“Merced a sus relaciones, puso en marcha empresas pequeñas que sirvieron de tapadera a sus inversiones paralelas, centradas sobre todo en el contrabando y el tráfico de drogas. Tras la llegada al poder de los talibanes moderó sus afanes pero no desmanteló sus circuitos. Renunció de buen grado a algunos autocares y a algunas chapuzas en provecho de la causa, contribuyó a su manera al esfuerzo bélico de los gamberros mesiánicos que luchaban contra sus excompañeros de armas y consiguió salvaguardar sus privilegios. Mirza sabe que a la fe de un menesteroso le cuesta resistirse a las ganancias fáciles; en consecuencia, unta a los nuevos amos del país y, de esa forma, vive tan ricamente en medio de la tormenta.”.
Ambientada en el Kabul de principios de siglo, cuando la brutalidad del régimen talibán impone su sangrienta visión de un Islam que parece cualquier cosa menos una religión, “Las golondrinas de Kabul” (novela publicada en francés en el año 2002) es sobre todo un alegado en defensa de esas mujeres que, desde siempre, son las principales víctimas de todo fanatismo religioso. Pero la obra de Yasmina Khadra va más allá y describe también los entresijos económicos de un poder talibán corrompido que lapida y ahorca mujeres o supuestos herejes mientras sus líderes se enriquecen… quizás porque como en realidad no creen en el Paraíso prometido por Mahoma, su principal empeño es construirse su particular paraíso en la tierra.
Yasmina Khadra es el pseudónimo femenino que el ex comandante del ejército argelino Mohamed Moulessehoul adoptó para, sin levantar sospechas, poder denunciar las injusticias de su país. Y, en esa misma línea, denuncia en “Las golondrinas de Kabul” la irracionalidad y los excesos de los talibanes.
¿GRAN BAZAR O ANTESALA DEL MÁS ALLÁ?
Las golondrinas son esas mujeres que, amortajadas en vida bajo sus burkas, son las principales víctimas de la brutalidad y la represión en ese Kabul que el autor llama “la antesala del más allá”. Una ciudad donde la especulación pasa por encima del sufrimiento de los ciudadanos:
“En Kabul, sobre todo en el mercado y en los bazares, el bullicio de las especulaciones podría ahogar el coro de las más cruentas batallas. Se subastan los fajos de billetes de banco, se hacen y deshacen fortunas al albur de un cambio de humor, la gente sólo tiene ojos para la ganancia y la inversión; en cuanto a las noticias del frente, se tienen en cuenta en sordina, como para meterles marcha a los negocios”.
En este putrefacto medio ambiente, la novela nos cuenta cómo Mirza Shah se ha convertido en próspero hombre de negocios, incluso bajo el brutal régimen talibán. Todo comenzó con la lucha contra los ocupantes soviéticos:
“Mirza Shah fue uno de los primeros militares que desertaron de su unidad para unirse a los muyahidines (…). Tras la retirada de las fuerzas soviéticas, le ofrecieron puestos de responsabilidad en la administración y no los aceptó. La política y el poder no le entusiasmaban. Merced a sus relaciones, puso en marcha empresas pequeñas que sirvieron de tapadera a sus inversiones paralelas, centradas sobre todo en el contrabando y el tráfico de drogas.”
Una prometedora carrera empresarial que incluso se aceleró cuando los fanáticos religiosos conquistaron el poder:
“La llegada al poder de los talibanes moderó sus afanes pero no desmanteló sus circuitos. Renunció de buen grado a algunos autocares y a algunas chapuzas en provecho de la causa, contribuyó a su manera al esfuerzo bélico de los gamberros mesiánicos que luchaban contra sus ex compañeros de armas y consiguió salvar sus privilegios”.
Porque Mirza conoce muy bien cuál es el punto débil de casi todo el mundo, incluso de los que sólo parecen pensar en su particular dogma fundamentalista:
“Mirza sabe que a la fe de un menesteroso le cuesta resistirse a las ganancias fáciles; en consecuencia, unta a los nuevos amos del país y, de esta forma, vive tan ricamente en medio de la tormenta”.
La historia de siempre: cuando más degenerado es un régimen político, mayores facilidades para los negociantes sin escrúpulos. Y no faltan quienes, como Qasim (otro protagonista de la novela), se esfuerzan por mostrar fulgor religioso a fin de conseguir prebendas:
“A Qasim le enciende los ojos un fulgor singular. Si no pierde ocasión alguna de acompañar a los desdichados hasta el pie del cadalso es, precisamente, para que los mulás se fijen en él (…). Algún día, a fuerza de perseverancia y entrega, acabará por conseguir que los que mandan lo nombren director de esa fortaleza, es decir, de la mayor penitenciaría del país. Podrá así integrarse en las filas de los notables y lanzarse al mundo de los negocios. Sólo entonces disfrutará del reposo del guerrero”.
Qasim lo tiene tan claro que incluso se ofrece a facilitarle las cosas a un amigo:
“Si tienes proyectos, hablaremos de ellos para buscar socios y poner manos a la obra enseguida. Montar un negocio no es nada del otro mundo. Un poco de imaginación, un asomo de motivación y ya está la locomotora en marcha. Si no tienes ni cinco, te adelantamos el dinero y, luego, nos lo devuelves.”
Así de fácil. De este contubernio entre fanatismo religioso y corrupción económica ya hemos tratado en esta bitácora digital (http://wp.me/p4F59e-5s). Mucha supuesta interpretación del Corán y del Islam, pero, al final, los negocios son los negocios. Y son más fáciles aún si, como ocurre con cualquier fundamentalismo que alcanza el poder, el control de las almas sólo busca el control del dinero.
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Título comentado:
-Las golondrinas de Kabul. Yasmina Khadra, 2002. Alianza Editorial, Madrid, 2006.
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