¿Contrabandistas o emprendedores?

Fotografía: © M.M.Capa

Fotografía: © M.M.Capa

“Un día [el maestro] preguntó qué profesión queríamos tener de mayores, y a mí me salió del alma: `¡Contrabandista!´. Y entonces él retrucó: `Mejor que digas emprendedor, hijo. ¡Emprendedor!´”.

Galicia asolada por la crisis del naval, con retraso en las comunicaciones (diez o doce horas para llegar desde Madrid a Vigo o a La Coruña), lastrada por el caciquismo, con una agricultura minifundista y un sector pesquero asediado por las cuotas y la fuerte competencia de las flotas extranjeras. Galicia forzada a lanzar a miles de sus jóvenes a la emigración, o a unos cuantos a las planeadoras. En ese entorno, ser contrabandista no estaba tan mal visto. Era uno de los escasos sectores con salida rápida para los emprendedores. Al menos hasta que llegó el gran cambio, el que además del negocio trajo consigo la muerte y dejó diezmada a una generación en los años ochenta y noventa. Esta transformación del negocio nos la cuenta Manuel Rivas en su espléndida “Todo es silencio”, una novela ambientada en la Costa de la Muerte… que en aquellos años hizo valer en exceso su apellido. Lo había ganado por lo abrupto de sus acantilados y la furia de su mar, pero lo reforzó (como el resto de la costa gallega) por lo que ese mismo mar traía sobre rápidas planeadoras, cuando los simples contrabandistas de tabaco comenzaron a convertirse en una especie más letal:

“Habían pasado a esconder las lanchas rápidas más valiosas en cobertizos o naves industriales (…), a veces muy tierra adentro, en distancias que se medían en kilómetros nocturnos y por pistas secundarias. Ese viaje hacia lo secreto era parte del mayor cambio en la historia del contrabando.

Del rubio de batea a la farlopa.

Del tabaco a la coca.

No, no había vallas publicitarias que anunciasen semejante mudanza histórica”.

Fue el cambio mortal. Un momento en el que al contrabandista se le dejó de considerar un simple emprendedor. Aunque, en la estela de los narcos internacionales, los gallegos también montaron su estructura empresarial, representada en esa novela por Mariscal, el típico capo que se asocia a otros emprendedores italianos y portugueses:

“Macro Gamboa (…) había trabajado durante mucho tiempo como `transportista´, por mar y por tierra, y había pasado por méritos propios a la condición de `empresario´”.

Exactamente el mismo esquema que, como analizábamos en el artículo anterior (http://economiaenlaliteratura.com/por-que-se-paga-tanto-por-algo-que-crece-en-los-arboles/) habían montado los narcos del otro lado del charco, los mexicanos. Y, igual que los capos del país azteca descubrieron que su mejor materia prima no era la droga en sí, sino su inmensa frontera con Estados Unidos, sus colegas gallegos descartaron el tabaco al darse cuenta de que su mejor materia prima era la costa, como afirma Mariscal:

“Tenemos los mejores argumentos para este negocio. Una costa formidable, infinita, llena de escondrijos. Un mar secreto, que nos protege. Y estamos cerca de los puertos madre. Del suministro. Así que lo tenemos todo. Tenemos la costa, tenemos los depósitos, tenemos los barcos, tenemos los hombres. Y lo más importante todavía. ¡Tenemos huevos!”.

Sin duda, uno de los principales activos que se juega siempre cualquier emprendedor. Pero incluso tenían más: ese cierto reconocimiento social de que el contrabando no era algo tan dañino, salvo para las arcas públicas. Y además generaba más dinero que ningún otro negocio: a un chaval protagonista de la novela le pagan mil pesetas por sumarse a la cadena que, desde la playa, ayuda a desembarcar un cargamento de tabaco. Y su padre, marinero, exclama indignado:

“¡Hay que joderse! Más de lo que puede ganar uno peleando con el mar una puta semana”.

Pero eso era en los sesenta, cuando, como nos cuenta el novelista, ponían la serie “El Fugitivo” en la televisión. La irrupción de la droga disparó las cifras exponencialmente, como explica Fins Malpica, el chaval que cobró las mil pesetas pero que, pasados los años volvió a su tierra como inspector de policía, decidido a combatir el narcotráfico:

“–Estamos hablando de toneladas, señor –dijo Malpica–. De miles de kilos de cocaína en cada alijo. Y de miles de millones de beneficios. Perico, farlopa… Quieren hacer de esta costa la punta de desembarco para toda Europa. Tal vez ya lo es.

Y Mara Doval [otra policía] añadió:

–Comprarán las voluntades de la gente, el territorio… Comprarán todo. ¡Un auténtico capitalismo mágico!”

Y lo compraron. Los sobornos fluyeron. “La boca es para callar”, afirma el narco Mariscal, deseoso de que en su mundo se imponga lo que dice el título de la novela: “Todo es silencio”. Porque, como marcan las dos reglas de uno de sus colegas:

“Primero: El poder necesita sombra. Y segundo: No hay mejor sombra que el poder”.

Una zona de sombra, con paraísos fiscales, cuentas off-shore, sobornos… que las fuerzas del orden no pueden desentrañar. Y, en buena medida, por ese dogma de que “todo es silencio”, de que el narco se asentó sobre la aceptación social del contrabando, cuyos capos se cubren hasta de un aurea de economía liberal. Lo argumenta el propio Mariscal durante una entrevista con un periódico local:

“Los políticos son unos comemierda, unos carroñeros. ¿Escribió esto? Pues no lo escriba. Esto sí: soy apolítico”.

Y prosigue con sus argumentos de anarco-liberal, que sin duda suscribirían algunos seguidores actuales del “pensamiento único económico”, los mismos que no quieren ver aparecer nunca al Estado… salvo para rescatar al sistema financiero:

“¡Amo la libertad! Mucho más que esas sanguijuelas que chupan a su cuenta. Libertad, sí, para crear riqueza. Libertad para que nos dejen ganar la vida con nuestras propias manos. Como siempre hemos hecho”.

Lástima que al pasar del rubio de batea a la droga, se ganaran también la muerte, no para ellos, sino para miles de jóvenes a los que arrolló este narco-liberalismo. Y es ese el único punto en el que la novela se me queda corta: Manuel Rivas escribe una obra brillante que, por momentos, parece un auténtico poema en prosa. Cuenta como nadie ese mundo y ese entorno, pero se detiene demasiado pronto. Nada dice de las víctimas… y de los supervivientes, que también los hay.

LOS SUPERVIVIENTES

Sobre esos supervivientes trata otra novela, de una autora también gallega, como Rivas. En “Es pecado tirar el amor”, Esclavitud Rodríguez Barcia escribe una novela rosa que no es una novela rosa (como Cervantes escribió una novela de caballería que no era una novela de caballería). Un libro que habla de amor, pero también de comunicación, de política y de supervivencia. De esa que permitió a muchos jóvenes gallegos escapar a esa red de “capitalismo mágico” que enriqueció a unos pocos pero dejó la costa sembrada de cadáveres:

“Apenas tenía dos años cuando la enterraron [a la tía de la protagonista]. A la tía la mató una sobredosis de heroína. Le tocó ser una de las primeras víctimas del Gran Estrago, de la Peste, de la marea de Drogadicción y Dolor que en los años ochenta asoló las rías gallegas”.

La marea de Dolor a cuya estructura empresarial también alude “Es pecado tirar el amor”. La explica Ubaldo, el hijo de un pequeño camello, Mario, que acabó huyendo de allí tras introducir a muchos jóvenes en la drogadicción y en el tráfico a pequeña escala:

“Ubaldo no consiguió que su padre volviera, pese a que no había ninguna familia que lo atara a su tierra de acogida. Mario temía no a los camellos mayores, a quienes traicionó al huir, sino la mirada de todos aquellos a los que una vez había tratado como a una máquina expendedora de billetes, como simple mercancía”.

Meter a los jóvenes en la droga era convertirlos en “máquinas expendedoras de billetes”. Aunque algunos se salvaron y también prefieren un silencio que no les recuerde su trágico pasado:

“No es fácil para nadie, ni siquiera para la gente que no estuvo metida. El olvido es una caridad para todos”.

Caridad para los supervivientes. La caridad de olvidar lo que fueron. Pero no puede haber caridad ni olvido para esos supuestos “emprendedores”, ni para su dinero negro manchado de sangre.

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Títulos comentados:

-Todo es silencio. Manuel Rivas. Alfaguara, Madrid, 2010.

Es pecado tirar el amor. Esclavitud Rodríguez Barcia. Amazon, 2014. http://www.amazon.com/dp/B00KDCRMQU

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