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La Rusia de los amigos de Putin (y 2): el asalto mafioso a la economía

Fotografía: © M.M.Capa

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“En una sociedad donde la combinación de burocracia esclerótica e incompetencia pura y dura ha hecho que se atasquen todos los engranajes, el mercado negro es el único lubricante. La URSS funcionó con ese lubricante a lo largo de toda su historia y dependió totalmente de él en los últimos diez años. A partir de 1991, la mafia, que ya controlaba el mercado negro, lo único que hizo fue salir del escondrijo para expandirse. Y desde luego que lo hizo, pasando rápidamente de las áreas de fraude organizado normales –alcohol, drogas, protección, prostitución– a todas las facetas de la vida. Lo más impresionante fue la rapidez y crueldad con que se llevó a cabo el virtual asalto de la economía”.

 “El grupo criminal en el círculo de Putin ha aprendido a manipularle”. Lo dice Mijaíl Jodorkovsky, magnate ruso exiliado en Gran Bretaña, en una entrevista publicada por el “EL PAÍS” el 21 de marzo. Esto fue sólo tres días después de que Vladímir Putin arrasara en las elecciones presidenciales y se asegurara que seguirá en el poder hasta 2024 (acumulará así sólo cinco años menos que los 29 que estuvo Stalin al frente de la URSS). Y todo ello, mientras arrecia la guerra diplomática occidental contra Moscú por el envenenamiento de un ex espía ruso y su hija en territorio británico. Y mientras vuelven a volar los misiles occidentales sobre el dictatorial régimen sirio que, con el apoyo de Putin, sigue gaseando y bombardeando a sus propios ciudadanos.

Que la mafia y otros círculos criminales sobrevuelen el poder político no es noticia. Pasa en casi todas partes. En el libro que acaba de publicar sobre Donald Trump, el ex director del FBI James Comey afirma que “estar con él me traía recuerdos de cuando era fiscal antimafia”. Pero en Rusia, esta simbiosis entre mafiosos y gobernantes es especialmente intensa y viene de antiguo. Lo comentamos en el anterior artículo de esta bitácora (http://wp.me/p4F59e-8r), dedicado a una interesante obra de Frederick Forsyth: “El Manifiesto Negro”. Escrita en 1996, la novela hace un ejercicio de política ficción y se ambienta en 1999 para narrar la historia de un xenófobo, racista y mafioso candidato a las presidenciales rusas del año siguiente. Las primeras que, por cierto, ganó Putin tras la dimisión de Boris Yeltsin.

En la novela no se cita a Putin en ningún momento, quizás porque en 1996 aún no era muy conocido, pese a su pasado en el KGB, que prolongó en el organismo que lo sucedió, el Servicio Federal de Seguridad, del que fue nombrado director en 1998. Pero sí aparecen en el libro de Forsyth otros inquietantes altos cargos de ambos servicios, por no hablar del aún más inquietante líder político populista: Igor Komároz, un sujeto que se presenta a las elecciones respaldado por ingentes capitales de origen mafioso y con un programa oculto nazi y supremacista (ese “Manifiesto Negro” que da título a la novela) que podrían firmar los mismísimos Adolf Hitler o Joseph Stalin.

Tras describir cómo la mafia se infiltró en la economía soviética durante los últimos años de la URSS (véase artículo anterior de este blog), “El Manifiesto Negro” cuenta cómo esa infiltración fue aún más intensa con el nacimiento de la nueva Rusia tras la caída del Muro de Berlín.

CONQUISTA EN TRES FASES

Ese “asalto de la economía” al que aludíamos al principio de este artículo, fue posible para la mafia gracias a tres factores muy bien descritos en la novela:

“El primero fue la capacidad para una violencia brutal e inmediata que la mafia rusa exhibía cuando sus planes se veían obstaculizados de alguna manera, una violencia que habría dejado en pañales a la Cosa Nostra norteamericana (…). El segundo fue la impotencia de la policía. Escasa de dinero y de plantilla, sin experiencia (…), la milicia no daba abasto. El tercero fue la endémica tradición rusa de corrupción”.

Y este último factor, el de la corrupción, fue alentado a su vez por un componente puramente económico:

“A ello contribuyó la inflación galopante que se desató en 1991 para consolidarse alrededor de 1995. Bajo el comunismo el tipo de cambio estaba en dos dólares americanos por rublo, cosa ridícula y artificial en términos de poder adquisitivo, pero vigente dentro de la URSS, donde el problema no era la falta de dinero sino de bienes. La inflación acabó con los ahorros y dejó en la pobreza a los trabajadores con salario fijo. Cuando la semanada de un policía urbano vale menos que los calcetines que lleva es difícil persuadirle de que no acepte un billete metido dentro de un carnet de conducir evidentemente falso”.

Con todo esto jugando a su favor, la mafia rusa penetró con rapidez en los negocios legítimos, hasta el punto de hacerse con el control del 40 por ciento del producto interior bruto:

“La Cosa Nostra americana tardó una generación en comprender que los negocios legítimos, conseguidos con las ganancias del chantaje, servían para incrementar las ganancias y blanquear el dinero. Los rusos lo comprendieron en sólo cinco años y en 1995 controlaban el 40 por ciento de la economía nacional (…). El problema era que se habían excedido. Hacia 1988, la codicia había resquebrajado la economía de la que vivían. En 1996 una parte de la riqueza rusa por valor de 50.000 millones de dólares, principalmente en oro, diamantes, metales preciosos, petróleo, gas y madera, estaba siendo robada y exportada ilegalmente. Las mercancías se compraban con rublos prácticamente desvalorizados, e incluso así a precios de liquidación, por los burócratas que controlaban los órganos del Estado, y se vendían en el extranjero a cambo de dólares. Algunos de estos dólares eran después reconvertidos en millones de rublos al objeto de seguir financiando sobornos y crímenes. El resto quedaba a buen recaudo en el extranjero”.

Frederick Forsyth dedica también páginas brillantes a narrar la penetración mafiosa en la banca: cómo se pasó del único banco de la época comunismo, el Narodny o Banco del Pueblo, hasta los más de 8.000 surgidos con la ebullición capitalista; cómo muchos de estos quebraron o simplemente se esfumaron con el dinero de los depositantes, hasta que a finales de los noventa no quedaron más que “unos cuatrocientos bancos más o menos fiables”; o cómo lograba mandar en ellos la mafia:

“La banca no era una ocupación segura. En diez años más de cuatrocientos banqueros habían sido asesinados, normalmente por no ceder por completo a las exigencias de los gánsteres de préstamos sin aval y otras formas de cooperación ilegal”.

LA POSVERDAD ANTES DE PUTIN

Y para dejar bien claro que no hay nada nuevo bajo el Sol, “El Manifiesto Negro” se ocupa detenidamente de eso que antes llamábamos mentira y que ahora se llama posverdad. Y demuestra que no hay que esperar a uno de sus principales impulsores recientes, el nuevo zar Putin, para encontrarla mucho antes en la política rusa. Boris Kuznetsov, el jefe de propaganda del partido ultraderechista de Komároz, sabe bien cómo manejar esa posverdad:

“Durante su estancia en Estados Unidos Kuznetsov había estudiado y quedado impresionado de cómo unas relaciones públicas llevadas con habilidad y competencia podían generar el apoyo de las masas incluso a las más estrepitosas tonterías (…). Kuznetsov veneraba el poder de la oratoria para persuadir, disuadir, convencer y por último vencer toda oposición. Que el mensaje fuera mentira era irrelevante. Como los políticos y los abogados, él era un hombre de palabras, convencido de que no existía problema que éstas no pudieran resolver”.

Se puede generar el apoyo de las masas a “las más estrepitosas tonterías” y es irrelevante que el mensaje sea mentira. ¿Les suena? Pues pueden leer más sobre esto en una novela como “El Manifiesto Negro”, escrita dos décadas antes del Brexit, de la llegada de Trump a la Casa Blanca, del nuevo zarismo rampante de Putin y de las fantasías carlistas que sueñan con una república burguesa independiente con capital itinerante (de Bruselas a Berlín, pasando por Soto del Real y Extremera).

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Título comentado:

-El Manifiesto Negro. Frederick Forsyth, 1996. Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1998.

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Cómo el New Deal salvó al capitalismo… según Charlot (o lecciones de un cómico que debería leer el bufón de la Casa Blanca)

Fotografía: © M.M.Capa

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“Era ir demasiado lejos; aquello [el New Deal de Roosevelt] era puro socialismo, gritó la oposición. Lo fuera o no, salvó al capitalismo del completo desastre. Se instauraron asimismo algunas de las mejores reformas de la historia de Estados Unidos. Era alentador ver la rapidez con que el ciudadano estadounidense reaccionó ante un gobierno constructivo”. 

No es la historia contada por un economista, sino por uno de los mayores artistas del siglo XX. Un hombre a quien en 1952 se le impidió regresar a Estados Unidos por supuestas simpatías comunistas, pese a que –como demuestra el párrafo anterior– mostraba una gran admiración por el pueblo y la política norteamericanos. Se llamaba Charles Chaplin (Londres, 1889, Vevey, 1977). Era ese genial Charlot del cine mudo y en blanco y negro que demostró ser un artista integral además de, como se aprecia en su autobiografía (publicada en 1964 y reeditada hace un par de años en español), un certero analista de su mundo y de su época. Y que tuvo el valor de hacer y decir lo que le dio la gana, con absoluta libertad… algo con frecuencia imposible para economistas y políticos. Quizás por eso sus análisis sean tan lúcidos y su obra, tan deslumbrante. No olvidemos que, cuando por fin aceptó hacer una película sonora, fue para ridiculizar a Hitler en la monumental “El gran dictador”. ¿Qué película –o más bien serie televisiva– haría ahora Chaplin sobre patéticos aprendices de dictadorzuelos como Trump, Le Pen, Farage y compañía?

UN ANÁLISIS PRECISO

Algunas de las películas de Charlot están cargadas de mensajes económicos. ¿Cómo olvidar la crítica al consumismo y a la deshumanización del trabajo en “Tiempos modernos”?¿O el modo genial en que narró, en “La Quimera del Oro”, la fiebre por el metal dorado en Alaska? ¿O la permanente tensión social que reflejan sus papeles de perdedor, arrinconado por la sociedad opulenta, pero siempre dispuesto a defender al más débil? “Para reírte del dolor, tienes que ser capaz de agarrar el dolor y jugar con él”, dijo Chaplin. Y fue lo que hizo en sus películas al transmitir el dolor provocado por la exclusión económica de desfavorecidos con zapatones rotos, raídos bombachos y sombreros desastrados.

            Pero Chaplin no sólo nos habló de economía en sus películas. Como vemos en su biografía, también fue capaz de escribir análisis tan sintéticos y bien narrados que podrían servir de brillante introducción, o incluso de atinado resumen, a cualquier gran estudio académico. El mejor ejemplo es cómo, en apenas unos párrafos precisos y afilados, nos cuenta el New Deal. Para ello, comienza con el resumen, en pocas líneas (pág. 532), de los efectos del crak del 29:

“Desde mi regreso a Estados Unidos estaba ocurriendo algo maravilloso. Los reveses económicos, aunque drásticos, realzaron la grandeza del pueblo estadounidense. Las dificultades económicas habían empeorado. Algunos estados llegaron al extremo de imprimir papel moneda a fin de colocar las mercancías sin vender.”

Un entorno que, como el actual, fomenta los populismos y las políticas económicas de la derecha más dura:

“Mientras tanto, el lúgubre Hoover estaba enojado porque su desastrosa argucia económica de asignar dinero a las clases altas, creyendo que algo llegaría a la gente humilde, había fracasado. Y en medio de toda aquella tragedia, en la campaña electoral declaró a gritos que si Franklin Roosevelt llegaba al poder peligrarían las bases del sistema americano, que en aquel momento se revelaba infalible”.

REAGANOMICS Y TRUMPANOMICS

Recordar ahora las proclamas populistas de Herbert Hoover –el cuáquero conservador y ultra liberal que presidió Estados Unidos entre 1929 y 1933–, nos suenan a las Reaganomics e incluso a las inminentes Trumpanomics… Ya saben, bajar los impuestos a los ricos para que algunas migajas caigan a la mesa de los pobres. Menos mal que –salvando las necesarias distancias– apareció el Obama de la época, como nos cuenta Chaplin:

“Sin embargo, Franklin D. Roosevelt ganó las elecciones y la nación no se vio en peligro. Su discurso sobre el ‘hombre olvidado’ despertó a la política estadounidense de su cínica modorra e impulsó la era más gloriosa de la historia del país. Escuché ese discurso por radio… (…). ‘Demasiado hermoso para ser verdad’, dije”.

Pero fue verdad. Roosevelt ganó las elecciones de 1932 y otras tres más, pues presidió el país hasta su fallecimiento en 1945. Y Chaplin nos narra, en un alarde de síntesis y precisión, las medidas que el nuevo presidente impulsó con su “Nuevo Trato”, con ese famoso New Deal que transformó a los Estados Unidos. Comenzó con el origen de la crisis, es decir, con la banca (que ya sabemos que suele ser el origen de cualquier gran crisis que se precie):

“En cuando Roosevelt llegó al poder [en 1933] empezó a implantar su programa electoral, ordenando un cierre bancario durante diez días para impedir las quiebras. Aquel fue el momento en que Estados Unidos respondió mejor. Las tiendas y los almacenes de todo tipo siguieron haciendo negocios a crédito; incluso los cines vendieron entradas a crédito, y durante diez días, mientras Roosevelt y su llamado ‘trust de cerebros’ redactaban el New Deal, la población se comportó de manera magnífica”.

Tras este primer paso, Roosevelt siguió adelante con determinación, atreviéndose a medidas que los fasci-populistas y los ultra liberales de hoy día (como hicieron los de entonces) tacharían de inaplicables:

“Se instauró una legislación para afrontar toda clase de emergencias: restablecía el crédito de las granjas para detener el latrocinio de los embargos hipotecarios, financiaba amplios proyectos públicos, instauraba la Ley de Recuperación Nacional, aumentando el salario mínimo, disminuía el desempleo mediante el recorte de las horas de trabajo, fomentaba la organización sindical. Era ir demasiado lejos; aquello era puro socialismo, gritó la oposición. Lo fuera o no, salvó al capitalismo del completo desastre”.

¡Cuánto necesitaríamos ahora, en este 2017 que es el Año Diez de la Crisis, medidas como estas! Y ya vemos que algunas comienzan a apuntarse con timidez: los planes europeos de estímulo a la inversión, la subida del salario mínimo…

Recordar a Charlot y compartir su visión del mundo y de la economía apetece en este nuevo año que nos va a traer viejas miserias: la primera, el próximo 20 de enero, cuando un aprendiz de bufón tome posesión como presidente de Estados Unidos. Lástima que Trump no lea mucho (¿han visto alguna biblioteca en las espectaculares imágenes de su ático hortera y pseudo-versallesco de la Quinta Avenida?). Porque si este telepredicador barato fuera capaz de leer algo que tenga más de 140 caracteres, le vendría bien repasar la biografía de ese gran cómico que no pudo volver a Estados Unidos por culpa de la moda de cazar comunistas. Aunque lo más probable es que, si Chaplin viviera ahora, tampoco le apetecería volver: no sólo por ser un inmigrante inglés –aunque a lo mejor se habría comido su pasaporte británico para protestar contra el Brexit, igual que se comió los cordones de sus botas en la “Quimera del oro” –, sino porque además ya habría rodado una película parodiando a Trump, sin duda tan hilarante como la que hizo sobre ese otro lamentable histrión llamado Hitler… quien, por cierto, también era muy aficionado a levantar muros y alambradas. Como todos los que, ante cualquier crisis, creen que la única solución es llenar el mundo de fronteras para salvar al “pueblo elegido”. No saben que, como canta Jorge Drexler, “no hay pueblo que no se haya creído el pueblo elegido”.

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Título comentado:

-Chaplin. Autobiografía”. Charles Chaplin, 1964. Lumen, Barcelona, 2014.

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A falta de pan se derrochaban palabras

Fotografía: © M.M.Capa

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A decir verdad, la situación del país en aquel año de 1919 era la peor que habíamos atravesado jamás. Las fábricas cerraban, el paro aumentaba y los inmigrantes (…) fluían en negras oleadas a una ciudad que apenas podía dar de comer a sus hijos (…). Y, naturalmente, los sindicatos y las sociedades de resistencia habían vuelto a desencadenar una trágica marea de huelgas y atentados (…). Pero los políticos, si estaban intranquilos, lo disimulaban. Inflando el globo de la demagogia intentaban atraerse a los desgraciados a su campo con promesas tanto más sangrantes cuanto más generosas. A falta de pan se derrochaban palabras y las pobres gentes, sin otra cosa que hacer, se alimentaban de vanas esperanzas”.

Es la Barcelona de las huelgas revolucionarias y la crisis coincidente con el fin de la Primera Guerra Mundial. El marco en el que se desenvuelve la empresa Savolta, dedicada a la fabricación de armamento, cuyo desarrollo está trufado de corrupción, evasión fiscal, gansterismo empresarial… Leer su historia es como abrir cualquier periódico de hoy mismo. Aunque lo que más nos suena, lo que nos resulta más actual, es esa actitud demagógica de los políticos que “a falta de pan derrochaban palabras” con sus promesas “sangrantes” y “generosas”.

En este 2015 multi-electoral y aún en plena crisis económica (por más que algunos se afanen en vender optimismo), cobra especial relevancia la primera novela de Eduardo Mendoza, “La verdad sobre el caso Savolta”. Publicada en 1975 (el año en que murió Franco), está considerada un hito de la literatura española de la Transición. Aunque, como su autor reconocía recientemente, cuando la escribió… “¡claro que yo no sabía que estaba escribiendo novela de la Transición! Entre otras cosas ¡porque no sabía que iba a haber una Transición! Eso en 1971 no estaba ni en los sueños” (entrevista a Eduardo Mendoza realizada por Juan Cruz,“El País”, suplemento “Babelia” nº 1.207, de 10 de enero de 2015).

En cualquier caso, esta novela supuso un gran cambio para la narrativa española, que en aquellos años parecía arrinconada por el ensayo. Y lo supuso por muchas cosas, como sus continuos saltos en el tiempo, el recurso a intercalar la narración con supuestos documentos oficiales, artículos periodísticos, interrogatorios judiciales… Pero, además, su contenido económico es muy notable, tanto por las descripción que hace de la crisis de aquellos años –particularmente dura en una ciudad como Barcelona–, como por toda la trama en torno al auge y decadencia de una empresa fabricante de armamento que, por métodos corruptos e ilegales (que no desvelaré aquí para no destripar la historia), se sube al carro de la Primera Guerra Mundial.

EL SUBMUNDO DE LOS NEGOCIOS
El contenido económico y empresarial que Eduardo Mendoza incluye en su novela deriva de su propia experiencia profesional. Como señala en la entrevista ya citada, el azar le lleva a trabajar en el caso de Barcelona Traction, que en los años sesenta se ve en el Tribunal de la Haya. La empresa tiene que ver con la revolución industrial catalana de principios del XIX y Mendoza trabaja en el caso porque es abogado “y porque tengo el francés y el inglés bien sabidos. Y entonces tengo que entrar en los archivos de esa compañía. Así que tengo acceso a una historia del submundo de los negocios, de los trapicheos y el politiqueo de los primeros años del siglo XX en Cataluña; y eso pasa por la Primera Guerra Mundial, por el espionaje”.

Con una materia prima tomada directamente de la realidad, Mendoza construye ese “caso Savolta” mezcla de novela negra, historia empresarial y descarnada crónica política y social de una época de crisis. Nos la cuenta uno de los protagonistas de la novela, el periodista Domingo Pajarito de Soto:

Pues ¿qué sucedió sino que la prosperidad inmerecida de los logreros, los traficantes, los acaparadores, los falsificadores de mercaderías, los plutócratas en suma, produjeron un previsible y siempre mal recibido aumento de los precios que no se vio compensado con una justa y necesaria elevación de los salarios? Y así ocurrió lo que viene aconteciendo desde tiempo inmemorial: que los ricos fueron cada vez más ricos, y los pobres, más pobres y miserables cada vez.

Ricos cada vez más ricos, pobres cada vez más pobres. ¿Les suena? En este ambiente, las críticas del cronista contra el grupo Savolta son tan agrias como la siguiente, en la que denuncia…

…la conducta incalificable y canallesca de cierto sector de nuestra industria; concretamente, de cierta empresa de renombre internacional que, lejos de ser semilla de los tiempos nuevos y colmena donde se forja el provenir del trabajo, el orden y la justicia, es tierra de cultivo para rufianes y caciques, los cuales, no contentos con explotar a los obreros por los medios más inhumanos e insólitos, rebajan su dignidad y los convierten en atemorizados títeres de sus caprichos tiránicos y feudales”.

Para acallar estas denuncias, publicadas en el periódico “La Voz de la Justicia”, la empresa recurre a un truco utilizado muchas veces, incluso en tiempos recientes: contratar al periodista crítico para que realice un informe sobre la compañía. No hace muchos años, en la Asociación de Periodistas de Información Económica (a la que pertenezco) se desarrolló una campaña contra los llamados “sobrecogedores”, es decir, informadores que escribían al dictado de intereses empresariales. Pese a esa campaña impulsada por los profesionales que queríamos mantener a toda costa la independencia y el prestigio, me temo que la práctica de coger sobres (tan de moda recientemente gracias a Bárcenas y sus amigos) nunca fue extirpada del todo. Pero el periodista de “La verdad sobre el caso Savolta” no se deja comprar y su relación con la empresa acaba de un modo que no desvelaré aquí. Como hacerlo sería destripar la novela, tampoco detallaré las delictivas prácticas a las que recurre la compañía. Sí les adelanto que son todo un manual de corrupción, fraude y supercherías varias.

LA BANCA SE PONE DE CULO
La banca tampoco se libra de críticas por su papel en momentos de crisis. Durante una divertida escena, en una fiesta de la alta sociedad catalana, industriales y banqueros se enfrentan en un diálogo cargado de mala leche:

Los industriales habían acorralado a un obeso y risueño banquero y descargaban sus iras en él.
–¡No me diga usted que los bancos no se han puesto de culo! –exclamaba uno de los industriales señalando al banquero con la punta de su cigarro.
–Actuamos con cautela, señor mío, con exquisita cautela –replicaba el banquero sin perder la sonrisa–. Tenga usted en cuenta que no manejamos dinero propio, sino ahorros ajenos, y que lo que en ustedes es valentía en nosotros sería fraudulenta temeridad.

Como la que, por cierto, desarrollaron muchas entidades financieras durante la reciente burbuja inmobiliaria, sin ir más lejos. Pero ante este argumento del banquero, técnicamente irreprochable, los industriales no se arrugan y vuelven a la carga:

–¡Puñetas! –bramaba el otro industrial, cuyo rostro se tornaba rojo y blanco con pasmosa prontitud–. Cuando las cosas van bien, ustedes se hinchan a ganar…
–¡Y a estrujar! –terció su compañero.
–… y cuando van torcidas, se vuelven de espaldas…
–¡De culo, de culo!
–… y se hacen los sordos. Arruinarán al país y aún pretenderán haberse comportado como buenos negociantes.
–Yo, señores, tengo mi sueldo, que no varía de mes en mes –respondió el banquero–. Si actuamos como lo hacemos no es por lucro personal. Administramos el dinero que nos han confiado.
–¡Puñetas! Especulan con la crisis.
–También sufrimos nuestras derrotas, no lo olviden ni me obliguen a recordar casos dramáticos.

Toda una lección, escrita en 1971 y publicada en 1975, que ilustra las complejas relaciones entre banca e industria. Algo que –como algunas de las malas prácticas de empresarios corruptos y políticos demagogos descritas por esta novela– no ha cambiado demasiado cuatro décadas y varias crisis después.

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Título comentado:

La verdad sobre el caso Savolta. Eduardo Mendoza, 1975. Seix Barral, Barcelona, Duodécima impresión, junio 2014.

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