conservadores líderes se han dado cuenta de que si prosiguen con sus actuales políticas ultra liberales de austeridad, surgirán por doquier nuevos Trump o nuevos Farage, quizás el primero de ellos con apellido que da pena en la Francia de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Así que, aún tímidamente, comienzan a pensar que una nueva política económica y nuevo plan de inversiones (más potente que el anémico presentado por Juncker) no serían tan mala idea.

Moraleja: la nueva era de la mentira quizás sirva para evitar que prosperen en ella posdinosaurios tan rancios y fascistas (¿qué les parecen las imágenes de nazis made in USA brazo en alto para celebrar la victoria de Trump?) que nunca debieron salir de las vitrinas de los museos o de las pantallas de la Red para introducirse en las urnas y pisotear la democracia, la economía y los mercados. Con un poco de suerte, al bicho americano se lo llevará pronto el meteorito de un impeachment, mientras que la locura del Brexit y sus derivadas continentales quizás se ahoguen si Europa por fin cambia su rumbo económico y hace fluir las inversiones.

 

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El primer rescate bancario de la historia

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Las grandes acumulaciones de oro y plata hechas por Tiberio, que permanecían ociosas en el Tesoro, habían sido las responsables de la elevación de los tipos de interés, y se produjo un pánico financiero y los valores de la tierra cayeron a menos que nada. Eventualmente Tiberio se vio obligado a aliviar la situación prestando a los banqueros un millón de piezas de oro del dinero público, sin intereses, para pagar a los que solicitaban préstamos con la garantía de tierras.”.

En uno de sus frecuentes momentos de eso que ahora llaman posverdad y que antes llamábamos simplemente mentira, Rajoy afirmó en el Congreso que el rescate de bancos y cajas no nos iba a costar un solo euro a los españoles. Durante mucho tiempo, sus corifeos repitieron la misma trola. Como ya todo el mundo sabe, era efectivamente una posverdad que dilataría al máximo la nariz de Pinocho, una mentira quizás comparable a las muchas falacias que en estos tiempos tan absurdos sueltan especímenes como el Trump descendiente de inmigrantes, la Le Pen hija de su padre o los del Brexit hijos de la Gran Bretaña menguante.

Desvelado por fin el engaño y el milmillonario coste de rescatar cajas y bancos, es buen momento para recordar el que quizás fuera el primer rescate bancario de la historia. Y que se hizo como los más recientes: a costa del dinero público y sin cobrar intereses a los banqueros. Nos lo cuenta el gran Robert Graves (1895-1985) en su novela más popular, entre otras cosas a causa de una también magnífica serie de televisión: “Yo, Claudio”.  Precisamente gracias a este éxito de la BBC, muchos descubrimos cuánto se parece nuestro mundo al de los césares. La teleserie (que aún se puede conseguir en DVD) refleja muy bien la novela de la que procede, por no hablar de su calidad y de las brillantes interpretaciones de gente como Derek Jacobi (Claudio) o de ese inmenso actor que nos dejó el pasado 25 de enero, John Hurt (Calígula). Con tales ingredientes, está producción de 1976 sentó las bases de cómo había que hacer una gran serie televisiva de calidad.

TIPOS DE INTERÉS ABUSIVOS

El rescate bancario de Tiberio fue provocado precisamente por las malas prácticas de los propios rescatados. ¿Les suena? Robert Graves nos cuenta, a través de Claudio, cómo se desencadenó todo:

“Por esa época los delatores empezaron a acusar a los hombres de dinero de cobrar un interés superior al legal sobre los préstamos; lo único que se les permitía cobrar era el uno y medio por ciento. El reglamento respectivo había caído en desuso hacía tiempo, y muy pocos senadores eran inocentes de su violación. Pero Tiberio confirmó su validez”.

Sí, efectivamente, lo de las puertas giratorias no es un invento reciente: el Senado romano estaba lleno de banqueros y prestamistas que ni siquiera disimulaban su condición. Pero, claro, al ser acusados de cobrar intereses muy superiores al legal del uno y medio por ciento –un tipo, por cierto, bastante razonable y que indica que ya los romanos tenían muy claro cuál podía ser el precio real del dinero–, los banqueros se pusieron nerviosos. E hicieron lo primero que suelen hacer los banqueros cuando se ponen nerviosos: pedir al Gobierno de turno que cambie las leyes. Como entonces el gobierno era el emperador en persona, acudieron a él. Ya que Tiberio había confirmado que el tipo legal no podía superar el citado uno y medio por ciento…

“Una delegación (…) le rogó que se le concediese a todo el mundo un año y medio para adoptar sus finanzas personales de modo que concordasen con la letra de la ley, y Tiberio, como un gran favor, concedió el pedido”.

Hecha la ley, hecha la trampa. ¡Qué prácticos eran estos romanos! Pero los más prácticos de todos eran los banqueros. Por supuesto, no pensaban utilizar ese año y medio de moratoria para bajar sus tipos de interés hasta el uno y medio por ciento del tipo legal del dinero. No. Fueron mucho más expeditivos:

“El resultado fue que todas las deudas fueron reclamadas en el acto, cosa que provocó una gran escasez de dinero en efectivo. Las grandes acumulaciones de oro y plata hechas por Tiberio, que permanecían ociosas en el Tesoro, habían sido las responsables de la elevación de los tipos de interés, y se produjo un pánico financiero y los valores de la tierra cayeron a menos que nada. Eventualmente Tiberio se vio obligado a aliviar la situación prestando a los banqueros un millón de piezas de oro del dinero público, sin intereses, para pagar a los que solicitaban préstamos con la garantía de tierras.”

La mala gestión del dinero público (que el emperador tendía a considerar más bien privado, es decir, suyo) fue también responsable de esta crisis. Así que Tiberio no tuvo más remedio que aflojar la bolsa, pero para darles un millón de piezas de oro a los prestamistas, a los banqueros, pese a que las había rapiñado a todo romano que fuera susceptible de ser gravado con abundantes tasas e impuestos. Ese millón de piezas de oro era el único modo de que los prestamistas recuperaran su dinero, ya que el precio de las tierras (hipotecadas con esos tipos de interés abusivos) se hundió cuando todo el mundo intentó venderlas para devolver los préstamos. ¿Les suena? Un auténtico escándalo subprime a la romana.

DINERO PARA PAGAR A 22 LEGIONES

¿Era mucho un millón de piezas de oro? Debía serlo, pues el propio Graves, en una nota que abre la novela, aclara que…

“La `pieza de oro´ que se emplea aquí como unidad monetaria regular es el aureus latino, una moneda que vale 100 sestertii o veinticinco denarii de plata (`piezas de plata´). Se la puede comparar, aproximadamente, con una libra esterlina o cinco dólares norteamericanos de preguerra”.

Sería complejo calcular la cotización actual del áureo, los sestercios o los denarios, así como deflactar la inflación desde la época de los Césares para afinar más aún el resultado. Así que recurramos a un sistema más simple: saber lo que valían las cosas en aquella época. Tomemos un ejemplo de la propia novela “Yo Claudio”: ¿cuánto cobraba el funcionario del Estado más abundante en el Imperio, es decir, el legionario romano? Graves nos da este importante dato al recordar que el propio Augusto (antecesor de Tiberio) donó en su testamento “apenas cuatro meses de paga, tres piezas de oro por hombre” a sus abnegados legionarios. A partir de esta información, unas cuantas multiplicaciones nos permitirán deducir que con un millón de monedas de oro se podrían pagar durante un año los salarios de veintidós legiones de 5.000 o 6.000 hombres cada una (no tenían una cantidad fija de legionarios). Y el ejército imperial formado por Augusto en el año 30 A.C. –y heredado por su avaro y ambicioso sucesor– tenía veintiocho legiones. Así que sí, definitivamente, el rescate bancario realizado por Tiberio con el dinero público fue bastante caro.

Como los de ahora. Y hubo que esperar dos mil años para que alguien nos contara la verdad… en una novela.

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Título comentado:

-Yo, Claudio. Robert Graves, 1934. Biblioteca El Mundo, 2002.

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