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¿Por qué se paga tanto por algo que crece en los árboles?

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Sin ellos [los norteamericanos], cualquier bobo con un camión viejo o una barca agujereada con motor fueraborda podría transportar drogas al norte. Y entonces el precio no compensaría el esfuerzo. Pero tal como están las cosas, hacen falta millones de dólares para mover las drogas, y en consonancia los precios son altísimos. Los norteamericanos se apoderan de un producto que crece literalmente en los árboles y lo transforman en una mercancía valiosa. Sin ellos, la cocaína y la marihuana serían como naranjas, y en lugar de ganar millones pasándolas de contrabando, yo ganaría unos pocos centavos trabajando como un negro en algún campo de California, recogiéndolas”. 

Pura ley de la oferta y la demanda, que además está en la raíz de la resistencia política a legalizar las drogas. La explica un narco mexicano, Adán Barrera, jefe del clan cuya historia nos cuenta “El poder del perro”. Considerada por la crítica el equivalente narco-mex de “El Padrino”, estamos ante la gran novela americana sobre el narcotráfico. Gracias a ésta y a otras obras de éxito, su autor, Don Winslow (Nueva York, 1953), vive ahora de la literatura, tras haber pasado por diversos trabajos en cine y televisión y ejercer oficios tan dispares como detective privado, repartidor de alimentos o guía de safaris.

Su novela no sólo es una joya del género negro –con una trama apasionante y con momentos de espeluznante violencia que hacen que las películas de Sam Peckinpah parezcan episodios de Bob Esponja–, sino sobre todo una espectacular y documentadísima descripción del recorrido que ha llevado al narcotráfico a convertirse en un enorme negocio. Un camino que comienza, como hemos visto al principio, en los árboles, pero que los grandes cárteles mexicanos supieron reconducir con habilidad. Dejaron de cultivar droga, pasaron de que las operaciones policiales quemaran sus campos de amapolas, el día que descubrieron que su gran activo no era el producto, sino otra materia prima de 3.185 kilómetros de longitud e imposible de quemar: su frontera con Estados Unidos, ese país cuyos habitantes pagan millones por algo que crece en los árboles, pero no en México, sino en Colombia y en muchos otros países de América del Sur. Los narcos se situaron así donde siempre se gana más dinero con menos riesgo: haciendo de intermediario entre la oferta y la demanda. Se limitan a tomar la droga de los productores, a pasarla por la frontera y a devolvérsela, ya en el mercado de destino, para que vuelvan a ser los colombianos los encargados de la distribución.

UN MÁSTER DE NEGOCIOS

“El poder del perro” desmenuza todo el proceso con la precisión de un máster de negocios. No falta casi nada en la descripción de esta imbatible estructura empresarial:

“–Queremos empresarios, no empleados –explicó Adán a Raúl–. Los empleados cuestan dinero, los empresarios ganan dinero.”

 La teoría se ilustra con los detalles prácticos y cuantitativos, como el esquema de comisiones:

“La nueva estructura creó un creciente grupo de hombres de negocios independientes, bien recompensados y muy motivados, que pagaban el doce por ciento de sus ganancias a los Barrera, y de buena gana. (…) Y dirigías tu propio negocio, corrías tus propios peligros, recibías tus propias recompensas”.

Ni más ni menos que en la mejor franquicia. Y todo, en buena parte, gracias a que los narcos mexicanos aprendieron muy bien las lecciones económicas que les llegaban de sus vecinos del norte:

“–El doce por ciento de muchos –había explicado Adán a Raún cuando propuso la drástica reducción de impuestos– sumará más que el treinta por ciento de unos pocos.

Había tenido en cuenta las lecciones de la Revolución Reagan. Podrían ganar más dinero bajando impuestos que elevándolos, porque los impuestos menores permitían que más empresarios se interesaran en el negocio, ganaran más dinero y pagaran más impuestos”.

Ni Milton Friedman lo hubiera explicado mejor. Pero la estructura del negocio va más allá de los “estímulos fiscales” al más puro estilo monetarista. Llega hasta los servicios financieros integrales, como los típicos en la mejor oferta de la banca de negocios:

“Los Barrera también ofrecían servicios financieros. Adán quería facilitar a la mayor cantidad de gente posible la incorporación al negocio, de modo que nunca había que adelantar el doce por ciento. No tenías que pagarlo hasta después de haber vendido la mercancía. Pero los Barrera daban un paso más: te ayudaban a blanquear el dinero (…). La tasa vigente por blanqueo de dinero era del 6,5 por ciento, pero los banqueros sobornados cedían a los Barrera un rapel del 5 por ciento más de cada dólar de cada cliente (…). Todo lo que ingresabas en sucio, te lo devolvían en limpio, al cabo de tres días laborables, menos el 6,5 por ciento”.

Y todo ello, por supuesto, con la ayuda de las últimas tecnologías:

“Todas sus comunicaciones [Adán] las realiza a través de la red, codificadas con una tecnología que ni siquiera los norteamericanos son capaces de descifrar. Envía órdenes a través de la red, consulta sus cuentas a través de la red, vende su producto a través de la red y le pagan a través de la red. Mueve su dinero en un abrir y cerrar de ojos electrónico, lo blanquea a una velocidad superior a la del sonido, literalmente, sin siquiera tocar un dólar o un peso. Puede, y lo hace, matar a través de la red. Teclea un mensaje y lo envía, y alguien abandona el mundo de los vivos”.

CÓMO COMPRAR Y VENDER UN PAÍS

Los políticos mexicanos entendieron perfectamente esta estructura de negocio y, a cambio de percibir su particular “impuesto” en forma de sobornos de los narcos, ¿qué hicieron?:

“Lo que hicieron, en los términos más sencillos posibles: vendieron el país a los narcotraficantes”.

Quienes hasta se beneficiaron del gran acuerdo comercial entre México y Estados Unidos, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN):

“La droga va al norte y el dinero al sur. Y ambas partes de este viaje de ida y vuelta son mucho más fáciles porque el TLCAN ha relajado la seguridad fronteriza, lo cual facilita, entre otras cosas, un flujo ininterrumpido de tráfico entre México y Estados Unidos. Y con él, un flujo ininterrumpido de droga”.

Y un flujo ininterrumpido de poder para los narcos, que no sólo imponen con violencia su ley (resumida por esta novela en dos palabras: “Plata o plomo”), sino que hasta son capaces de forzar una devaluación:

“El nuevo presidente mexicano juró su cargo el primero de diciembre de 1994. Aquel mismo día, dos agencias de corredores de bolsa controlados por la Federación [los narcos] empezaron a comprar `tesobonos´, bonos del gobierno. A la semana siguiente, los cárteles de la droga retiraron su capital del banco nacional mexicano, lo cual obligó al nuevo presidente a devaluar el peso en un cincuenta por ciento. Después, la Federación cobró sus `tesobonos´ y colapsó la economía mexicana.”

Tras provocar el caos en el mercado de deuda, los narcos actuaron como hubiera hecho cualquier inversor: refugiándose en el inmobiliario.

“Como autorregalo de Navidad, la Federación compró propiedades, negocios, bienes raíces y pesos, los enterró bajo un árbol y esperó.

El gobierno mexicano no tenía dinero para pagar los `tesobonos´ pendientes. De hecho, tenía una deuda de 50.000 millones de dólares. El capital huía del país más deprisa que los predicadores de una casa de putas asaltada por la policía.”

Ya conocemos que pasa siempre en estos casos:

“Faltaban días para que el país anunciara la bancarrota, cuando la caballería norteamericana acudió con 50.000 millones de dólares en préstamos para apuntalar la economía mexicana (…). El nuevo presidente mexicano tuvo que invitar, literalmente, a los señores de la droga a regresar al país con sus millones de narcodólares, con el fin de revitalizar la economía y poder pagar el préstamo. Y los narcos tenían ahora más miles de millones de dólares que antes de la `crisis del peso´, porque en el periodo de tiempo transcurrido entre el canje de los pesos por dólares y la llegada de la ayuda norteamericana, utilizaron los dólares para comprar pesos devaluados, que a su vez volvieron a subir cuando los mercados entregaron el enorme préstamo (…).”

¿A que suena muy actual? Ni el mejor tiburón de las finanzas internacionales lo haría mejor. Es una operación de manual, con un resultado de manual:

“Lo que, en síntesis, hizo la Federación fue comprar el país, volver a venderlo a un precio alto, comprarlo de nuevo a un precio bajo, reinvertir en él y ver crecer las inversiones”.

Pregunta para nota: ¿Cuántos países, sobre todo del sur (incluso del sur de Europa), se han comprado y vendido así? ¿Cuántas economías al borde la bancarrota han sufrido operaciones de rescate que, en definitiva, las ha hecho cambiar de amo? El poder del perro, de ese perro que muerde con fuerza y no suelta la presa. Y todo, por una porquería que crece en los árboles, pero que acaba manchándolo todo, incluso a nuestros hijos, a una generación diezmada por el poder del narco, que se ha introducido también con fuerza –y con la facilidad de llegar planeando sobre las olas– en nuestra economía. Pero eso lo veremos en el próximo artículo, donde todo es silencio…

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Título comentado:

-El poder del perro.Don Winslow, 2005. Random House Mondadori/Roja&Negra, Barcelona, 2009.

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